Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 23

Malkier se puso su traje azul oscuro, ese que apenas usaba, y encima una gabardina rojiza, como era tradición en la familia Bennett. Ese color lo aborrecía. Representaba todo lo que odiaba de su apellido: poder vacío, apariencias, decisiones que no le pertenecieron. Ser un Bennett le repugnaba, pero esta vez, algo dentro de él le decía que tenía que vestir el uniforme del linaje para enfrentar la verdad.

Cuando Lorena entró en su habitación, él ya se estaba ajustando los puños de la camisa.

—Supongo que vienes a quitarme el tiempo con otra de tus necedades —espetó sin mirarla directamente—. No sé por qué insistes cuando ya te he dicho que no quiero tener ningún tipo de relación contigo. Eres masoquista.

—No es por mí —dijo ella con calma—. Es por alguien más. Porque si no te lo digo yo, te vas a enterar cuando ya sea tarde. Y no quiero que lo leas en una carta.

—¿Una carta? ¿Qué rayos estás diciendo? Ve al grano, que no tengo tiempo —respondió, consultando su reloj con fastidio.

—La señora Beatriz... es tu madre.

Las palabras cayeron como un disparo. Malkier se quedó inmóvil. Parpadeó lentamente. Su respiración cambió. Llevó una mano a su pecho y se sentó de golpe al borde de la cama. La habitación se volvió un silencio sordo.

—¿Qué...? ¿Qué me estás diciendo? —susurró con la mirada perdida.

—Mi padre me lo confirmó. Y ella también... al final. Lo negó, sí, pero terminó aceptándolo. Yo lo escuché.

—No... No puede ser. Eso es... imposible. Ella siempre dijo que...

—Algo tuvo que pasar para que nunca te lo dijera. Pero es verdad, Malkier. Eres su hijo. Y eso... eso te convierte en mi primo segundo.

Malkier apretó los dientes. Sus ojos se humedecieron. El hombre que hasta hacía poco desmembraba cuerpos con precisión quirúrgica, ahora se quebraba como un niño. Se llevó las manos al rostro, se lo cubrió y comenzó a llorar. Golpeó su frente con las palmas varias veces.

—¡Tanto odio... tantos años de rechazo... tantas preguntas sin respuesta! ¡Y era mi madre! —su voz se quebró por completo.

—Tienes que hablar con ella —dijo Lorena suavemente.

—no, no, no, que voy hablar ella... ella—se levantó de golpe, salió apresurado, y Lorena tuvo que seguirle el paso.

El pasillo crujía bajo sus zapatos. Algunos criados al verlos pasar no pudieron evitar seguirlos. No era común ver a Malkier fuera de sus espacios, y menos con esa expresión desencajada. Bajaron hasta la cocina, donde el ambiente se volvió tenso apenas pusieron un pie.

—¿Sucede algo, joven Bennett? ¿Tiene hambre? —preguntó Eladio, que al notar su rostro supo que la pregunta era inútil.

Malkier no respondió. Caminó firme, directo hacia ella. Beatriz lo vio venir. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Sabía lo que venía. Lo presentía. Sus ojos buscaron a Lorena por un instante, y lo comprendió todo.

—¿Es a mí? ¿Quieres decirme algo a mí? —preguntó con voz apenas audible.

—Sí —dijo Malkier. Se arrodilló frente a ella, como si el peso del apellido por fin le obligara a bajar la cabeza—. Es verdad lo que dijo la tonta, es verdad... tu eres, lo eres...

—Sí, lo soy... Soy tu madre.

Beatriz no pudo contenerse. El dolor de años encerrado se rompió como un cristal. Las lágrimas corrieron libres. Y por primera vez en décadas, madre e hijo se reconocieron en medio de una cocina llena de testigos silenciosos.




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