Embajador de tristezas

III

Emiliano se levanta de su cama, los rayos solares traspasaban la ventana. Mira su reloj, son las ocho de la mañana. Abandona su habitación. Mira a su alrededor y no descubre cambios en la casa, aparte del polvo que nota ahora con más claridad.

-Al parecer las damicelas siguen en el mundo onírico -dijo mientras intentaba buscar el baño.

Entra a la cocina. Es bastante rústica  y por su estructura parece que todavía usa leña. Un pueblo como ese no podría dignarse de contar con gas. Cruza la cocina que era parecida a su cuerpo, e ingresa a un nuevo fragmento de la casa. Al fin lo encontró, el baño. Este tenía un piso liso, no contaba con mayólicas y el retrete expulsaba un hedor nauseabundo. Afortunadamente (o no) esa casa tenía una ducha con agua. Emiliano ingresa y se va quitando sus prendas, dejando su esbelto cuerpo al desnudo, uno que al pasar de los años ja tenido que ir fortaleciendo para sobrevivir anteas adversidades. Aunque para el daño que le realizarían en el establecimiento, de nada servía.

Pasados unos treinta minutos, Emiliano abandona la ducha. Al pasar por la cocina descubre que el desayuno ya está servido, era un par de panes ciabata rellenos de queso, acompañados de un vaso de quinua. Se veían apetecibles, pero primero debía cambiarse, así que se dirige a su cuarto, por alguna razón la puerta estaba abierta.

-Que intrigante, juraría que la había cerrado, si es que me llevé la llave al baño -dijo mientras ingresaba a su habitación.

Esta no tenía cambios perceptibles, su ropa se encontraba exactamente igual como la dejó, bien planchada y en su posición correcta. Al revisar su equipaje no habían muchos cambios, sólo que la ropa estaba un poco desaliñada, aunque eso seguro que era debido al tiempo que pasó en ese lugar. Él no le presta gran atención al acontecimiento. Piensa que es sólo un error que cometió, solo eso, y nada más. Un gran error.

Cuando terminó de alistarse se dirigió a la mesa y encontró a Isabel y Ana Domínguez desayunando en silencio. Ellas estaban consumiendo lo mismo que él, pero al sentarse en esa silla de madera de roble, se sintió un cierto aire de melancolía en el ambiente. Los tres comían en silencio. Hasta que, como la ves anterior, Ana rompió este.

-¿Qué tal dormiste? -dijo posando sus ojos marrones en él, a la expectativa de su respuesta.

-Fue bastante confortable la verdad, dormí bien -dijo Emiliano.

-Ah, que bien, es agradable volver a tener un hombre en casa, y que usted se encuentre cómodo es bastante bonito. -dijo esbozando una gran sonrisa, parecida a la que reprodujo ayer.

-¿No tienen padre? -dijo lánguidamente Emiliano.

-Teníamos, hasta que un día sufrió un choque y ya no subimos más de él -dijo Ana mientras su sonrisa desaparecía.

-Lo siento, no quería incomodarla -dijo mientras se retiraba de la mesa.

-No se preocupe, ya lo superamos, luego de ese día ahora vamos más seguido a la iglesia y eso es muy agradable -dijo Isabel.

-¿su madre no va a desayunar?

-No, ella nos deja servido el desayuno y luego se va a trabajar, regresa a las ocho de la noche, hasta ese entonces yo me ocupo de la casa. Mi hermana se encarga de estudiar aquí en la casa mientras yo voy haciendo los quehaceres. -dijo Isabel, mientras se acercaba al lavadero para limpiar los servicios.

-Hasta ese entonces, yo voy a salir, necesito recorrer el lugar e investigar un poco acerca del pueblo.

-No hay problema, ¿a qué hora va a llegar? -dijo Isabel Domínguez.

-Supongo que en la noche, entre las siete y ocho -dijo Emiliano Apaza mientras se decidía por salir de la casa.

-No se olvide de la llave, tampoco de cerrar su cuarto -dijo Ana, la cual estaba junto a su hermana, trataba de llamar la atención de Isabel para poder hablar con ella.

-Muchas gracias por el consejo, estimada doncella. Ahora me voy, que tengan un grato día. -dijo Emiliano mientras abandonaba el hogar.

-¡Hasta luego! -exclamaron las hermanas Domínguez al unísono.

Emiliano Apaza abandona la casa. 
 




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