Sinderwhare, el culo del mundo americano. Lo era antes de la Gran Guerra y lo siguió siendo después hasta que la deshabitaron. Pueblucho de casas pequeñas, gente poco sociable y un estancamiento económico que lo hizo digno de ser llamado en su tiempo “la Cuba norteamericana”.
Sin embargo, ahora era mi única esperanza, la única esperanza para mi pequeño Matthy, cuya asma no le había dejado dormir desde la semana pasada con aquella permanente falta de aire y el sonido de unos pulmones que parecían rugir tras cada inhalación.
Hoy pensé que había mejorado, que la brisa seca del día le había ayudado a limpiar su pecho; pero la ilusión duró tanto como lo hizo la jornada, ya que no hizo más que caer el sol para que empeorara considerablemente.
Ni el aire tras la ventanilla, ni los ejercicios de respiración lograban calmarlo; parecía que toda su vida quedaba condensada en un suspiro que se negaba a salir, ahogándose junto a sus ganas de seguir viviendo. Era horrible verlo y abrazarlo para sentir la fragilidad de su pecho. Se me encogía el corazón a la vez que se creaba un nudo de impotencia en mi garganta.
Después de divagar entre pensamientos confusos, decidí que no me quedaría con los brazos cruzados. No podía resignarme a la idea de que a mi hijo se le escapase lentamente la vida y yo no hiciera nada. Por tanto, tomé una decisión, una estúpida pero necesaria decisión.
—¡¿Estás loca, Jen?! ¿Cómo vas a ir a Sinderwhare a esta hora? Sabes lo peligroso que es salir en estos tiempos; recuerda que ya ni los exploradores salen después de lo de Aaron y Derry. —Melissa tenía razón, era peligroso, pero qué más daba cuando el corazón de una madre no entiende de peligros si se trata de la vida de su hijo. Ella no lo comprende y yo no la juzgo; a fin de cuentas, ella no tiene hijos.
—Mel, esto no es por mí, no es un capricho mío, mira cómo está Matthy, si sigue así… —Una idea horrible recorrió los rincones de mi mente. Mi cuerpo se estremeció y las palabras salieron como un tembloroso susurro: —Posiblemente no llegue a mañana.
Melissa calló; su rostro estaba consumido por la incredulidad mientras sus ojos parecían anunciar: “Aun así, no me convences”.
La ignoré y simplemente seguí calzándome las botas de montaña, sucias aún con el lodo seco de la última exploración.
—Jeni, como quiera que sea, el Alcalde te expulsará del campamento si sabe que rompiste la regla.
“Ningún cazador o miembro de la colonia sale de sus tiendas después de las ocho de la noche”; conocía la regla y, sinceramente, ahora no me importaba.
—Al diablo con las reglas y el Alcalde. Él no va a curar a mi hijo, ni va a conseguirle un inhalador nuevo. —Me ponía la cazadora verde olivo cuando Melissa hizo un gesto con el dedo mandándome a callar mientras sacudía la cabeza para ambos lados.
No hables así del Alcalde; los vigilantes te pueden oír.
Torcí los ojos y no respondí a su comentario. Estaba cansada de aquel dominio opresivo de la Colonia. Tanta vigilancia, tantas reglas tontas para mantenernos a raya, todo cubierto por una fachada de seguridad y una idea casi religiosa de que, fuera de la Colonia somos “hombre muerto”, y no lo dudo, el exterior es peligroso, pero la obediencia ciega por encima de la libertad también lo es, ya no tanto para el cuerpo, sino más para la conciencia.
—Escucha, Mel, no me harás cambiar de opinión. Es mi hijo contra el mundo. Y aunque mi decisión implicara el fusilamiento, seguiría escogiendo a mi hijo. —Estaba decidida y Mel lo sabía, sabía que si seguía intentando impedir mi ida, sus palabras caerían en saco roto.
Ella caminó hasta Matthew, que estaba sentado al lado de la ventana capturando a tientas todo el aire posible en bocanadas largas e inhalaciones casi inexistentes. Su mirada se oscureció mientras sus cejas caían bajo el peso de la pena; por un momento pude ver un atisbo de comprensión de aquella causa mía en sus ojos. —Pero, ¿y si vas y no encuentras ningún inhalador en la farmacia? —dijo como aquel que pide en silencio que lo convenzan.
—Es un riesgo que estoy dispuesta a correr —respondí mientras abría el baúl donde estaba la linterna, una potente Fénix PD36R algo vieja, pero aún funcional. También cogí el rifle de caza y una caja de balas, arma que solo me serviría si me encontraba algún animal peligroso o a algún mercenario, pero no contra los forasteros; contra esos solo servían las linternas ultravioletas y todas estaban guardadas y custodiadas en la reserva de la Colonia.Sería un riesgo enorme para la misión intentar llevarme una.
—Además, que yo sepa no hay más asmáticos en el campamento ni tampoco creo que algún mercenario haya ido a saquear una farmacia solo para llevarse todos los inhaladores. Si los hay, deben seguir intactos allí.
Mel juntó los párpados y dio un suspiro profundo en tanto yo cerraba el baúl. Me eché la escopeta por el lazo al hombro, la linterna en una funda de pistola y las balas en un compartimento de la mochila en la que también llevaba un trozo de piel de cerdo. Solo faltaba guardarme la carne de animal descompuesto dentro de la cazadora. Una opción repugnante pero necesaria si quería tener posibilidades de sobrevivir.
—Vale, Jennifer, vale. Que conste que sigo sin estar de acuerdo con que cometas esta locura, pero… si no puedo detenerte, supongo que me tocará apoyarte. —Ella comenzó a deslizar suavemente su mano por la espalda de Matthew, en tanto dibujaba para el niño una mueca en su rostro que tal vez pretendía ser empática, pero estaba cargada de pena e impotencia.
La miré y le dediqué una pequeña sonrisa tan forzada como la suya. —Esa es mi hermana —dije, dirigiéndome hacia ellos.
Mel se levantó para lanzarse con prontitud hacia mí; nos dimos un abrazo que parecía que no tendría final. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho y sus uñas se clavaron levemente contra el rugor de la chaqueta. —Cuídate, ¿sí? —Su voz temblaba y junto a ella lo hacía mi corazón. Por un momento mis ojos se humedecieron; las lágrimas proferían amenazas de acción, pero las contuve con fuerza; ahora tanto ella como mi pequeño tenían que verme fuerte e inconmovible. —Tú también, Mel, cuida también a Matthy, no te separes de él.
—No lo haré. —Sus palabras se ahogaron, su pecho comenzó a saltar. Yo la apreté con fuerza y nos quedamos unos segundos más abrazadas, hasta que finalmente la solté. Estaba llorando.
Pasé un dedo por su mejilla y le sonreí con ternura, aunque no sé si me salió como eso o como una mueca forzada, como de aquel que intenta no derrumbarse ante una situación difícil.
Luego me acerqué a Matthy, lo llevé contra mi pecho con cuidado y le di un beso en la frente. Sus pulmones sonaban como un generador de energía que se quedaba sin gasolina. Mis palabras se diluyeron en un te quiero casi imperceptible; Matthew me miró con sus ojos de azabache que parecían querer decir “no te vayas”.
Nuevamente intenté no llorar y a duras penas logré conseguirlo. Volví a besar a Matthy mientras él buscaba mis ojos con los suyos.
—Ma…ma…no… —Sus intentos por hablar eran desesperados y angustiantes.
Cerré los ojos y me levanté; si seguía mirándolo y escuchando cómo forzaba la voz, mis lágrimas acabarían por inundarme el rostro y no podía permitírmelo, ya no tanto por Matthy y Melissa, sino por mí; yo necesitaba sentir que era fuerte o si no me acabaría derrumbando en la entrada de la tienda.
Les di la espalda y me dirigí a una olla de tapa metálica que tenía en el piso, la abrí y saqué unos trozos de carne cruda de la cual ya podrías imaginaros el olor que tenía. Ahogué una arcada antes de llevarme la carne bajo la cazadora.
—¿Y eso? ¿Por qué haces eso? —dijo la voz temblorosa y débil de Melissa.
—Eddie me dijo una vez que los forasteros son intolerantes al olor de la carne podrida.
Algo que además la Colonia usaba a su favor, ya que fuera del perímetro cercado, rodearon el lugar con unos postes de madera y trozos de carne cruda clavada en ellos. Y al parecer funcionaba porque ningún forastero ha intentado siquiera acercarse al campamento.
Era normal que Melissa no estuviera empapada de estos temas; ser doméstico te limita mucha información de la seguridad del lugar, además de que ellos no tienen permitido salir más allá del perímetro social.
Todo estaba preparado; era hora de irse sin mirar atrás y eso hice luego de pararme en la entrada de la tienda y respirar profundamente.
—Jen…
—Adiós, Melissa —la interrumpí sin darme la vuelta. Aun a esa distancia podía escuchar el pecho de Matthy rugir. Apreté los dientes y luché por unos segundos contra mis vacilaciones mentales. Di un paso al frente, sabiendo que después de ese, no habría marcha atrás.
Al salir, casi que no se notaba el peso de la noche. Los focos enormes de las torres vigías invadían cada espacio del terreno. El sonido de los generadores eléctricos era ensordecedor; sin embargo, ya todos estábamos acostumbrados a que gobernaran la Colonia después de las siete de la noche, o en otros tiempos, después de las seis.
Los vigilantes caminaban dispersos por el lugar, nunca ajenos a los ruidos de la noche. Unos arbustos al moverse, una piedra al rebotar, un gato al maullar, un bebé al llorar; todo los ponía en guardia, haciendo sacar sus linternas de luz ultravioleta junto a su pistola de balas explosivas. Tenía que tener mucho cuidado, aprovechar los puntos ciegos y, sobre todo, rezar al Dios de los antiguos para que no me descubrieran.
Caminé rodeando la tienda, con pasos largos y lentos; miraba mi entorno analizando el recorrido errático de los vigilantes. Un número grande de ellos rodeaba el único edificio que había en el pueblo, una estructura alta pintada de blanco con algo parecido a un plato hondo gigantesco en la cúspide. Allí se reunían los cabecillas populares cada final de semana y, de paso, vivía el Alcalde con su familia.
Había también vigilantes dispersos por la plaza cívica, un lugar rectangular y abierto donde en el centro se erige un vestigio olvidado del pasado en forma de estatua.
Los vigías en las torres estaban de espaldas a la Colonia, con sus rifles de francotirador esperando ser disparados en dirección a los bosques. Cuatro torres se alzaban en las inmediaciones del lugar, pero yo solo vigilaba con atención aquella que estaba en la zona de la verja que saltaría. Si no tenía cuidado, Kevin, el vigilante 0073 que custodiaba esa torre desde la desaparición de Derry, me vería.
El camino no era lo que se podría llamar cómodo ni tampoco fácil; estaba lleno de gravilla, pequeñas piedras, envoltorios y latas de conserva. Hacer cierto ruido por momentos se sentía una tarea inevitable. Pero allí estaba el traqueteo del generador de la torre este para salvar el día, haciendo que los vigilantes que peinaban la zona a menos de cien metros de mí fueran ignorantes de mis pasos de elefante.
Un perro comenzó a ladrar en algún lugar de la Colonia. Todos desenfundaron sus armas y encendieron las linternas UV. Por un momento pensé que me verían, que la misión había acabado siquiera antes de saltar la valla. Pero no, una parte de ellos corrían en dirección contraria a mí, mientras que los que se quedaron en su puesto miraban expectantes el camino de los otros.
Aproveché el momento para saltar hacia una de las esquinas de la tienda que limitaba el perímetro social con la zona de la valla. Esperé unos segundos para asegurarme de que el ruido seco de mis pies no había alertado a los moradores de la carpa. Afortunadamente, más allá de la voz de uno de los vigilantes que anunciaba que solo había sido un perro ladrando a una rata, no hubo ninguna evidencia de haber sido descubierta, al menos no por lo pronto.
El sonido del generador de la torre este se hacía más fuerte a medida que me acercaba a la zona. Pronto ya no podría confiar en mi oído para mantener el cuidado; dependería en mayor y única medida de mis ojos en tanto mi nariz y garganta sufrían con el penetrante olor de la carne echada a perder bajo mi cazadora.
Llegué a la verja y caminé por su margen unos cincuenta metros en dirección contraria a la torre este.
No era una cerca muy alta y, por suerte, tampoco estaba electrificada como la del campamento que está cerca de Welliston D.R.
Comencé con aquella tarea de dos pasos, que consistía primero en lanzar la escopeta y la mochila, para posteriormente saltar la valla, el paso que imaginaba sería el más difícil.
Y ciertamente lo fue; escalar aquello se convirtió en un objetivo titánico. La verja se tambaleaba de un lado al otro como si anunciase su inminente caída; los espacios para introducir los dedos eran pequeños y las botas parecían ladrillos en mis pies cada vez que las alzaba. Varias veces resbalé y tuve que iniciar mi escalada de nuevo.
La verja hacía ruido, pero la silueta de Kevin en la torre este parecía no enterarse del mismo; estaba concentrado leyendo algo bajo la luz de una linterna, alzando cada cierto tiempo los binoculares hacia el tupido bosque que tenía al frente.
Era la cuarta vez que intentaba escalar aquella maldita red de metal y parecía que mis pies se comenzaban a acostumbrar al ejercicio. Mis manos, aunque rojas y algo adoloridas, ahora se afirmaban con firmeza y la verja, ante mi toma básica de experiencia, comenzaba a verse más pequeña de lo que ya era. Lentamente lo estaba logrando; casi había llegado hasta su límite cuando de repente…
—¡Alto! —Una mano pesada se asió a mi pierna izquierda y una voz varonil lejana y reconocible logré distinguir en medio del ruido. —¡Baja en este preciso momento! —insistió la voz mientras me jalaba del pantalón.
Tuve que lanzarme en una maniobra torpe. Caí de espaldas ante la sombra humana que me saludaba con el cañón del arma directamente apuntado a mi cabeza. Con la otra mano desenfundó la UV y me iluminó de mala manera el rostro. El violeta cegador de linterna hizo que me llevara las manos a la cara; sin embargo, no pude evitar que aquel fulgor lumínico me dejara observando destellos blancos en medio de la oscuridad.
—¿Jennifer? —dijo la sombra al tiempo que apagaba la UV. Y menos mal, aquella cosa me había dejado con un halo en la córnea que difuminó el rostro de mi captor. Pero no hacía falta verle el rostro para saber de quién se trataba; con escuchar aquella voz más cerca de mí, era suficiente. —¿Qué se supone que estabas haciendo?
—Eddie. —Era el vigilante 0045 y mi actual pareja. Mi hombre de días cortos y noches eternas. Aquel que se cegaba ante el deber, olvidando que había sido novio antes de ser vigilante.
Se enfundó el arma, luego el UV y me ayudó a levantarme.
—Vuelve a la tienda antes de que te vean, ¡ahora! —susurraba en tanto miraba de un lado a otro, pensando tal vez que la luz de la linterna podía haber llamado la atención de alguien.
—No, Eddie, no puedo hacer eso, tengo que ir a Sinderwhare.
—¿¡Estás loca!? Ir al pueblo a estas horas. ¿Acaso quieres que los forasteros acaben contigo? —respondió mientras fruncía exageradamente el ceño y se llevaba la mano al rostro. —Además, ¿qué es ese olor?
—Es carne pasada de tiempo, Eddie, para impedir que los forasteros se acerquen a mí.
Eddie me miró directamente a los ojos. Aun en medio de la oscuridad, pude sentir el peso de su preocupación.
—¿Y para que los osos te despedacen apenas pongas un pie fuera de la verja, no? Jeni, mi amor, tienes que volver a la tienda; si te encuentran aquí, sabes lo que te va a pasar y lo que me puede pasar a mí por no haberte neutralizado y denunciado cuando te encontré.
—Eddie, tengo que ir a Sinderwhare. Matthy ha empeorado de la crisis y el último albuterol se gastó ayer. Si no le consigo uno nuevo, es muy posible que… —Caer en la misma frase que ya le había dicho a Mel hizo que mi voz se cuarteara, pero no podía detenerme; estaba perdiendo tiempo valioso —…no llegue a mañana.
Eddie me observaba envuelto en un silencio solamente roto por el sonido del generador. —Jeni, entiendo tu preocupación, pero no es buena idea que vayas al pueblo a estas horas, sin siquiera traer el equipo de protección adecuado. —Eddie se llevó la mano hacia la UV guardada en uno de los bolsillos del cinturón táctico.
—Pues si piensas así es porque en realidad no me entiendes. Te estoy diciendo que mi hijo puede morir si no hago este maldito viaje. ¿Crees que quiero, crees que si fuera alguna otra cosa de menor urgencia yo haría una locura como esta? No me respondas, simplemente tú sabes que no.
Él apretó los párpados y respiró profundo. Luego posó su mano sobre mi hombro y me miró con los ojos abiertos como semillas de ciruela. —Mira… —su tono de tranquilidad fingida y negociadora había hecho acto de presencia, ese que tanto odiaba y a veces me daban ganas de patearle las pelotas. —Espera a mañana y hablaremos con el Alcalde para…
—¡Y una mierda!, no voy a arriesgar la vida de mi hijo así.
—¡Pero la tuya sí la vas a arriesgar, ¿no?!
—Si fueras padre, tal vez lo entenderías.
—¿Acaso se te olvida que mi hermana es madre y esas niñas, desde lo de Aaron, son como mis hijas?
La conversación se estaba extendiendo demasiado; no me quedaba más que pensar qué podía hacer para escapar de aquella situación.
—Dime entonces si tú las dejarías morir por seguir unas estúpidas reglas.
Eddie dio dos pasos atrás; en su rostro ensombrecido veía a un hombre cumpliendo con su deber, un ser obediente al régimen que defendería la causa política más allá de la parental. Abrió la boca para decir Dios sabría qué, porque la volvió a cerrar al tanto que bajaba la mirada y meneaba la cabeza. —No es solo por eso, no son solo las reglas. Jen, eso allá afuera no es seguro. Si no lo es en el día, mucho menos en la noche. Además, yo… No soportaría perderte a ti también.
La anterior mujer de Eddie, Andrea, había fallecido hacía cuatro años en un parto complicado donde murieron ella y el bebé. Podía comprender su miedo a perderme, pero sus sentimientos no eran más importantes que mi hijo.
Mi mirada se deslizó hasta su cinturón táctico, notando al instante que su pistolera no tenía seguro. Era normal que los vigilantes no pusieran el retén para tener sus armas a la mano de forma fugaz en caso de haber algún inconveniente.
—Eddie —le dije agarrando con delicadeza su rostro con una de las manos, mientras deslizaba la otra desde su mentón a su pecho. —Necesito hacer esto —mi mano recorrió su torso hasta llegar con suavidad a su cinturón— y lo haré con tu aprobación o sin ella. —De un instante a otro, llevé la mano con rapidez hacia la funda. Tomé la pistola y di tres pasos atrás en tanto lo apuntaba.
—Jennifer…
—Lo siento, te quiero mucho, mi amor, pero… es mi hijo Eddie, es mi hijo…
El arma repiqueteaba en mis manos; Eddie no se inmutaba, solo me observaba con una mirada fría y distante.
Yo caminaba de espaldas a la reja, sin dejar de apuntarlo; no pensaba jalar del gatillo; es más, ni siquiera había rastrillado la pistola. Matarlo no estaba entre mis opciones, como tampoco hacerme daño estaba en las de él.
Al chocar con la verja, bajé el arma.
—¿No te vas a lanzar sobre mí cuando me gire? —dije con la inocente idea de que me diría la verdad.
Eddie suspiró profundamente y me sostuvo la mirada. —No lo haré, Jennifer… pero apenas cruces esa reja, voy a tener que dar el toque de alarma… es por mi bien. —Al decir aquello, su voz había adquirido un tono sombrío y vacilante, como si aquel hombre fuerte, decidido e intrépido que yo conozco, no fuera el que estuviera parado al frente mío. Algo se había roto en él, o mejor dicho, algo yo le había roto y me dolía pensarlo, pero son así como tienen que ser las cosas; no me quedaba más que aceptar esa realidad. —Haz
—Haz lo que tengas que hacer —dije tirando el arma al suelo y dándome la vuelta para escalar la verja. Esta vez una agilidad felina me llevó a estar fuera de la Colonia en menos de diez segundos. Fue algo de adrenalina ligada con el temor de que aquel hombre preso de sus propias convicciones traicionara su palabra… así como yo lo había traicionado a él.
Una vez afuera, recogí mis cosas y me dispuse a seguir mi camino.
—Jen —dijo. Estaba parado a menos de un metro de la verja con la pistola de vuelta en su mano derecha y un pequeño artilugio con apariencia de lápiz en la otra.
—Ten cuidado, no confíes en nadie que te puedas encontrar en el camino o en el pueblo; los forasteros son como tú y como yo en apariencia…— Hizo una pausa suavizando la mirada y apretando los labios; su preocupación seguía luciendo más allá del vigilante 0045 y eso lo apreciaba como él no lo podía imaginar. Mi corazón, en tanto, se derretía dentro de mi pecho. Quería volver para abrazarlo y amarlo con todas mis fuerzas por una última vez. Espero que algún día pueda perdonarme y, si no lo hace, al menos que pueda entenderme.
—…Pero ellos no son humanos, Jennifer —prosiguió tras una pausa en la que vi cómo sus manos comenzaban a temblar—, ellos no tienen sombra. —Al decir estas palabras apretó el pequeño artilugio parecido y este se iluminó en la punta de un amarillo tenue. A los segundos, una turba de vigilantes armados con escopetas modificadas corría en diferentes direcciones de la Colonia; los vigías empezaron a mover las luces mientras los haces de luz violeta comenzaron a revolotear sobre la tierra.
—Atención 0045, responda 0045 —una voz robótica declaraba desde el comunicador que pendía del cinturón de Eddie. Este me dio un último vistazo y se dio la vuelta, tomando el aparato en sus manos. —Aquí 0045 desde las inmediaciones de la torre este…
Allí no había más nada que ver ni escuchar. Rápidamente me di la vuelta y salí corriendo en dirección al bosque.