Melquisedec se acercó más a Lorena aún en rodillas. Su mirada se clavó en la de ella, como si buscara leerle la mente. Le había dado un golpe bajo… pero él no se inmutó. ¿Hasta dónde podría llegar esa niña? ¿Y debía averiguarlo? Tal vez sí. Pero no estaba dispuesto a hacerlo. No aún.
—Eres mi sobrina —dijo finalmente con voz firme.
No podía negar que el parecido a Rebecca era sorprendente: los gestos, la forma de los ojos, la actitud. Pero el cabello rojo de Lorena le desagradaba profundamente. A él le gustaba el negro abundante que caracterizaba a Rebecca. Tampoco tenía su voz. Ni su aroma. Ese aroma que ya nunca más podría volver a disfrutar.
—Lo sé —respondió Lorena, sin dejar de mirarlo—. Pero Renato y Raven también son hermanos, y eso no los detiene de demostrar el amor que sienten el uno por el otro…
Lo dijo como quien lanza un anzuelo, pero sabía que también cavaba su propia tumba.
Melquisedec entrecerró los ojos y luego señaló a sus hermanos con desdén.
—Eso —dijo, marcando distancia con la voz—. Y esto… —Puso el dedo en su pecho, luego lo movió hasta el de Lorena—. No es lo mismo. Eso es incesto, que se paga en el infierno. Esto sería pedofilia… y se paga en la cárcel.
Se levantó de golpe. Sus manos temblaban, aunque intentó ocultarlo.
—¿Es en serio? ¿Lo dices en serio? —intervino Raven, el gemelo que había permanecido más callado. Se acomodaba la camisa con desinterés, pero sus palabras tenían veneno—. Hermanito… se nota que estás buscando una excusa. Si Michael se entera, no quieres que te parta la madre, pero por favor, nunca menciones cárcel. No cuando tú has cometido crímenes mucho más graves.
Y tenía razón. Todos en la familia lo sabían. Pero Melquisedec no respondía. No porque lo afectara… sino porque no podía decirle la verdadera razón. La que nunca revelaría.
En ese instante, la tensión fue interrumpida por una tercera voz.
—Los hermanos reunidos con la sobrina sin su padre… y sin mí. ¿Qué será?
Malkier entró por la gran puerta, erguido, elegante, y con su sonrisa vacía. Al parecer no había escuchado nada antes de entrar, pero su presencia bastó para que todos disimularan.
—No tiene importancia —respondió Melquisedec con frialdad. Se incorporó por completo, sacudiéndose el pantalón como si quisiera borrar lo que había pasado allí.
—Vete —le ordenó a Lorena, sin mirarla.
Y ella obedeció sin quejarse.
Mientras salía de la biblioteca, sintió que apenas podía controlar su respiración. No sabía cómo procesar lo que acababa de hacer. Ni lo que había dicho. Si su padre o su abuelo se hubieran enterado, estaría encerrada bajo llave hasta el resto de sus días.
〈♡♡♡〉
Caminó hasta la cocina, aún con el corazón encogido. Allí estaba Bere, lavándose las manos tras haber terminado la limpieza.
—¿Dónde está mi papá? —preguntó Lorena, más por inercia que por preocupación real.
—Acaba de salir. Me dijo que cuando llegaras de la biblioteca te diera esto —Bere sonrió y le pasó un pedazo de tarta de zanahoria en un pequeño plato de porcelana.
—¿Por qué se fue sin mí? —preguntó, tomando el plato con ambas manos.
—Lorena, tu papá todavía no está tan viejo. Déjalo un rato solo, ¿sí?
—Sí… lo sé.
Se sentó en el taburete de la esquina y comenzó a comer en silencio. Pero en su cabeza no estaba la tarta, ni su padre, ni siquiera Bere.
Pensaba en lo que había ocurrido en la biblioteca. En las palabras de Melquisedec. En la confesión de los gemelos. Amira. Ese nombre resonaba ahora con un eco distinto. Según lo que había escuchado de su papá abuelo, Amira era la hermana de Kevin.
¿Y si lo que acababan de decir era verdad? ¿Y si ellos realmente la habían matado?
¿Cómo le contaría eso ahora a su abuelo? ¿Cómo lo probaría sin el micrófono? ¿Y qué pasaría si uno de ellos se enteraba de que ella estaba allí como parte de un plan?
—¿En qué piensas, Lorena? —la sacó de su trance la voz de Bere.
Lorena parpadeó. Luego sonrió, forzada, pero con la frescura de quien puede fingir con talento.
—En lo rica que está esta tarta.
Y le dio otro bocado.
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Editado: 04.09.2025