Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 10

Los señores Bennett estaban allí, formales como siempre. La señora, una mujer no muy alta, esbelta, de cabello marrón perfectamente peinado y ojos color café; el señor Bennett, alto, de mirada fría, con cabello pelirrojo y ojos verdes—rasgos heredados de su padre—, un hombre tan perverso y malicioso como él, que por suerte para todos ya había muerto. Dejó tras de sí una herencia millonaria basada en extensas siembras de arroz. Claro, no solo su hijo heredó esa fortuna; sus nietos pelirrojos, como Malkier y Beatriz también tenían parte de ella.

Beatriz… la hija mayor. La hermana del señor Bennett.

La verdadera primogénita, aunque eso no significaba nada dentro de esa casa. Cuando el patriarca murió, la madre del señor Bennett, decidida a que su hijo varón heredara el poder y el control, convirtió a Beatriz en una sirvienta. Desde entonces, su lugar quedó fijado en las sombras: atendiendo, callando, mirando. Ella, la hija mayor, reducida a los márgenes por decisión materna… y por la voluntad silenciosa de su hermano.

Él era quien dirigía ahora todo. Él era quien gastaba, controlaba y mentía. Hasta que llegó este momento.

—No creo que sea necesario, Eladio. Sabes perfectamente que no quieres hacerlo —dijo el señor Bennett, acercándose con los brazos cruzados.

—Parece más bien que el que no quiere que suceda es usted, señor —respondió Eladio, sin apartar la mirada, desafiante.

—Para nada. Fue usted quien decidió alejar a su hija de su padre —dijo el hombre, mintiendo con total descaro.

Eladio se mordió la lengua. Estuvo a punto de llamarlo mentiroso en su cara, pero se contuvo.

—Yo estoy aquí —intervino Lorena, con firmeza—. Yo quiero conocerlo. Y sé que él quiere conocerme.

No lo dudó ni un segundo al decirlo.

—Si eso es lo que deseas, lo llamaré. Está en la ciudad —dijo Melquisedec, convencido finalmente.

Ambos señores se cruzaron de brazos, tensos. No deseaban que su hijo reconociera públicamente a Lorena. ¿Qué diría la gente? ¿Qué empezarían a murmurar en los círculos sociales? El señor Bennett ya estaba construyendo la mentira que le ofrecería a la prensa cuando se conociera la existencia de una nieta de la que nunca habían hablado.

Horas más tarde, todos estaban sentados en la mesa del comedor. Era la primera vez que Lorena compartía cena con ellos. Michael aún no llegaba, y ese retraso dio a los señores Bennett la oportunidad que buscaban.

—Sabes —comenzó la señora Bennett, fingiendo simpatía tras varias preguntas triviales—, si no lo conociste antes fue culpa de tu abuelo… y su rencor.

—¿Rencor? ¿Por qué habría de tenerlo? —Lorena fingió inocencia, aunque sabía perfectamente la respuesta.

—Al morir tu madre en el parto, tu abuelo se llenó de odio. —Lo dijo con una sonrisa pequeña, apenas disimulada.

Lorena la miró fijamente, sin parpadear.

—¿Murió de parto? —repitió, como si apenas lo procesara—. Papi nunca me lo dijo… Pero ahora que sé que fui yo la culpable de que mi madre muriera… me siento mucho mejor.

El rostro de Lorena permanecía sereno, casi amable, pero por dentro hervía. Por un segundo, deseó arrancarle la enorme argolla de oro que colgaba de la oreja, pero se contuvo.

—Es bastante cruel que no te lo haya contado —dijo la señora, acomodándose la blusa de lino blanco con una sonrisa calculada.

Beatriz, que entraba en ese momento con una fuente de pan caliente, giró apenas el rostro al escuchar aquello. No dijo nada. Como siempre. Como cuando la madre de su hermano la despojó de todo derecho a hablar como parte de la familia. Solo sirvió. Solo miró. Aunque por dentro, su sangre también hervía.

Fue entonces cuando una voz cortó el ambiente tenso.

—Entonces… es verdad.

Michael apareció en el comedor. Caminó directamente hacia Lorena. Sin decir más, la levantó de la silla y la envolvió en un abrazo apretado.

—¿Ya sabes quién soy, nena? ¿Sabes que soy tu papá?

Lorena asintió, aunque su cuerpo se tensó. Notó los flequillos rojizos que escapaban de su cabello perfectamente peinado. El hombre volvió a abrazarla.

Después, se sentó a su lado, en la mesa. Durante toda la cena no dejó de mirarla. Sus ojos recorrían su rostro, su postura, cada gesto. Para cualquiera habría parecido un padre orgulloso, emocionado… pero para Lorena, era inquietante. Inquietante y frío.

Estar rodeada de los hermanos Bennett no era reconfortante. Había algo extraño. Algo que la apretaba el pecho. Algo que no sabía explicar… pero que la asustaba.




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