Narrado por Anny
Pasé toda la hora de clase encerrada en el baño, en los brazos de Zoe, que me sostenía como si pudiera protegerme del mundo. Me hablaba suavecito, sin hacer muchas preguntas. Solo estaba ahí. Como solo lo hacen las verdaderas amigas.
Cuando el timbre final sonó, Zoe no me dejó regresar al aula.
—Vamos —dijo, mientras me ayudaba a levantarme—. No pienso dejar que escuches más veneno por hoy.
Pidió un taxi desde su teléfono y salimos por la puerta trasera del instituto. No me importó no despedirme. No me importó nada, en realidad.
En casa, me senté en mi cama como un fantasma. Blanca. Vacía.
—Anny... no quiero asustarte —dijo Zoe después de mirarme durante un rato largo—. Pero creo que es hora de empezar con las citas. Mira cómo estás. No creo que sea normal que estés tan pálida, tan... así.
Yo solo asentí. Tenía las fuerzas justas para respirar.
Pasamos la tarde entre búsquedas en internet:
"primeras semanas de embarazo",
"citas prenatales",
"cuándo ir al ginecólogo",
"síntomas de alerta".
Zoe hablaba mientras tecleaba:
—Todo va a mejorar poco a poco. Y si no mejora, lo haremos mejorar nosotras, ¿ok? Te lo juro por mi colección de esmaltes, por mis libros de drama coreano y por mi amor por el chocolate.
Logró que sonriera. Apenas, pero sí.
Cuando ya era de noche, su mamá la llamó para que regresara a casa. Me ofrecí a acompañarla a la puerta, pero ella negó con un gesto:
—No te muevas. Hoy te toca descansar. Llámame si te sientes rara. O sola. O triste. O si solo necesitas que te diga lo increíble que eres.
Asentí, con un nudo en la garganta. Me quedé sola.
Y en esa soledad, rodeada de pestañas abiertas con información de bebés y artículos llenos de palabras que aún no entendía, me dejé caer en el sillón del cuarto, abrazando un cojín.
Mi teléfono seguía apagado, metido al fondo del bolso. Ni me acordé de cargarlo.
Hasta que...
Toc-toc-toc.
Salté. Literalmente.
Fui hasta la puerta y, al abrirla, lo vi.
Cody.
Con el ceño fruncido. El pelo algo desordenado. Y esa expresión entre enojo y desesperación que no le había visto nunca.
—¿¡Dónde estabas!? —soltó apenas me vio—. ¿Por qué no me respondiste? ¿Por qué no me esperaste? Te busqué por todo el instituto, hablé con medio mundo. ¡Creí que te había pasado algo!
—Cody, yo...
—¿Y por qué no me avisaste? ¿Por qué simplemente te fuiste así?
Quise explicarle. Quise decirle que mi teléfono estaba muerto, que no podía volver al salón, que necesitaba aire, que no podía soportar ni una palabra más.
Pero no pude.
Porque en cuanto vi su rostro ahí, molesto y preocupado, todo lo que había sostenido todo el día se rompió.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, y un sollozo me salió del pecho como una herida abierta.
—¡Lo siento! —grité entre lágrimas—. ¡Solo... lo siento! No pude más, Cody. ¡No pude!
Él se quedó quieto. Parado frente a mí. Y por un segundo temí que no hiciera nada, que no entendiera el huracán que se me venía desbordando por dentro.
Pero cuando mis piernas comenzaron a temblar, cuando sentí que el suelo me jalaba y no tenía ni fuerza para seguir de pie... fue él quien me sostuvo.
Con rapidez. Con miedo en los ojos.
Me atrapó entre sus brazos justo cuando mis rodillas flaqueaban.
—Anny... lo siento —susurró, abrazándome fuerte—. Perdón, estaba asustado. Solo quería encontrarte. Solo eso...
Yo cerré los ojos. Me rendí en ese abrazo. Con la cabeza en su pecho, sintiendo el calor de su cuerpo y su mano temblorosa acariciando mi espalda.
Y fue ahí, en ese instante íntimo, en ese momento en que ya no me quedaban defensas...
La puerta se abrió.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo mi papá, con una mezcla de sorpresa y rabia.
Mi mamá estaba justo detrás, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Sus ojos iban de Cody a mí... y no parecían nada tranquilos.
Cody se irguió un poco, aún sin soltarme.
—Anny, ¿qué pasó? —preguntó mi mamá, con voz más baja pero igual de alarmada.
—¿Qué carajo hiciste, muchacho? —espetó mi papá, dando un paso hacia nosotros, como si tuviera que separar algo que ya estaba roto.
Y yo...
Yo solo cerré los ojos.
Porque no tenía idea de cómo empezar a explicar todo lo que estaba mal.