Narrado por Anny.
Peinarme con los dedos parecía haberse convertido en rutina. No tenía ganas de nada. Apenas podía sostenerme frente al espejo, con el estómago apretado y la mirada perdida.
—No tengo idea de cómo mirarlo a la cara... —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta.
—Estoy más que un desastre. Soy como... un huracán disfrazado de estudiante.
Bajé las escaleras arrastrando los pies. Mis padres ya estaban desayunando.
—Buenos días, cariño, ¿cómo dormiste? —preguntó mi mamá con una voz suave, como si supiera que cualquier palabra muy fuerte podía romperme.
—Anoche al llegar ya estabas dormida. No cenaste —añadió, con esa mezcla de preocupación y paciencia que solo las madres pueden lograr.
No respondí. Apenas probé el pan tostado con mermelada y dejé el jugo a medias.
Sentía su mirada en mí. No dijo nada más, pero su silencio pesaba. Como si me estuviera dando tiempo para hablar... como si me estuviera diciendo "cuando estés lista".
No sabía si algún día lo estaría.
El camino a la escuela fue silencioso. Afuera, el mundo parecía igual, pero por dentro... yo era un campo de ruinas. Solo podía pensar en una cosa: anoche me quedé dormida en los brazos de Cody. Lloré con él. Me sostuvo. Y fue tan fácil quedarme ahí, como si ese espacio entre sus brazos fuera el único lugar seguro que me quedaba.
Cuando llegamos, bajé del auto. El frío de la mañana me dio en la cara, pero no era nada comparado con ese hielo que tenía en el pecho.
Y entonces lo vi.
Cody. Estaba bajando de un Gepp.
¿Desde cuándo tiene un Gepp? Siempre lo había visto llegar en su moto, esa que rugía como si quisiera comerse el mundo.
Pero hoy... hoy parecía distinto. Más tranquilo.
O tal vez era yo. Tal vez yo era la que estaba tan alterada que todo en él se movía en cámara lenta.
Nuestros ojos se cruzaron. Verdes contra azules. Y por un segundo, el mundo dejó de existir.
Mi cuerpo gritaba que corriera, que fingiera no verlo, que todo esto no estaba pasando.
Pero no me moví.
—Hola... —dijo, su voz baja, tensa, pero tan honesta que me dolió.
—Hola... —respondí, apenas audible. Sentía que mi voz se quebraría con solo respirar.
Dio unos pasos hacia mí.
Sonrió.
Esa sonrisa.
Esa maldita sonrisa que siempre parece saber más de mí de lo que yo misma sé.
Me tomó la mano con suavidad, con una seguridad que me desarmó. Se inclinó apenas, y sin decir más... me besó.
No fue largo. Fue un roce. Pero uno que me dejó en piedra.
Un beso frente a toda la entrada de la escuela.
No supe qué hacer. Solo lo vi tomar mi mochila y colgársela al hombro como si fuera lo más natural del mundo. Luego, sin soltar mi mano, comenzó a caminar.
Y yo lo seguí.
Caminamos por el pasillo bajo miradas que pesaban como piedras.
Cada paso era una alarma.
Cada murmullo, una sirena.
Estábamos en el centro del universo.
Entramos al salón.
Yo apenas podía pensar. Solo sentía su mano... la soltó antes de que llegáramos a nuestros asientos, pero antes me apretó suavemente los dedos y murmuró:
—Estoy aquí.
Eso fue todo. Ni discursos, ni explicaciones. Solo eso.
Y sin embargo, fue más fuerte que cualquier cosa.
Me senté en mi lugar, temblando por dentro. Cody fue al suyo, como si nada hubiera pasado, como si esto no fuera... el caos.
Zoe se dejó caer junto a mí y me miró con los ojos como platos. Me tomó la mano, callada. Como si necesitara asegurarse de que esto no era una alucinación.
—Cody Montealva te acaba de besar frente a toda la escuela —dijo al fin, en un susurro tan cargado de emoción que me dieron ganas de llorar y reír a la vez.
Me apreté los labios. Mi cara ardía.
—Amiga... empieza el escándalo —añadió, con una mezcla de horror y emoción chismosa que solo Zoe podía tener.
Y entonces lo sentí. Las miradas. Las voces bajas.
Ya no era solo en mi cabeza.
Estaban todos hablando. Viendo. Juzgando. Opinando.
Nosotros ya no éramos "rumores". Ahora éramos escena principal.
Justo cuando Zoe iba a decir algo más, el profesor entró al aula.
—A ver, clase. Silencio. A sus puestos. Comencemos.
Como si no hubiera pasado nada. Como si no acabaran de presenciar la cosa más impactante de la semana.
Respiré hondo. Me obligué a mirar el cuaderno, a concentrarme, a no temblar.
Zoe me dio un apretón de mano más, esta vez sin palabras. Solo ella sabía cuánto necesitaba ese gesto.
Y yo pensé:
"Ya lo hice. Cody Montealva me besó frente a toda la escuela. Tal vez pueda sobrevivir lo que viene después."
Solo tal vez.