Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 24

—Sea cual sea la razón por la que hiciste eso... nada me daba derecho a tratarte tan mal —la voz de Malkier temblaba mientras sus palabras caían como piedras en su propio pecho—. No lo sabía. No sabía que eras mi madre, y por eso te rechacé. Siempre sentí algo extraño cuando te miraba. Un calor... algo que me confundía. Incluso llegué a pensar —bajó la mirada con vergüenza— que me estaba enamorando de ti. Qué horror, pensé... Pero no era eso. Era otra cosa... era la sangre. Eres mi madre. Y mi corazón lo supo desde siempre.

Beatriz se acercó con pasos lentos, como temiendo que él se desvaneciera si lo tocaba. Lo ayudó a levantarse del suelo, lo sostuvo entre sus brazos, y por primera vez en muchos años lo abrazó sin esconderse, sin miedo, sin reservas.

—No puedes dejar que tu padre se entere... —susurró ella, con los ojos enrojecidos—. Le prometí que nunca sabrías quién te trajo al mundo.

—Él no es mi padre —dijo Malkier, sin vacilar—. No sé quién lo es, pero sé quién no. No necesito pruebas. Solo tengo que mirarte... míranos. Somos el mismo rostro reflejado en dos tiempos distintos. Yo antes no quería verlo, pero ahora ya no puedo negarlo.

El murmullo contenido de los criados a su alrededor se apagó en seco. Nadie podía creer lo que estaban presenciando. La cocina, testigo de mil secretos, de pronto fue el escenario de una verdad más poderosa que cualquier rumor. Malkier Bennett, el hijo del patrón, el muchacho que muchos creían cruel, se quebraba delante de todos reconociendo a la sirvienta como su madre.

—No me importa ya lo que digan o lo que pase —continuó él, con la voz tensa pero firme—. Nos vamos de esta casa. No dejaré que sigas siendo esclava de esta familia. Te lo prometo. Te voy a dar el amor que nunca te di, el que siempre estuvo en deuda. Y cuando mueras —tragó saliva con fuerza—, aun después de la muerte, vas a sentir cuánto te amé, mamá.

La volvió a abrazar, esta vez con una mezcla de ternura y culpa que apretaba el alma. Luego, sin decir una palabra más, se marchó con el ceño fruncido y el paso firme. El silencio que dejó atrás fue tan denso que apenas se podía respirar.

Lorena, de pie en una esquina, observaba sin saber si aquello era el principio del fin o una victoria disfrazada. El aire estaba tenso, cargado, como si una tormenta se avecinara sin avisar. Nadie se movía. Nadie hablaba.

¿Malkier Bennett? El chico que todos creían el reflejo del mal... ¿Era solo un niño herido?

Beatriz, aún temblorosa, se volvió hacia Lorena y la abrazó con fuerza. La muchacha respondió sin pensarlo. Por primera vez en su vida, sintió el calor de un abrazo maternal. Uno de verdad. Cerró los ojos, y una lágrima le recorrió la mejilla hasta tocarle los labios.

Desde la puerta, Eladio los observaba en silencio. En su rostro, una sonrisa pequeña pero auténtica. Ese momento, aunque breve, le pareció más grande que cualquier batalla ganada.

—Gracias, linda —murmuró Beatriz, conmovida—. Hoy me has dado una lección. Me enseñaste que se puede ser valiente sin decir una sola palabra.

Se secó las lágrimas y salió de la cocina con dignidad. Nadie intentó detenerla.

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Más tarde, ya con la noche envolviendo la casa, Eladio entró en su pequeña alcoba. O más bien, su rincón, como él mismo solía llamarlo. Compartía ese espacio con Lorena desde hacía tiempo. Pobre pero seguro. Frágil, pero verdadero.

—¿Cómo te sientes con este logro? —preguntó él, con la voz baja.

—Feliz —respondió ella, sin titubeos—. Y recordando las palabras de alguien que me dijo que yo no podía cambiar nada.

Eladio bajó la cabeza y la abrazó con fuerza.

—Lo siento... Hay días en que me cuesta confiar. No es culpa tuya. Es solo que... perdí a mi primogénita por culpa de ese apellido. Perdí a mi esposa. Y ahora... no soportaría perderte a ti, que eres lo único que me queda.

—No me vas a perder —le aseguró Lorena con firmeza—. ¿Sabes qué? Yo también estoy cansada. El próximo en caer será Michael. Michael Bennett.

Eladio levantó la vista. Había determinación en los ojos de la joven. Ya no era solo una muchacha en busca de respuestas. Era una mujer con causa.

—Si Michael cae, todos caen —advirtió él con voz grave—. Incluso Malkier.

—Entonces que caigan todos —declaró Lorena con firmeza—. Por mi madre, por mi abuela... y por todas las mujeres que murieron en sus manos. Y créeme, Eladio... sé que no fueron pocas.

Eladio asintió en silencio. Su mirada se perdió en la sombra de la habitación. Afuera, la noche seguía cayendo, tan oscura como las verdades que estaban por salir a la luz.




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