Ellos Mienten

⚡4 CAPITULO

Esa noche, la nieve cayó sin aviso, como si alguien hubiese abierto el cielo con descuido.

Era extraño, sí, pero no alarmante.
Los habitantes de Georgia estaban acostumbrados a sus caprichos: hoy lluvia, mañana sol inclemente, pasado una brisa helada.
La ciudad tenía sus propios secretos… y su gente había aprendido a no cuestionarlos.

En la cocina de la mansión Bennet, el calor del fogón contrarrestaba el frío del exterior. Las ventanas empañadas ocultaban los copos que caían en silencio. Dentro, la rutina continuaba como si nada.

—Hoy solo quieren caldo —anunció Bere al entrar con una bandeja en las manos.

Eladio picaba cebollas con la destreza que solo los años de costumbre otorgan, mientras Lorena, muy pensativa, cortaba zanahorias en pequeños trozos uniformes.

—Bien, hay que comenzar ya. —dijo Eladio, pasándole una olla a la segunda cocinera.

—La única que sabe hacer esos caldos bien sabrosos que a ellos les gusta es la señora Beatriz, —comentó la mujer mientras encendía uno de los fogones.

Bere asintió con la cabeza, dejando claro que compartía la opinión.

—¿Quieren decir que mi caldo es malo? —Eladio se cruzó de brazos con una ceja levantada, fingiendo indignación.

Lorena soltó una risa por lo bajo. Las dos cocineras negaron con la cabeza, también sonriendo.

—No quisimos decir eso, no te pongas ñoño ahora. Sabes bien a lo que me refiero. —respondió Bere con tono bromista.

Eladio gruñó a modo de rendición y siguió con su tarea, en silencio.

—Bueno, como eres el sub jefe, tú sabrás. Pero igual pienso que la señora Beatriz ya está vieja… deberían dejarla descansar. —añadió la segunda criada mientras colocaba otra olla en la estufa.

—Cosa que ellos no harán. —murmuró Eladio al pasar por su lado.

—Ella lleva mucho tiempo aquí. Se merecería un poco más de respeto. —comentó Bere, tomando las zanahorias que Lorena acababa de picar.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí, papá? —preguntó Lorena, mientras se llevaba un pedacito de zanahoria cruda a la boca antes de que Bere se llevara el plato.

—Más que yo. Apenas me había casado con tu madre cuando entré a esta casa, y ya ella estaba aquí. Ella y don Andrés.

Eladio se quedó pensativo por unos segundos. Siempre creyó que Beatriz pertenecía de alguna forma a esa familia. No solo por su autoridad y forma de moverse por la mansión como si fuera suya, sino por aquel cabello rojo, casi idéntico al de los Bennet.

Pero sabía que eso no significaba nada en Georgia.
En ese lugar, todos nacían con el pelo rojo.
Lo extraño era que los Bennet nunca contrataban personal que tuviera ese color de cabello. Era una regla tácita: nada que los vinculara con los criados. Ni sangre. Ni apariencia.

Por eso, el vínculo entre Beatriz y esa familia era, cuanto menos, sospechoso.

—Parecen familia. —comentó la segunda criada, dejando caer la frase como al pasar.

—Pensé lo mismo cuando entré a trabajar aquí… pero ella lo negó. —respondió Eladio, sintiendo un nudo formarse en su garganta.

La palabra “entrar” le supo amarga. Aquella casa había sido el inicio de todas sus desgracias. Bueno… no la casa en sí, sino los que vivían en ella.

—Mejor dejemos el tema y sirvamos el caldo. —dijo finalmente, con un tono seco, sin levantar la mirada.

Lorena se quedó observándolo.
Esa reacción lo decía todo.
Para ella, la curiosidad era natural… y la señora Beatriz, una pieza clave de todo aquel enigma familiar que parecía cubrir la mansión como una neblina espesa.

Algún día tendría que hablar con ella.
Y lo haría.




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