Ellos Mienten

⚡ EPÍLOGO ⚡

Silencio.
Silencio absoluto.

Ya no estaba su risa.
Ya no flotaban por la casa sus alegres cantos.
Ella se había ido hacía mucho tiempo.

Hubo un momento en el que él creyó que aún podía hacer algo por aquella chica, pero no lo hizo.
Se quedó de brazos cruzados mientras ella desaparecía frente a sus ojos.
Se arrepintió en el alma, y lloró con un dolor que aún no lograba extinguirse del todo.

Pero entonces miró hacia sus brazos.
Allí, dormida con la inocencia intacta, estaba la pequeña que le recordaba tanto a ella.
Y sonrió.
Sonrió con nostalgia, porque comprendió que la vida le estaba dando una segunda oportunidad.
Una posibilidad de demostrar que podía ser un buen padre.
Todo lo que pasó, por más cruel que hubiese sido, no fue en vano.
Él lo entendía ahora: debía hacerlo bien, por ella.

Ese pensamiento no lo abandonó nunca.
Ni siquiera hoy, mientras observaba con orgullo cómo su hija recibía la bendición de un sacerdote, bajo el mismo árbol de manzanas que tantos recuerdos guardaba.
Lorena cumplía quince años.
Y él, Eladio, estaba ahí.
No solo ese día... sino todos los días desde entonces.

Por un momento, dudó si realmente había logrado cumplir su promesa de ser un buen padre.
Pero al verla despertar en aquel hospital, años atrás, comprendió que su segunda oportunidad aún no se había terminado.
Y que esta vez... no la desperdiciaría.

—Toma —dijo, extendiéndole una pequeña caja color rosa.

Lorena le sonrió con dulzura y la tomó entre sus manos. La abrió de inmediato, como si tuviera cinco años otra vez, y al ver su contenido, sus ojos se iluminaron.

—Gracias, papá... es preciosa —susurró, mientras sostenía un delicado collar decorado con una perla de rubí. Su tacto era tan suave y ligero que parecía una caricia. Se lo colocó con cuidado: combinaba a la perfección con su vestido.

—Felicidades, Lorena —intervino Bere, acercándose con otra caja, un poco más grande.

—¿Qué hay aquí? —preguntó la joven, agitándola con curiosidad.

—Ábrela —respondió Bere, con una sonrisa que no cabía en su rostro.

Lorena lo hizo sin dudar... y apenas vio el contenido, se le llenaron los ojos de lágrimas.
Allí estaba.
El diario de Rebecca.

—No lo pude leer... ni siquiera pasé de la primera página —susurró.

—Es una copia —explicó Bere—. Se ha convertido en el libro más vendido del año. La gente lo pedía sin parar, a pesar de que solo tiene trece hojas. Es... muy loco.

—Me encanta —dijo Lorena, conmovida, mientras la abrazaba—. Al menos... tendré algo de ella.

—De hecho —intervino Kevin, acercándose—, el collar que llevas también era de ella. Yo la ayudé a elegirlo.

—¿En serio?

—Sí. Se lo compró a Melquisedec —respondió con una sonrisa cargada de recuerdos—. No voy a mentir, me molestó un poco... pero igual le ayudé a escoger el mejor.

—Ay, qué tierno —balbuceó Bere, enternecida.

Lorena los miró con afecto, luego se inclinó y rodeó el cuello de Kevin con sus brazos, obligándolo a agacharse un poco para corresponder al abrazo.

—Gracias —murmuró con sinceridad.

Después se sentó en una de las sillas del jardín, con el pequeño libro entre las manos. Sus dedos acariciaban la portada con suavidad, pero su mente estaba lejos... muy lejos.

—¿Crees que algún día los volveré a ver? —preguntó, sin levantar la vista.

—¿Te refieres a los hermanos? —respondió Eladio.

Ella asintió levemente.

—Este pueblo es muy pequeño —dijo él—. Así que sí... siempre y cuando tú quieras.

Lorena no respondió.
No sabía por qué, pero seguía sintiendo esa extraña inquietud.
Esa necesidad de volver a verlos.
¿Los volvería a encontrar algún día?
¿Volvería a hablar con él...?
¿A mirarlo a los ojos?

Sí.
Quería hacerlo.
Quería preguntarle...

¿Por qué?
¿Por qué lo hiciste?




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