Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 19

Lorena entró a paso lento a la biblioteca. Solo quería terminar con todo aquello. Ya le estaba afectando más de lo que quería admitir. No sabía si confiar en Michael o descartarlo por completo. Él se mostraba tan amable, tan paternal, pero no podía negar que a veces, solo su mirada le causaba terror. Como hoy, cuando le entregó el frasco. ¿Por qué le había dicho aquello? ¿Qué tenía planeado? No sabía qué pensar.

Mientras caminaba entre los pasillos silenciosos, vio por el rabillo del ojo la silueta de un hombre pasar tras uno de los estantes altos que contenían libros desde el suelo hasta el techo. Aquellos estantes eran imponentes, mucho más altos que ella.

Se acercó a uno y, con cuidado, separó algunos libros para mirar entre el pequeño espacio. Pensó que se trataba de Melquisedec, pero no. Era Malkier, el enigma de la casa Bennett. Estaba de espaldas, concentrado buscando algo entre los estantes, refunfuñando al no encontrarlo.

Lorena nunca había buscado libros por sí misma; si necesitaba uno, se lo pedía a su padre. Aquel lugar siempre le pareció inmenso e intimidante.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó saliendo de su escondite.

—No —respondió él sin voltearse. Ya sabía quién era por la voz.

—Quisiera hablar contigo.

—¿Sobre qué? No te considero mi sobrina. Te puedes ir —mintió con frialdad. La verdad era que no sabía cómo socializar, y prefería alejar a las personas antes de mostrarse vulnerable.

—¿Entonces podríamos ser amigos?

—No tengo amigos —se giró al fin. Tenía el cabello rojo como los demás, los mismos ojos verdes... pero con pecas.

—¿Por qué tienes pecas? El señor Bennett no tiene pecas, ni tus hermanos. En esta casa, la única que tiene pecas es... —se detuvo. Recordó que Beatriz había dicho que nunca había tenido una relación con el joven, pero también le había dado pistas para conocerlo.

—¿Quién? ¿Por qué te callas? ¡Qué estupidez! —frunció el ceño. Las mujeres le parecían un enigma y no hacía el mínimo esfuerzo por entenderlas.

—No te vayas, por favor. Hablemos.

—No, ya se me acabó el tiempo —replicó y salió de la biblioteca a paso rápido.

Lorena bufó. Nada le estaba saliendo bien hoy. Lo observó marcharse. Incluso su forma de caminar... su cabello rojizo, aún más intenso que el de ella. Jesucristo, ese hombre era la copia viva de Beatriz. ¿Qué demonios?

Salió corriendo de la biblioteca hasta llegar a la cocina.

—¡¿Malkier es hijo de la señora Beatriz?! —gritó con fuerza, dejando a todos boquiabiertos. Algunos criados soltaron cucharas y dejaron caer los platos. Berenice y Eladio, que ya sabían la verdad, se miraron en silencio. La pregunta era... ¿cómo lo había descubierto?

—¿En serio? Señora Beatriz, ¿usted es familia de los Bennett? —preguntó una de las criadas entrando a la cocina, con los ojos abiertos como platos. La noticia había volado más rápido que un susurro en misa. Un secreto que hasta ahora solo pertenecía a dos ancianos... y ahora, a toda la casa, menos a los Bennett y al joven.




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