Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 11

Lorena entró a la habitación del hombre con pasos lentos. No estaba del todo segura de la idea, pero debía seguir el plan que el detective Kevin había trazado con su padre, Eladio. Ganarse la confianza de Michael era crucial.

Michael le había dicho sin rodeos que quería dormir con su hija esa noche.

—Solo cuídate —le advirtió Eladio antes de dejarla subir. No le gustaba la idea, y menos aún el peligro implícito, pero debían mantener la figura. Por el plan. Por la verdad.

Lorena se sentó en el borde de la cama. Sentía el cuerpo tenso, la piel fría. Tenía que preguntar con cuidado. No debía provocar sospechas.

—Si eres mi papá… ¿por qué nunca me hablaste? ¿Por qué te escondías de mí? —preguntó, con la mirada baja.

Michael se tomó unos segundos antes de responder. Pensó qué mentira usar. Porque decirle la verdad… eso no era una opción.

—Ah, tu abuelo. Sí… tu abuelo no me quería cerca de ti. Yo respeté su decisión —respondió mientras se rascaba la cabeza, echando hacia atrás su cabello rojo con gesto despreocupado. Se acercó a ella, se sentó a su lado y rodeó su delgado cuerpo con los brazos.

—Bien… ¿qué pasó el…? —iba a terminar la pregunta, pero se contuvo. Recordó las palabras de su abuelo antes de subir: "no seas directa, cuida el tono, no hagas preguntas que no puedas sostener".

—¿Qué decías? —preguntó Michael, posando sus ojos verdes sobre ella. Le regaló una sonrisa suave, casi encantadora. Por un instante, Lorena pensó que tal vez él no era como sus hermanos. Quizás este hombre, que ahora la abrazaba, era la pureza que aún sobrevivía en esa familia podrida.

—¿Me puedes decir cómo conociste a mi mamá?

Michael asintió. Esa sí era una historia que podía manipular a su gusto.

—La conocí desde pequeña. Nos criamos en la misma casa. Bueno, no exactamente juntos… ella era muy reservada, siempre se alejaba de nosotros. Pero cuando me di cuenta de que me gustaba… ella era muy joven. Distante, pero especial.

Lorena frunció ligeramente el ceño, pero mantuvo el hilo de la conversación.

—¿Y ella te correspondía?

—Sí. Nos declaramos el amor que sentíamos uno por el otro… aunque ese día no fue el mejor día de mi vida.

Mentía. Lo hacía con la misma naturalidad con la que respiraba. Mentir estaba en su sangre.

—¿Entonces cuál fue?

—El mejor día fue cuando naciste —dijo, mirándola con ternura.

Lorena sonrió. Quería creerle. Quería pensar que tal vez su abuelo había exagerado, que Michael no era tan peligroso como lo pintaban.

—¿Me puedes decir cómo murió mamá?

Michael se separó ligeramente, suspiró y miró al techo, como si buscara la historia correcta entre las telarañas de su memoria.

—Murió tres días después de que nacieras —respondió. Esa era la parte verdadera. Luego, bajó la voz—. Cayó por las escaleras.

Mentira.

Lorena respiró hondo. Sintió una punzada en el pecho. Sabía que no decía la verdad. ¿Cómo era posible? Lo miró. Su sonrisa era tan dulce, tan convincente, que por un segundo volvió a parecer una víctima… no un verdugo. Se sintió triste. Muy triste.

Pero debía continuar.

—Oí sobre algo… y como tú eres mi papi, me lo puedes contar —dijo, acariciándole la mejilla con delicadeza y besándolo en la otra.

—Lo que sea, nena —susurró Michael, recostando su cabeza en su regazo.

Lorena tragó saliva y preguntó, con suavidad:

—¿Qué pasó el cinco de agosto?

La pregunta cayó como una piedra en un estanque. Silencio. Michael no se movió. Solo sonrió… pero no con dulzura esta vez.

Esa fecha.

Jamás pensó que tendría que hablar de ese día con su hija. Decírselo podía unirlos… o romperlo todo.

Lorena seguía acariciándole la mejilla. Ella pensaba que lo sabía todo. Pero no. Aún no sabía nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.