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La segunda vez que vi a Anny fue en la biblioteca.
Yo venía sudado, con el cabello despeinado y el bolso medio colgando del hombro. Estaba saliendo de la práctica cuando la vi... sentada sola, concentrada, con un libro de álgebra abierto frente a ella.
Llevaba el cabello recogido en una coleta alta, perfectamente peinado, y unas gafas que nunca le había visto antes.
Parecía salida de una película.
Me acerqué sin pensarlo.
-Hey -dije, apoyándome en la mesa como un idiota.
Ella levantó la mirada. Me reconoció. Se le subieron los colores al rostro.
-¿Tú...? -dijo ella.
-Sí, yo... el tipo que arruinó tu noche en una fiesta y luego no supo qué hacer al día siguiente.
Ella me miró fijo. Luego bajó la vista al libro.
-Estoy ocupada.
-Y yo estoy ofendido -dije, fingiendo dolor-. ¿Así tratas al tipo que te hizo gritar de placer?
Me lanzó una mirada asesina.
-¿Quieres que te echen de la biblioteca?
-No sería la primera vez -me encogí de hombros.
Ella bufó. Pero no cerró el libro.
Me senté frente a ella.
-¿Qué haces con álgebra? -le pregunté.
-Intento salvar mi semestre -dijo con una mueca.
-¿Te ayudo?
-¿Sabes de álgebra?
-Sé fingir muy bien. Eso cuenta.
Y se rió. Por primera vez.
Terminamos hablando. Dos horas. Riendo. Picándonos. Riéndonos otra vez.
Al final, cuando me levanté para irme, me acerqué a ella... y la besé.
Y ella me besó de vuelta.
***
-No quiero perderla -le dije a Zoe, con la voz quebrada, apenas si podía mantenerme en pie-. No puedo perderla...
-No la vas a perder -susurró ella, agarrando mi brazo con fuerza-. No hoy.
Entonces la puerta se abrió. El doctor apareció, serio. Todos en la sala nos levantamos de golpe, como si el suelo se hubiera encendido bajo nuestros pies.
-Anny ya está estable -dijo, pero su rostro no transmitía alivio-. Acabamos de trasladarla a una habitación. Sigue muy delicada. Solo una persona podrá entrar a la vez. Muy poco tiempo.
Todos empezaron a hablar al mismo tiempo.
-¿Podemos pasar ahora?
-¿Cómo está mi hija?
-¿Qué pasó exactamente?
-¿Está consciente?
-¿Y el bebé? -pregunté yo, antes que cualquier otra cosa.
El doctor me miró. Se detuvo en seco. Sus ojos se clavaron en los míos.
-¿Ella ya estaba bajo control médico por el embarazo?
Tragué saliva. Negué con la cabeza. No pude decir más nada.
Suspiró, cansado.
-Tuvimos que administrar medicamentos de emergencia para salvar la vida de Anny. Eso podría haber afectado al bebé. No tuvimos opción.
Sentí cómo se me encogía el pecho.
-¿Está vivo? ¿Está bien?
-Aún es muy pronto para decirlo -respondió, con honestidad-. Estamos haciendo todo lo posible para salvarlos a los dos, pero... quiero que entiendan que aún hay riesgos.
Di un paso al frente, con el corazón a punto de estallar.
-¿Puedo verla?
Y justo entonces, la voz del señor García retumbó como un trueno.
-¡No! -dijo, colocándose frente a mí-. ¡Primero vamos nosotros!
-¡Señor, por favor! -exclamé, sin poder contenerme-. ¡Solo quiero verla!
-¡Tú no tienes derecho! -me gritó-. ¡Esto es tu culpa!
-¡Basta! -intervino la señora García, plantándose entre nosotros como una muralla-. ¡Basta ya! ¿Creen que esto va a ayudar a Anny?
El silencio fue inmediato, como si el mundo se hubiese detenido.
-No necesitamos un escándalo -continuó ella, más suave, pero firme-. Todos estamos destruidos. Esto es un caos, lo sé... pero lo único que podemos hacer es mantener la calma. Por Anny. Por ese bebé.
Su mirada recorrió la sala... y se detuvo en Zoe.
-Zoe, tú puedes pasar primero -le dijo, con un pequeño intento de sonrisa-. Anny estaría feliz de verte al despertar.
Zoe asintió y me miró. Yo no dije nada. Solo tragué mi rabia, mi angustia... y la vi desaparecer tras esa puerta, hacia donde estaba mi todo.
Y yo me quedé ahí, con los puños cerrados, los ojos húmedos... y el alma hecha pedazos.
Porque todavía no podía verla.
Y no sabía si la próxima vez que lo hiciera, seguiría sonriendo.