—Bere, ¿por qué tiemblan tus manos?
La voz de la señora Beatriz la sorprendió. Bere se sobresaltó y por poco deja caer el cuchillo con el que estaba cortando carne. Rodó los ojos con rapidez, disimulando su sobresalto, y siguió picando.
—Solo es estrés —dijo, fingiendo naturalidad. Estuvo a punto de añadir postraumático, pero prefirió guardarse esa parte.
—En ese caso, no es bueno que estés usando cuchillas —comentó la señora Beatriz con tono sereno, pero firme. Pasó a su lado y llamó a la otra cocinera—. Gena, encárgate tú.
Sin decir más, tomó a Bere de las manos y la guió hacia el otro extremo de la cocina, donde no había tanto bullicio.
Estrés, ¿eh? —pensó Beatriz. No se dejaba engañar por nadie. Conocía los temblores que no venían del cuerpo, sino del alma.
—Bien… le voy a contar, pero por favor no diga nada. Oh, Dios mío… aún así sabrá que fui yo quien habló… —Bere se debatía entre el miedo y la necesidad de desahogarse.
—Solo dilo, Bere. Así te sentirás mejor —la animó Beatriz, con una calidez inusual para ella.
Bere respiró hondo.
—Se trata del joven Malkier. Cuando entré a su habitación… encontré algo horroroso. Una chica. Estaba... completamente destrozada en su cama. Abierta. Sin ojos, sin órganos… sólo el corazón le quedaba. Y lo peor es que… parece que ya están acostumbrados a esto. Como si no fuera la primera vez.
La señora Beatriz palideció y llevó una mano a su frente.
—No puede ser…
—Lo siento. El señor Andrés me dijo que no le contara a nadie. Mucho menos a usted.
—¿Viste su cara? —preguntó Beatriz, sin apartar la mirada de la pared frente a ella.
—Sí… sí la vi. Fue como si le doliera en el alma lo que ese joven hizo.
Hubo un silencio espeso. Beatriz se quedó pensativa. De repente, dijo algo que no parecía tener relación con nada.
—Pronto voy a morir… por la vejez. Así que no está de más que alguien lo sepa.
Bere frunció el ceño.
—¿De qué habla, señora Beatriz?
Beatriz la miró con los ojos brillosos, pero sin rastro de vergüenza.
—Malkier… es nuestro bebé.
—¿¡Qué!? —Bere retrocedió un paso. Sentía que el suelo bajo sus pies se tambaleaba. Su sorpresa no era por la edad de Beatriz —aunque estaba muy entrada en años—, ni siquiera por el cabello rojo que compartía con los Bennett. Era el hecho de que uno de los jóvenes Bennett fuera su hijo… ¡y además ese hijo fuera un asesino!
—Mi hermano me lo arrebató cuando nació —añadió Beatriz con amargura.
—¿Hermano...? —repitió Bere, casi en un susurro, intentando unir las piezas.
—Sí. El señor Bennett es mi hermano. Malkier… pertenece a los hermanos Bennett, se crió con ellos. Yo sabía que nada bueno saldría de eso.
—Entonces… ¿usted es hermana del señor Bennett? —preguntó Bere, aún tratando de entender.
Un silencio incómodo se rompió cuando ambas giraron la cabeza. Gena, que aún estaba junto a la mesa, se había quedado boquiabierta. La había oído.
—No fue mi intención escuchar, señora Beatriz —dijo con nerviosismo.
Beatriz no se molestó. Solo bajó la mirada.
—Ya está… es verdad. Soy su hermana mayor. Hija del mismo padre, pero no de la misma madre. A mi madre nunca la conocí. Me criaron como la sirvienta personal de mi hermano. Como una sombra. Es terrible, lo sé… pero es la verdad.
Su voz se quebró. Sus manos se apoyaron en la encimera de mármol como si su cuerpo ya no pudiera sostener tanta carga. Las lágrimas rodaron por su rostro arrugado, y Bere se acercó para abrazarla.
En ese momento, recordó las palabras de Andrés: “No le cuentes a nadie, ¿sí? Mucho menos a Beatriz.”
Y sin embargo… ¿no tenía derecho a saberlo? ¿No era su dolor más legítimo que el silencio?
—Lo lamento tanto, señora Beatriz…
Beatriz asintió, limpiándose el rostro con el delantal.
—¿Malkier lo sabe?
—No. La regla fue no decirlo nunca. Nunca. —Y esa última palabra resonó como un eco amargo que se perdía entre las ollas hirviendo.
#2351 en Detective
#5710 en Thriller
asesinato escenas de violencias, los 50s, secretos dolor drama
Editado: 04.09.2025