—¿Qué tengo que saber, Anny?
Silencio.
El tipo de silencio que pesa. Que no es silencio de verdad, porque adentro de mi cabeza todo gritaba.
—Esta es oficialmente mi hora de desaparecer —soltó Zoe, levantando las manos como si alguien le apuntara con un arma invisible.
Y sin esperar respuesta, salió del cuarto a toda velocidad. Escuché la puerta del frente cerrarse con un golpe seco.
Genial. Abandonada.
Ahora estábamos solos.
Cody me miraba con esos ojos que normalmente me hacían sentir a salvo, pero ahora solo lograban que quisiera meterme debajo de la cama y desaparecer.
—Bueno... —dijo él, rompiendo el silencio—. Sigo esperando. ¿Qué está pasando, cerebrito? Porque últimamente estás más atolondrada que nunca. Me esquivas como si fuera un examen sorpresa de matemáticas.
—Yo... yo tengo algo que decirte —tartamudeé.
—Perfecto. Soy todo oídos.
—Es que... o sea... —intenté hablar, pero mis palabras salían como si tuvieran nudos.
—¿Acaso asesinaste a alguien? Porque si lo hiciste, tenemos que hablar de esconder el cuerpo —bromeó, alzando una ceja.
—¡No! —exclamé, tapándome la cara con las manos.
—Cerebrito... creo que me estás mareando. Dilo de una vez.
—Estoy embarazada —solté, con las manos aún en la cara, mi voz sonando como si acabara de confesar un crimen.
Silencio.
Bajé las manos solo un poco para mirarlo, y vi cómo sus ojos se agrandaban como si acabara de ver un fantasma.
—¿Cómo?
—Estoy muerta —dije, retrocediendo hasta chocar con el borde de la cama—. Mis padres van a matarme. Literalmente. Asesinato con premeditación y alevosía. Seguro ya me están escribiendo el epitafio.
—Pero... ¿cómo? —repitió, todavía en shock.
—¿¡En serio acabas de preguntar cómo!? —lo miré con los ojos muy abiertos—. Cody, por favor. No es como si no te encantara practicar.
—¡Yo sí! Solo... —se rascó la nuca, nervioso—. Ok. Necesito un minuto.
—Tómate el minuto, la hora, la vida entera —solté con sarcasmo, cruzándome de brazos, aunque lo único que quería era desaparecer.
Cody dio un par de pasos lentos hacia mí. Me miraba como si intentara entender lo imposible.
Y entonces susurró:
—Creo saber cuándo fue...
—Calla, por favor —lo interrumpí, cubriéndome la cara con las manos otra vez—. No necesito que te pongas en modo calendario, ¿sí?
Él no dijo nada más. Solo caminó hacia mí, se dejó caer con cuidado a mi lado en la cama, y me envolvió con un abrazo que me desarmó por completo.
—¿Estás segura?
—¿Crees que bromeo con algo así?
—No. Solo... estoy procesando. Pero voy a estar contigo. No sé cómo, ni si seré bueno en esto, pero no voy a huir. Ni ahora, ni después.
Y eso fue todo lo que necesitaba.
—Tranquila, Anny... —susurró contra mi cabello—. Estoy cagado de miedo, pero estoy aquí. No voy a correr. Lo que tú quieras hacer, lo haremos juntos. ¿Sí?
Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez. Esta vez no por miedo, sino por algo mucho más fuerte: alivio.
Y ahí, en ese abrazo desordenado, entre risas nerviosas y verdades que duelen, supe que aunque el mundo se estaba cayendo a pedazos, él no me soltaría.