Ellos Mienten

⚡ CAPITULO 26

Regresaron a la mansión en silencio. La nieve seguía cayendo, cubriendo los jardines como una sábana blanca. Al cruzar la puerta principal, Lorena vio a Eladio esperándolos desde el vestíbulo. Por un instante, deseó correr a su regazo y llorar como una niña. Pero se contuvo.

Eladio los recibió con una sonrisa tensa. Su instinto le decía que algo no estaba bien.

—Hola... —dijo, acercándose a ambos—. ¿Andaban de paseo?

Tomó a Lorena de las manos con discreción. Su piel estaba fría, pero viva. Sintió un leve alivio, aunque la angustia le apretaba el pecho.

—Sí —contestó Michael rápidamente, lanzando una mirada rápida a Lorena—. La mañana está hermosa. Pero ahora debo irme. Tengo algunos asuntos que atender. Adiós.

Desapareció entre los pasillos sin dar oportunidad a más preguntas.

Eladio la observó en silencio. Luego subió las escaleras con paso rápido, directo al área de los criados. Apenas llegaron a su pequeña habitación, cerró la puerta con firmeza.

—Si te hizo algo... dímelo ahora —le dijo con voz grave.

—No me hizo nada —contestó Lorena, aunque su mirada estaba apagada—. Pero necesito que me digas... qué es eso que debo saber sobre Michael. Lo quiero saber. Ya.

Eladio dudó.

—¿De qué estás hablando?

—Dímelo. Dime la verdad. Eso que cambiaría por completo lo que una vez pensé de él... Aunque para ser sincera, jamás lo quise. Y ahora menos.

Eladio suspiró, se sentó al borde de la cama y se pasó la mano por el rostro. Había algo en la voz de Lorena que no podía ignorar. Una mezcla de madurez, dolor... y urgencia.

—Michael no es el hombre bueno que aparenta ser ahora. Nunca lo fue. Está fingiendo —dijo con amargura—. Tu madre jamás se enamoró de él. Nunca fue él...

—Entonces, ¿quién era mi padre?

—Iba a ser otro... pero...

—Dímelo, papá. Soy fuerte. Más de lo que crees. No te imaginas lo que vi hoy.

Eladio la miró con atención, pero no preguntó. Esperó. Le dio espacio. Y entonces ella habló.

—No naciste del amor —dijo con la voz apenas sostenida—. Fue... Fuiste producto de una violación. Él la golpeó. La maltrató. La obligó.

Eladio cerró los ojos. Un sollozo se le escapó.

Lorena rompió en llanto. Pensó que podía con la verdad, pero esa verdad tenía un peso brutal. Ver el cuerpo de su madre ya había sido difícil. Saber ahora que su existencia era fruto del dolor la destrozaba.

¿Cuánto sufrió Rebecca? se preguntó. ¿Cuánta fuerza tenía que tener una mujer para cargar con eso... y aun así dar vida?

—Ya sé dónde está mamá —dijo entre lágrimas—. Él me dijo que murió en el parto... pero sé que no es cierto. No murió así. Y creo saber cómo la mató. De esa misma manera quiere hacerlo conmigo.

Eladio se llevó las manos a la cara. Las lágrimas le caían en silencio. Ver el cadáver de su hija, de Rebecca, le desgarraba el alma. Era como ver una vida apagarse dos veces. Recordó su risa, sus canciones en las mañanas, los abrazos, los pequeños regalos hechos con papel y flores. Todo aquello que Rebecca era... y que ya no volvería a ser.

Lorena se quedó en silencio. Lo observaba con ternura. Ahora no era solo una hija que consolaba a su padre. Era una joven que comprendía el dolor en su forma más cruda.

—Llévame —susurró Eladio, apenas audible, con la voz quebrada.

Lorena asintió con firmeza. Estaba lista.




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