Eladio se rascó la cabeza en silencio, observando cómo Kevin se derrumbaba entre sollozos. En el fondo, entendía su dolor. Lo entendía demasiado bien. Ambos habían perdido a alguien, pero en su caso… había sido más de una persona. Dos ausencias que lo perseguían como fantasmas: su esposa y su hija.
Se acercó al joven y le colocó una mano firme en el hombro. No dijo nada al principio. A veces, el silencio compartido habla más que mil palabras.
—Los acusaré. Hoy mismo. —Kevin apretó el diario con furia, como si pudiera exprimirle justicia entre los dedos.
—Sí, niño... pero antes quiero que me ayudes. —dijo Eladio con tono grave.
—¿Esta no es la ayuda? ¿Acusarlos por asesinato?
Eladio asintió lentamente.
—Sí, pero no basta con lo que está escrito. Necesitamos más. Pruebas. Testigos. Algo que los arrincone y no les permita escapar, como siempre han hecho.
—¿Para qué más pruebas? Solo hay que hacer que Rebecca hable. —Kevin lo miró con decisión.
Eladio lo miró con una tristeza que le hizo estremecer el alma.
—Aún no lo has entendido, Kevin. Rebecca… ni siquiera su cuerpo ha sido encontrado.
El silencio cayó como una losa. Kevin se quedó helado. Luego, lentamente, se dejó caer en una silla, como si la gravedad se hubiera duplicado de pronto.
—¿De qué hablas...? No puede ser. Yo… yo pensé que… —se llevó las manos a la cabeza—. ¡Oh Dios!
—Ahora lo entiendes. Necesito encontrarla. No solo por mí, sino para que este diario tenga valor. Para que no digan que fue una invención, o un delirio. Necesito una señal, lo que sea… algo que pruebe que Rebecca existió.
Kevin tragó saliva. El mundo comenzaba a girar más rápido, o quizá era su conciencia tratando de alcanzarlo.
—¿No sabes qué le sucedió?
Eladio asintió lentamente, con dolor.
—Lo sé. Lo sé demasiado bien. El cinco de agosto... ese día todo se derrumbó. Mi esposa murió. Todos los criados también. Fue una masacre. Y yo… yo sobreviví. Junto a dos más. Solo tres entre tantos.
Bajó la cabeza y cerró los ojos. No era fácil decirlo. Ni recordarlo.
—La señora Beatriz apenas habla desde entonces. Y Andrés… tiembla cada vez que ve ese día en el calendario. La familia Bennet no solo nos destruyó. Nos quebró por dentro.
Las palabras eran pesadas, húmedas, cargadas de culpa, traición y miedo. Eladio había entregado su vida a esa casa, a esa familia, solo para ser devuelto al mundo con nada más que pérdidas y un nombre vacío entre las manos.
—Te lo prometo, Eladio. No voy a descansar hasta que esa familia pague por cada pecado. —dijo Kevin, con voz firme—. Pero necesito que me cuentes todo, de principio a fin. Tal como ocurrió. Aunque duela. Aunque queme. Es la única forma de liberarnos.
Eladio se limpió una lágrima que le resbalaba por la mejilla, sin intentar disimularla.
—Lo sé...
Se puso de pie, ajustándose el abrigo con resignación.
—Ahora debo volver. Salí sin permiso de la mansión.
Kevin lo detuvo con una mirada intensa.
—Espera. Hay algo más. Alguien que puede ayudarnos.
Eladio se detuvo en seco, sin girarse.
—¿Quién?
—Tú lo sabes. Ella podría descubrir la verdad… incluso saber dónde está Rebecca.
Eladio se dio vuelta. Su rostro se endureció.
—¡No! No la meteré en esto.
Y sin decir una palabra más, cruzó la puerta y se marchó, dejando en el aire una certeza inquietante:
La verdad era más profunda de lo que Kevin imaginaba… y aún más peligrosa.
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Editado: 03.09.2025