Tamara apretó los puños, con la voz temblorosa.
—Tú puedes organizar tu vida con reglas y pasos, pero yo solo sé vivir contigo al lado, ¿entiendes? ¡No puedo imaginar este lugar sin ti!
Amelie abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir una sola palabra, un crujido seco las interrumpió.
¡Crack!
Ambas se giraron hacia el estante en la sala. Uno de los compartimentos vibraba, como si algo dentro latiera. Una pequeña caja decorada —de madera oscura con relieves dorados— cayó al suelo con un golpe sordo. Se abrió.
De ella rodó una joya: un colgante antiguo, en forma de lágrima, con una gema brillante que parecía contener un remolino de luz y sombras.
Tamara dio un paso adelante.
—¡Mi collar! ¡Mi abuela me lo dio, pensé que lo había perdido!
Pero antes de que pudiera tocarlo, la gema brilló con una intensidad imposible, bañando la habitación en un destello blanco cegador. El aire se volvió denso. El suelo tembló.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó Amelie, cubriéndose los ojos.
—¡No hice nada, lo juro! —chilló Tamara.
La joya se elevó en el aire y estalló en una lluvia de chispas doradas.
El espacio alrededor de ellas comenzó a derretirse. Las paredes del departamento se disolvieron en humo, los colores se mezclaron como pintura al agua.
Y entonces…
Oscuridad.
Una brisa extraña, fría, pero con olor a electricidad y tierra mojada. Cuando abrieron los ojos, ya no estaban en su hogar.
Estaban de pie en una ciudad nocturna, con enormes torres de cristal negro y luces de neón púrpura que flotaban en el aire como luciérnagas digitales. El cielo era una bóveda estrellada infinita, sin luna, con líneas de energía cruzando el firmamento como constelaciones artificiales. Pantallas holográficas titilaban en los costados de los edificios. Un dron pasó flotando, escaneándolas con un haz azul.
Tamara parpadeó.
—Esto no es París…
Amelie estaba inmóvil, mirando a su alrededor como si hubiera olvidado respirar.
—¿Dónde estamos? —murmuró.
Una voz suave, sin cuerpo, retumbó a su alrededor.
—Bienvenidas a Noxaria. Punto de entrada inicial confirmado. Análisis de origen: anómalo. Evaluación en curso.
Ambas se miraron, confundidas, asustadas… y por primera vez en mucho tiempo, completamente unidas por el desconcierto.
Tamara tragó saliva.
—Amelie… creo que estamos en otro mundo.
Amelie apretó los dientes.
La voz metálica volvió a resonar, ahora con un eco más firme, inminente:
—Anomalías detectadas. Serán transportadas con la Alta Consejera Nyra para análisis.
Antes de que pudieran preguntar qué significaba eso, sus cuerpos comenzaron a levitar, envueltos en un aura azulada. Tamara gritó:
—¡Amelie, no estamos soñando! ¡NO ESTAMOS SOÑANDO!
—¡No grites! ¡Ya lo sé! —respondió Amelie, forcejeando en el aire como si pudiera nadar contra la gravedad.
Un dron flotante, de forma circular con símbolos mágicos rotando en su núcleo, se acercaba a escanearlas… cuando de pronto algo lo atravesó en un estallido de chispas.
El campo que las sostenía se desactivó. Ambas cayeron de golpe al suelo, rodando entre hologramas rotos. Desde la penumbra de un callejón, surgió una figura, un chico alto, de piel pálida, cabello negro rebelde y ojos de un azul eléctrico que parecía brillar con vida propia.
—Se nota que no son de por aquí —dijo, con una media sonrisa y la voz grave.
—Amenaza: Kael detectada. Nivel de riesgo: crítico. —anunció la voz metálica antes de apagarse abruptamente.
El chico giró la cabeza y, sin cambiar el tono, dijo:—Vengan conmigo. Ahora.
Tamara y Amelie no se lo pensaron mucho. Todavía con el corazón latiendo a mil, corrieron tras él por las calles estrechas iluminadas por neones flotantes.
—¿Quién eres? —preguntó Amelie entre jadeos.
—Me llamo Kael —respondió sin detenerse.
—¿Dónde estamos? ¿Estamos muertas? —añadió Tamara, todavía con los ojos muy abiertos.
Kael soltó una carcajada breve, sin girarse:
—Jajaja, no. —Entonces se detuvo al llegar al borde de un rascacielos con vista panorámica—. Bienvenidas a Elyzeon.
Amelie y Tamara se detuvieron junto a él, sin aliento, y por un segundo olvidaron todo. Ante ellas se extendía una ciudad monumental, futurista y surreal. Torres flotantes, puentes de luz, trenes suspendidos cruzando el cielo estrellado, y estructuras vivas que se movían con energía mágica.
—Esto… esto no puede ser real —susurró Amelie.
—Es hermoso —dijo Tamara con los ojos brillantes.
Pero el momento no duró. Zumbidos metálicos los rodearon. Una docena de drones emergieron del cielo, cerrando el paso por todos lados. Sus núcleos brillaban con energía peligrosa.
Kael retrocedió un paso, observando las salidas. Todas bloqueadas.
—¿Confían en mí? —preguntó, volviéndose hacia ellas.
—¡Sí! —dijo Tamara con una sonrisa nerviosa y brazos extendidos.
—¡NO! —dijo Amelie al mismo tiempo, firme como una roca.
Kael sonrió de lado.
—Bueno, igual no tenía opción.
Los tomó de los brazos y se lanzó al vacío.
—¡¡¡ESTÁS LOCO, VAMOS A MORIR!!! —gritó Amelie con el viento estallándole en la cara.
—No lo creo… o por lo menos, no hoy —respondió Kael.
Justo antes de impactar contra el suelo, un portal circular hecho de runas flotantes se abrió bajo sus pies, tragándolos como un remolino de energía y desapareciendo en un destello plateado.
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Editado: 08.06.2025