Pasadas dos semanas de aquello, Leslie no había salido de su habitación, ni de la cama. Mi madre había intentado hablar con ella varias veces pero le era imposible y viendo el sufrimiento de Leslie, ella también sufría.
Aquella mañana, llegó un caballero, que nos informaba de que esa misma tarde el prometido de Leslie llegaría a nuestro hogar.
-No voy a permitir que siga con esto – voceó mi padre mientras subía las escaleras
-Que hará mamá? – pregunté yo mientras desayunaba junto a mi querida madre
-Sacar a Leslie de esa habitación por las buenas o por las malas.
De repente escuchamos un estruendo, mi padre había tirado la puerta abajo. Después gritos de mi padre y lloros de mi hermana.
-Creo que la va a sacar por las malas – comentó mi madre y yo sonreí.
No me alegraba por lo que Leslie estuviera pasando pero al igual que mi padre, yo pensaba que debía asumir su responsabilidad. Casarse era lo mejor que podía hacer por ella y por ese bebé.
-No te voy a permitir ni un error más. Ya se ha acabado – le gritaba mi padre mientras bajaba las escaleras con ella, sujetándola del brazo.
-No quiero casarme papá por favor – volvió a decir ella mientras se arrodillaba.
-Te vas a casar y se acabó. – le contestó el firme.
-Leslie – llamé su atención – piensa que le darás un buen futuro al niño que llevas dentro.
-Elsbeth, - esta vez fue mi madre que habló con un tono endurecido- no te entrometas, es una discusión entre padre e hija y nosotras no debemos entrometernos.
Asentí viendo como en la entrada del salón mi hermana seguía de rodillas delante de mi padre.
-Por favor, por favor – decía ya sin fuerzas.
-Te vas a casar Leslie, no me provoques más vergüenza de la que ya me has producido. No vas a tener un bastardo, no lo voy a permitir. No voy a agachar la cabeza por la calle por tu vergüenza, por que tu no sabes cual es tu sitio en el mundo y no hay más que hablar.
-No papá, por favor- le rogó ella.
-Tienes una hora para bañarte y cambiarte. Si no vuelves con mejor aspecto volveré a por ti y esta vez será peor.
La cogió por los brazos y la puso de pie, ordenándole otra vez que suba junto a su doncella que debía arreglarla para su prometido que llegaría al atardecer.
-Elsbeth, debes cambiarte tu también , hoy no debes cabalgar ni hacer de las tuyas – me dijo mi madre más tranquila ahora.
-Por favor mamá, déjame disfrutar de esta mañana tan estupenda.
-No hija, tu recibirás a los invitados junto a nosotros y con buen aspecto por favor.
Mi madre, no era persona de gritar, de hecho siempre hablaba con un tono muy dulce, pero ese tono cambiaba y se endurecía cuando no se le obedecía. De hecho, daba más miedo que mi padre. El perdía los nervios y gritaba aunque nunca nos hizo daño, nunca nos puso un dedo encima, pero ella, controlando su carácter en todo momento, producía más terror. Como siempre se ha dicho, perro ladrador, poco mordedor y ese era mi padre.
Desayuné en silencio ya que las cosas no estaban como para poner pegas. Cuando terminé, antes de salir del salón besé y abracé a mi padre y subí junto a Ana, mi doncella, para bañarme y vestirme con un bonito vestido, tal y como de mi se esperaba también.
Comí queso y fruta en mi habitación para después ponerme el vestido rojo que mi padre me regaló hace un mes, cuando volvió de viaje. El pelo me lo dejé suelto. Mi bonito pelo castaño claro.
-Con el sol, parece que es rojizo – dijo Ana al peinarme.
-Si. Ana, como será ese tal Edgar ¿? – le pregunté, cambiando de tema.
-No lo sé señora, aunque me lo imagino grande y fuerte, como un buen highlander.
Ya era la hora, mis padres habían mandado a buscarnos y bajé sola. Esperaba encontrarme ahí a Leslie pero no fue así. Solo recibimos a aquel ejército mis padres y yo.
-Ve a buscar a Leslie – le dijo mi padre a una doncella – si no baja la traeré yo arrastras.
Me puse entre mis padres. A la derecha tenía a mi padre y a la izquierda a mi madre.
Cuando ellos entraron en el patio de casa de mis padres mi corazón se detuvo.El que iba en cabeza de los hombres era moreno, alto y fuerte. No se por que en ese momento me puse nerviosa.
Sus ojos negros, penetrantes, miraban hacia nosotros como intentando adivinar lo que pensábamos. De repente su mirada se detuvo en mi, y vi que en su cara asomaba una sonrisa, que sus labios se curvaron aunque al igual que apareció, desapareció.