Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 18

Lorena picaba cebolla mientras intentaba no llorar. No por tristeza ni por algún recuerdo escondido, sino por la ardiente agresión de aquel vegetal que le quemaba los ojos sin misericordia. Era difícil creer que su abuelo Eladio la hubiera llamado a la cocina solo para esto. Apenas puso un pie en la estancia, la señora Beatriz la había jalado del brazo y le colocó delante una pila de cebollas rojas, gigantes y amenazantes. Ni un "hola" recibió. Solo órdenes. Punto extra por eficiencia militar.

—¿Cómo te va con tu... "padre"? —preguntó Beatriz, dejando caer la palabra como si pesara más de lo normal.

Lorena sonrió de forma breve, incómoda. Quizás no era justo llamar "padre" a Michael. Eladio la había criado con amor, presencia y carácter. Michael, en cambio, era otra historia. Si Beatriz supiera la razón real por la que ella se acercaba a ese hombre, quizá la perdonaría. Pero por ahora, tenía que guardar silencio.

—No tan bien. Es... muy raro —dijo con honestidad.

—¿Raro cómo? —intervino Eladio desde el otro lado de la cocina. Las dos mujeres giraron a mirarlo. Él sonrió de medio lado y se fue a revolver una olla, fingiendo desinterés.

—¿Qué tipo de rareza? —insistió Beatriz.

—Su comportamiento. A veces creo que está completamente loco.

Beatriz soltó un suspiro largo, como si hubiera estado esperando la oportunidad para decir lo siguiente:

—Te voy a contar algo que quizás... ¡¡Eladio, nos estás espiando!!

—No escuché nada. Supuse y contesté —replicó él, alzando su cuchara de madera como si fuera una espada.

Beatriz negó con la cabeza, pero igual continuó:

—Michael nunca fue muy... estable. Cuando tenía diez años lo llevaron al psiquiatra porque aseguraba que los gemelos tenían relaciones sexuales. ¡Con diez años decía eso! ¿Inventarse semejante cosa a esa edad? Jesús nos ampare —hizo la señal de la cruz.

Lorena bajó la mirada. Beatriz malinterpretó su silencio.

—Tal vez... quizás sea cierto —murmuró Lorena.

Beatriz la miró con desaprobación. Tal vez pensó que la chica estaba defendiendo a Michael. Y si supiera que Lorena había visto cosas con sus propios ojos...

—No lo creo —dijo con tono firme.

—¿Y Malkier? Ese hombre... es un misterio. El misterio de esta casa —comentó Lorena con los brazos cruzados.

Beatriz soltó un suspiro profundo. El nombre le pesaba.

—No puedo hablarte de alguien que nunca conocí —dijo sin mirarla. Y era cierto. Apenas lo cargó al nacer. Después de eso, ni lo tocó, ni lo crió, ni se le acercó.

—¿Cómo así? ¡Si viviste con esos muchachos desde que nacieron!

—No lo conocí bien en su niñez. Y cuando entró en la adolescencia... desapareció. Se hizo humo.

—Qué hombre más extraño... voy a intentar ser su amiga.

—No lo creo —comentó Eladio desde su rincón.

—¿¡Vas a dejar de escuchar todo lo que hablamos alguna vez!? —espetó Beatriz mientras colocaba una cantina de agua sobre el fuego.

—No escuché nada. Supuse. Y contesté —repitió Eladio, casi divertido.

—Sí, sí, claro... —rezongó Beatriz con sarcasmo—. Cuando hables con él, dile que...

—¿Qué hacen? ¿Por qué la cena no está servida? —interrumpió la señora Bennett, entrando como una tormenta.

Todos se detuvieron en seco.

—Lo siento, señora —murmuró Beatriz, bajando la cabeza.

—¡Dense prisa! Ya todos están en la mesa —soltó, antes de irse refunfuñando.

—Paciencia para no matar a esa vieja bruja —susurró Berenice mientras aplastaba una uva con los dedos.

Lorena sonrió por lo bajo. En esa cocina, cada palabra tenía filo... y cada silencio, una historia escondida.




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