Ellos Mienten

⚡ CAPÍTULOS 1

Narrador omnisciente

El diario temblaba ligeramente en sus manos mientras caminaba por las calles adoquinadas del centro. La ciudad no había cambiado tanto desde entonces: seguía gris, indiferente, con las ventanas cerradas a medias y las puertas más pendientes del qué dirán que de la verdad.
Tantos años…
Tantos silencios enterrados bajo la alfombra de la impunidad.

Eladio se detuvo frente a la antigua casa de ladrillos rojizos. Respiró hondo, como quien se prepara a desenterrar un cadáver. Tocó la puerta, y al escuchar un “Pase”, escondió el diario bajo su abrigo y entró.

—Señor Eladio, ¿usted por aquí? —dijo el joven con sorpresa sincera—. Seguro lo mandó su hija. No es nada… solo quería verla de nuevo, ¿cierto?

—No. No me mandó ella, Kevin —respondió Eladio con una voz más áspera que de costumbre—. Pero sí vengo por ella.

Sin más, le entregó el diario. Kevin lo tomó con cierta confusión. Lo reconoció de inmediato: la pequeña libreta de tapas negras que Rebecca siempre llevaba consigo, incluso cuando parecía no tener nada que escribir.

Al abrir la primera página, titubeó.

—Señor, no creo que deba leer esto. Es el diario de Rebecca. Se enojaría si lo hiciera. Sé que ya es una mujer… pero esto es muy privado.

—Rebecca no está para impedírtelo.

El silencio se hizo espeso. Kevin parpadeó varias veces, como si no hubiera escuchado bien.

—¿Cómo dice...? —titubeó, mirando al hombre frente a él con creciente inquietud—. ¿A qué se refiere con eso? ¿Ella está… está bien?

Eladio se sentó sin pedir permiso, con una lentitud que contrastaba con la tensión en su rostro.

—Son muchas preguntas, Kevin. Ese diario tiene casi todas las respuestas. Solo léelo.
Su voz no era fría, pero sí distante. Como si cada palabra le costara.

Kevin hojeó un par de páginas al azar. Sus ojos se movían con ligereza… hasta que no lo hicieron más. Se detuvieron.
Una palabra. Una frase. Una entrada.

—Solo son pensamientos de una adolescente. No le veo na...

—No le veías. —interrumpió Eladio, con los ojos clavados en él.

Kevin volvió al diario. Algo en el aire cambió. Cada palabra comenzaba a pesar, cada página a doler. A medida que las horas pasaban, sus manos temblaban al pasar de hoja en hoja.

—Esta gente… —murmuró—. Esta gente debe ser acusada, han hecho demasiado mal…

—Sigue leyendo —dijo Eladio con la voz grave—. Ahí también está la respuesta de qué le pasó en realidad a tu hermana.

El joven lo miró. Sus labios temblaban. El rostro se le desfiguró entre rabia, incredulidad y miedo. Algo en sus ojos gritaba que no quería seguir leyendo… pero lo hizo.

Y entonces el recuerdo volvió como una tormenta inevitable.

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Flashback

—Lo siento tanto, querido Kevin.

La voz de la señora Bennet sonaba afectada, casi maternal.

—Estoy seguro de que mi hermana no sufría ninguna enfermedad, señora Bennet. Lo sé. Viví con ella por mucho tiempo —dijo Kevin, con lágrimas deslizándose por sus mejillas—. ¿Dónde está su cuerpo?

—Ya está siendo preparado para sepultarla, hijo. Murió en paz. Fue muy repentino… una pulmonía.

Una pulmonía.
Así, sin más.
Nadie le consultó nada. Nadie lo preparó.
La última vez que vio Amira, ella estaba sana, riendo por alguna tontería.
Ni siquiera había pasado un mes.
Quizás… quizás era cierto. Quizás ella nunca dijo nada por no preocuparlos.
Pero algo en su pecho le decía otra cosa.
Su mente no podía aceptar esa versión.
Su corazón tampoco.

Flashback fin.

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—Fui un estúpido al creerle… —susurró Kevin, con el diario aún en sus manos.




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