⚡ CAPITULO 9

Lorena sentía una punzada de pena por su padre… ahora abuelo. Nunca imaginó que una persona pudiera pasar por tanto, y ahora por fin lo entendía. Le había tomado tiempo, sí, pero al fin lo sabía. Respiró hondo, tratando de asimilar el plan que esos dos hombres —su padre Eladio, y el detective Kevin— le habían presentado. ¿Debía confiar en ellos? Obviamente sí: uno era su padre, el otro un hombre que, aunque no formó parte de su vida, había conocido a su madre y la estaba ayudando a descubrir la verdad.

El problema era que lo que le pedían... era demasiado.

Analizaba todo con cautela, desde el principio hasta ese momento. No solo lo relacionado al plan, sino también aquella confesión que lo había cambiado todo: que su madre era Rebecca. No sintió empatía por ella al saberlo, y se dijo a sí misma: es que es imposible, tratándose del hecho de que al nacer nos separaron. La única empatía que logró brotarle fue hacia su padre, Eladio. Aunque, después de escuchar tanto, sintió un atisbo de tristeza por no haber llegado a conocerla.

—Entonces... ¿tengo que acercarme a Michael para que me diga dónde está el cuerpo de mi madre? —preguntó Lorena, cruzándose de brazos mientras los miraba con reproche—. ¿No les parece ya demasiado cruel?

—Solo con el cuerpo de tu madre... —comenzó Kevin, con tono contenido.

—Kevin, ya basta —lo interrumpió ella, con una mezcla de rabia y dolor—. ¿Tú crees que no me duele escucharte decir “cuerpo” y “madre” en la misma oración?

—Lo siento, hija… —intervino Eladio con voz baja—. Solo así podremos lograrlo… en la unión está la fuerza.

Lorena suspiró, bajando los brazos, resignada.

—Está bien —dijo al fin. Sabía que no tenía otra salida.

Kevin asintió con seriedad, se levantó y fue hasta un pequeño estante donde guardaba cosas bajo llave. Sacó una caja de madera forrada en cuero y la colocó sobre la mesa. Al abrirla, Lorena frunció el ceño.

—¿Un cinturón?

—No exactamente —respondió Kevin, levantando el objeto con cuidado—. Esto es un micrófono camuflado. La hebilla oculta el dispositivo, y el cable se esconde fácilmente bajo tu ropa. Va conectado a una pequeña batería que debes llevar sujeta al costado. Es tecnología militar. Lo usaban los británicos durante la guerra en operaciones de espionaje. No transmite en tiempo real, solo graba.

Lorena lo tomó entre sus manos, con curiosidad.

—Entonces debo venir cada vez que tenga algo... para que lo escuchen.

—Exactamente. Debes quitártelo para bañarte o dormir, y asegurarte de que nadie note nada raro. Solo así podremos tener evidencia concreta.

Ella asintió. No era cómodo… pero era necesario.

Eladio, por su parte, asintió también, aunque no con la misma seguridad. Quizás por miedo a que su hija se acercara a esos lunáticos hermanos... o quizás porque sabía que, por fin, Lorena tendría que caminar hacia una verdad que dolía.

Salieron de la casa del detective en silencio. Lorena miró de reojo a Eladio. Sabía que esto no le gustaba, pero también veía su esfuerzo. Por eso lo abrazó, apretándolo con cariño.

—¿Quieres algo, Lorena? —preguntó él, medio en broma.

—No siempre te abrazo porque quiero algo —replicó ella, sonriendo.

—O quizás me estás recompensando… porque me vas a dejar por tu verdadero padre —bromeó con tristeza en la voz.

Lorena lo miró con los ojos entrecerrados. ¿De verdad pensaba eso?

—Papá, tú eres mi papá. No te voy a cambiar por nadie. Jamás. Never —enfatizó en inglés, con una mezcla de ternura y firmeza.

Eladio sonrió, mostrando los dientes, aliviado por dentro.

Cuando llegaron a la casa, encontraron a los señores Bennett y a Melquisedec frente a la puerta principal. Era la primera vez que entraban por la delantera.

—Vaya, vaya… qué sorpresa —comentó Melquisedec, acercándose con su sonrisa habitual—. Eladio Johnson trae a su pequeña por la puerta delantera.

—De hecho… creo que ya debería conocer a su padre —dijo Eladio, lanzando la frase como una piedra en medio del silencio.

La reacción fue inmediata. Tanto Melquisedec como los señores Bennett se giraron hacia ellos, sorprendidos por la declaración.