Capítulo 6: Atrapadas juntas

—Bueno chicas —dijo Kael con su sonrisa habitual, interrumpiendo la calma con esa personalidad despreocupada que ya les resultaba familiar—, ya tengo sueño y se hace tarde. Nos vemos.

Sin más, comenzó a abrir un portal justo al lado de la hamaca donde estaba Tamara.

—¡¿Espera… a dónde vas?! —preguntó Tamara, levantándose de golpe para detenerlo.

—Bueno, ya me recargué, así que iré a dormir a otra de mis guaridas —respondió Kael, como si fuera lo más obvio del mundo.

Amelie lo miró frunciendo el ceño.

—¿Por qué no te quedas aquí?

Kael soltó una carcajada.

—¿Bromeas? Solo hay dos hamacas, y además… me gusta dormir solo.

Siguió un breve silencio. Tamara y Amelie intercambiaron miradas como si evaluaran si debían detenerlo o no.

—Bueno, adiós —dijo finalmente Kael con una media sonrisa antes de saltar dentro del portal.

—¡Espera! ¡Aquí hay baños! —gritó Tamara levantando una mano, pero ya era tarde.

—Y se fue —dijo Amelie sin darle mucha importancia mientras se recostaba en la hamaca con los ojos cerrados.

—¡De verdad necesito usar el baño! —protestó Tamara con urgencia.

—Hay un pequeño cuarto de baño allí, Tamara —respondió Amelie, señalando sin abrir los ojos hacia una puertecita hecha de lianas trenzadas al fondo del árbol.

—¡Muy bien! ¡Voy primero! —gritó Tamara mientras salía corriendo en dirección al baño, haciendo crujir la madera bajo sus pies.

-En la madrugada-

La noche en Sylvara era tibia, iluminada por luciérnagas mágicas y el murmullo constante de la selva. Entre el vaivén suave de las copas de los árboles y el murmullo sereno de criaturas mágicas, Tamara se agitaba en su hamaca. Su respiración se aceleraba mientras una pesadilla la atrapaba: revivía la discusión con Amelie, esa pelea antes del viaje, las palabras duras, la noticia del traslado a Berlín… y la inevitable separación.

Se despertó de golpe, con el corazón latiéndole con fuerza. Miró hacia el otro lado de la guarida: la hamaca de Amelie estaba vacía.

—¿Amelie…? —susurró Tamara, poniéndose de pie descalza sobre la madera crujiente.

La encontró en el pequeño balcón, sentada en silencio, abrazando sus piernas y mirando el paisaje nocturno de Sylvara. Las luciérnagas flotaban como pequeñas estrellas errantes, y las raíces luminosas de la jungla se enredaban.

Tamara se acercó lentamente y se paró junto a ella, sin decir nada al principio. Simplemente miró el mismo horizonte.

—Tamara… —dijo Amelie de pronto, sin apartar los ojos del paisaje—, ¿de verdad te gustaría quedarte en este lugar?

Tamara suspiró.

—Este lugar es increíble. Nos salimos con la nuestra en Noxaria, hay más regiones que pueden ser tan hermosas como esta… y ahora tenemos una misión —hizo una pausa, y en voz más baja añadió—: además, estamos juntas.

Amelie guardó silencio. Su cuerpo parecía tenso, como si estuviera conteniéndose. Tamara notó que había algo más, pero no quiso presionarla.

—Bueno… creo que deberíamos descansar. Entraré primero —dijo Tamara, dándose la vuelta.

Pero justo cuando iba a dar el primer paso hacia el interior, la voz de Amelie la detuvo.

—Tamara… tengo miedo.

Tamara giró, sorprendida.

—Tengo miedo a quedarnos atrapadas en este lugar… miedo a no cumplir con todo lo que tengo planeado… miedo a no ver a mis padres nunca más —la voz de Amelie se quebró.

Tamara se quedó callada, atenta, sin interrumpirla.

—Sé que dije que deberíamos quedarnos a ayudar —continuó Amelie—, pero… creo que realmente no tenemos opción.

—¿De qué hablas? —preguntó Tamara suavemente—. Amelie, no quiero que te sientas obligada a quedarte aquí. Podemos enfocarnos en buscar como regresar si eso es lo que quieres…

Amelie respiró hondo. Sus ojos ya estaban llenos de lágrimas.

—Es que cuando hackeé el sistema de Nyra… busqué información sobre viajes entre dimensiones… —tragó saliva— y no había nada. Absolutamente nada. Lo consideran imposible.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Tamara, sin pensarlo, se acercó y la abrazó fuerte.

—No quiero perderlo todo… —susurró Amelie, dejando que su llanto fluyera en los brazos de su amiga.