Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 8

Kevin se quedó fijo mirando a Lorena. Por alguna razón, le recordaba demasiado a uno de los hermanos Bennett.

—¿Nació antes o después de la desaparición de Rebecca? —preguntó con cautela.

—Después —respondió Eladio, mientras se frotaba las manos para calentarlas.

—¿Entonces... ellos dejaron viva a tu esposa? ¿O cómo fue eso? —Kevin estaba claramente nervioso. No solo se trataba de su primer caso como detective, también estaba implicada una persona a la que había amado en su niñez.

—Kevin, ese es un tema del que no quiero hablar ahora —dijo Eladio con firmeza. Se sentó de golpe, pensativo. Echó un vistazo a Lorena, que los miraba completamente confundida—. Hagamos el plan.

—¿Plan? —Lorena frunció el ceño.

—¡Así lo hacía ella a veces! —exclamó Kevin al ver la expresión en el rostro de la chica.

—¿De qué hablas, niño? Al plan —interrumpió Eladio con voz seca.

—Bien, señor Johnson, tranquilo.

—Hace mucho que no me llamaban por mi apellido. Se siente jodidamente bien —Eladio sonrió con nostalgia.

—Es grato —asintió Kevin.

—Al plan —repitió Eladio, más serio.

—Bien, bien —Kevin sacó el diario de una gaveta. Lorena abrió los ojos al reconocerlo.

—¿Por qué lo tiene él? —preguntó ella, levantándose de la silla de madera con gesto ofendido.

—Él es detective. Lo ayudará en el caso —dijo Eladio. La chica se volvió a sentar, aún confundida.

—¿Cuál caso? —Lorena se cruzó de brazos, visiblemente irritada.

Kevin la miró con seriedad, luego se dirigió a Eladio.

—Ahora debes contarnos toda la verdad —dijo con firmeza—. A mí, porque soy el detective y necesito saberlo todo. Y a ella… porque está completamente confundida, y merece entender qué está pasando.

Eladio bajó la mirada. La habitación se llenó de un silencio helado, casi tan espeso como la nieve que seguía cayendo tras las ventanas empañadas. Un golpeteo suave, como de dedos tímidos, resonaba de vez en cuando cuando alguna rama desnuda chocaba contra el cristal.

El viejo se levantó despacio. Se acercó a la ventana sin mirar a nadie. La luz gris del atardecer se filtraba entre los copos, creando sombras pálidas en su rostro. Desde afuera, solo se veía blanco: blanco y más blanco. Como si el mundo quisiera borrar lo que estaba a punto de decirse.

—He llevado esta verdad como una condena —susurró—. La he escondido tantos años, enterrándola en el fondo del alma... y aún así, cada invierno como este, vuelve. Cada vez que veo caer la nieve, escucho su voz. Escucho su risa.

Se acercó a la estufa de leña y extendió las manos al fuego. El calor era débil, apenas suficiente para templar sus dedos viejos. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

—Perdí más que una hija ese día —dijo con voz temblorosa—. Perdí el alma... y ahora, al fin... llegó el momento.

Se giró con lentitud. Su rostro mostraba una mezcla de dolor, cansancio y algo más difícil de definir: arrepentimiento.

Lorena apretó los labios, sus manos se crisparon sobre sus rodillas. Kevin lo observaba en absoluto silencio, sintiendo que algo enorme estaba por explotar en ese pequeño espacio.

—Debí decírtelo antes… —dijo Eladio, dejando caer el peso de las palabras como un golpe seco—. Rebecca es tu madre.

—¿Rebecca… es mi madre? —preguntó Lorena en un susurro, como si temiera decirlo en voz alta.

Eladio asintió. Las lágrimas no dejaban de caerle.

—¿Y tú eres mi abuelo?

—Sí…

Lorena dio un paso atrás. La nieve golpeaba las ventanas como si presintiera la tormenta que se desataba en su interior.

—Me mentiste —dijo, con la voz quebrada—. Me hiciste creer que eras mi padre… toda mi vida.

—Lo hice para protegerte, Lorena. Estabas sola, apenas habías nacido. Yo solo quería darte algo parecido a una vida normal.

—¡No se protege mintiendo! ¡Me robaste mi historia! —ella apartó la mirada, dolida—. ¿Sabes lo que duele saber que mi madre era ella… y que nunca me hablaste de ella?

Eladio bajó la cabeza. No tenía fuerzas para defenderse.

—Tú la querías —dijo entonces, mirando a Kevin con reproche—. Estabas enamorado de Rebecca… ¿por qué no la sacaste de esa casa?

Kevin se tensó.

—No pude. Rebecca no era fácil de contener. No quería irse, no quería dejar a su familia, y estaba enamorada de uno de ellos… No pude protegerla.

—Y yo… me quedé solo con su hija… con mi nieta —murmuró Eladio.

Lorena se giró hacia ellos, conteniendo el llanto.

—Y yo crecí con una mentira… como si no hubiera tenido madre. Como si ustedes no hubieran tenido opción.

Se alejó unos pasos, abrazándose a sí misma, sintiendo que la nieve afuera comenzaba a meterse dentro del pecho.

Silencio. Otra vez, silencio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.