¿embaraza? La Nerd

Capítulo 19: Te quiero, Anny.

NARRADA ZOE

La habitación estaba en penumbras, pero lo que más dolía no era la luz tenue... sino verla a ella.

Anny... mi Anny... tan pálida, tan frágil, conectada a mil aparatos que pitaban sin parar, como si cada uno gritara que no estaba bien.

Me acerqué despacio.
Le tomé la mano. Estaba fría.

—Anny... —susurré, conteniendo las lágrimas—. Vas a estar bien. ¿Me escuchas? Tú vas a luchar. No es una opción.

Tragué saliva y acerqué un poco más mi rostro al suyo.

—Estoy aquí. Todos estamos aquí. Y no pienso soltarte. Así que no se te ocurra hacer una locura como... ya sabes, irte sin conocer a ese bebé que tienes ahí dentro.

Apreté un poco más su mano, rogando que me respondiera, aunque sea con un movimiento leve.

—Además... —continué con una pequeña sonrisa temblorosa—, ¿tienes idea de lo que lograste? enamoraste al idiota más orgulloso y cerrado que he conocido. Cody... sí, ese. El rebelde, el engreído, el que no escucha a nadie. Está fuera como alma en pena. Juro que si te vieras cómo lo tiene esto...

Solté una risa bajita, con la voz quebrada.

—Así que despierta, por favor. No puedes dejarlo solo con toda esa intensidad romántica de novela turca. Ni a mí tampoco. Te necesito, tonta. No me hagas ir a buscarte al más allá, porque sabes que lo hago.

Toqué su frente con la mía y cerré los ojos.

—Te quiero, Anny. Por favor, no te vayas.

Me quedé así, en silencio, sintiendo apenas su respiración.

Y entonces... tocaron la puerta.

—Ya es hora —dijo una enfermera.

Asentí con dificultad. Me levanté, fui hacia la puerta... pero no dejé de mirarla.

Entonces lo escuché.

Un pitido. Uno solo... largo.

Me giré en seco.

—¡Doctora! ¡El corazón se está deteniendo!

—¡Código rojo! ¡Preparen el desfibrilador!

Gritos. Pisadas. Alarmas.

—¡Anny! —grité, sin poder moverme.

Vi cómo corrían a su alrededor. Cómo empujaban camillas, conectaban jeringas, presionaban su pecho...

Narrado por Cody

No sé en qué momento mis piernas dejaron de sostenerme. Solo sé que estoy aquí, con la espalda contra esta pared blanca, frío el suelo debajo de mí, caliente el pecho por dentro como si algo ardiera... como si se me estuviera quemando el alma.

Anny.

Cada vez que escucho su nombre, se me aprieta el pecho como si alguien me metiera un puño ahí dentro y no lo soltara.

Me llega una imagen. Nítida. Viva.

La primera vez que estuvimos solos en su casa.
Yo había inventado la excusa más barata del mundo: "necesito ayuda con matemáticas", y Anny, con esa sonrisita tierna que me mata, me dejó pasar.

Sus padres no estaban.
Jugamos, reímos... y luego... nos desnudamos con ese juego tonto. Pero no fue solo eso. Esa noche fue el principio del fin de mi corazón libre.
Porque desde ese momento, ya no fue mío. Fue de ella.

Y ahora... ahora ella está ahí dentro.

Con mi hijo en su vientre.

Y yo aquí afuera. Esperando. Como un cobarde sin nada que hacer.

Escucho pasos. Rápidos.
Levanto la cabeza y entonces la veo.

Zoe.
Sale corriendo de la habitación.
Tiene la cara empapada en lágrimas y un temblor en el cuerpo que no había visto ni en el peor de los terremotos. Me levanto de un salto y corro hacia ella.

—¿Zoe? ¡Zoe! —la agarro de los brazos.

Ella apenas me ve, pero en cuanto lo hace, se lanza a mis brazos con fuerza.

—¡No quiere despertar! ¡Cody! ¡No quiere! —llora contra mi pecho, como si se estuviera quebrando.

La sostengo. Fuerte. Como si pudiera absorberle el dolor para que no se ahogue en él.

—Va a estar bien... —digo, sin saber si me lo creo siquiera—. Tiene que estar bien...

En ese momento, el caos explota.

Un doctor pasa corriendo por el pasillo con guantes en mano.
Tres enfermeras lo siguen, casi empujándose entre ellas. Una camilla con equipos médicos aparece de la nada.

Y entonces...
el grito.

—¡NOOO! —es la mamá de Anny.

Su grito ahogado sacude las paredes. Su esposo la agarra antes de que caiga, pero no la detiene: ella se aferra a su pecho, chillando, gimiendo como si le arrancaran el alma en pedazos.

Yo no puedo moverme.
Zoe se desliza a un costado, temblando, y me quedo ahí, mirando la puerta cerrada.

Cada segundo que pasa, es como si alguien me clavara un cuchillo en el pecho.

Silencio.

Un silencio que no debería existir en un hospital. Porque en el hospital hay movimiento, hay gente. Ruido. Vida.
Pero ese silencio...
Ese silencio es el que llega cuando algo deja de latir.

Entonces, una voz dentro.

—¡Código rojo en la 314!

Mi corazón se detiene.

—¡Desfibrilador, ya!

Me lanzo contra la puerta, pero una enfermera me bloquea el paso con los brazos.

—¡No puede entrar!

—¡Anny! —grito, desesperado.

Pero la puerta se cierra en mi cara. Y me quedo con el eco del pitido... ese pitido largo. Constante.

El que todos temen.

Los pasos de los médicos suenan como martillos contra el piso.

Y mi mundo... se desmorona.

Porque por primera vez, de verdad, siento que Anny...
podría irse.
Y llevarse todo lo bueno que alguna vez tuve con ella.



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Editado: 30.04.2025

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