Narrado por Anny
Después de tanto dolor, de tanto miedo... solo quería esto.
La calma de su pecho. Su respiración bajo mi oído. Me acomodé mejor sobre él, dejando que su brazo me rodeara. Mi mano, como por instinto, bajó a mi vientre. Ese lugar que aún no se notaba, pero que sentía más presente que nunca.
—El día que me enteré... —susurré, sin mirarlo— estaba con Zoe en casa. Me hice la prueba y cuando vi que era positiva, Zoe casi llega al techo de un brinco. Gritaba, reía... yo solo... sonreí.
Cody colocó su mano sobre la mía, en mi vientre. Su tacto fue tan suave que me dieron ganas de llorar.
—Estaba asustada —confesé, cerrando los ojos—. Esa noche hablé con mi almohada como si fuera mi terapeuta.
Él soltó una risa leve, ronca, que me hizo sonreír también.
—¿Y qué te respondió la almohada?
—Que estaba loca. Pero que iba a estar bien —respondí, alzando la vista hacia él.
—Tu almohada suena sabia.
—Más que yo, seguro.
Guardamos silencio por un segundo. Solo él, yo... y nuestro pequeño universo.
—Sé que somos muy jóvenes —dije, sin soltar su mano—. Que ser padres no es jugar a la casita. Pero no voy a renunciar a nuestro bebé. No puedo. No quiero.
Sus labios se pegaron a los míos en un beso suave, cálido, cargado de todo lo que no necesitaba decir. Sus manos acariciaban mi vientre como si ya pudiera sentirlo.
—Lucharé por él —susurró entre beso y beso—. Por los dos. Te lo prometo.
Coloqué mi mano detrás de su cuello, atrayéndolo más. Esta vez fui yo quien lo besó. No con miedo, no con dudas. Lo besé con todo el amor que sentía, con el deseo de quedarme pegada a él para siempre. Profundicé el beso. Dios... me había perdido el sabor de sus labios. Sentí cómo mi cuerpo se pegaba más al suyo, buscándolo, necesitándolo.
Y justo entonces...
¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!
La máquina empezó a sonar más fuerte, irregular.
Pegamos un brinco. Cody se sentó derecho como si lo hubieran electrocutado. Yo bajé la cabeza, avergonzada, mordiéndome el labio.
Una enfermera entró corriendo, con expresión de alarma. Nos miró. Miró la máquina. Luego... a nosotros.
Yo seguía colorada como un tomate.
Cody solo se encogió de hombros, con una sonrisa idiota en el rostro y dijo:
—¿Qué puedo decir? Soy irresistible.
La enfermera puso los ojos en blanco, murmuró algo como "adolescentes..." y ajustó la máquina antes de irse.
Yo no pude evitar soltar una carcajada bajita.
—Cody...
—¿Sí?
—A veces me olvido de lo mucho que te amo. Pero justo cuando me acuerdo... me dan ganas de besarte otra vez.
—¿Y estás esperando una invitación?
—No. Solo que la máquina no intente matarme de nuevo.
Nos reímos los dos. Y en ese instante, justo cuando el mundo parecía otra vez nuestro...
Entraron los doctores.
Era hora de tomar una decisión.
Uno de los médicos se acercó con el expediente en la mano, sus ojos serios, su voz baja.
—Anny, Cody... es hora.
Tragué saliva. Sentí que todo dentro de mí se hacía pequeño, menos esa certeza que me ardía en el pecho.
—Quiero que salven a nuestro bebé —dije, más segura de lo que me creía capaz—. No importa el costo.
Los médicos intercambiaron miradas. Fue como verlos hablar en silencio, con respeto... pero también con miedo.
—¿Estás cien por ciento segura, Anny? —preguntó uno—. Vamos a respetar tu decisión. Pero Cody...
Todos giraron hacia él. Yo también.
—Cody —añadió otro médico, más serio—. Necesitamos que tú también entiendas lo que está en juego. No solo es arriesgado. Es posible que Anny... no viva para conocer a su hijo.
Vi cómo Cody tragaba saliva. Cerró los ojos un momento. Sentí su pulso acelerarse bajo mi mano.
—Vamos a correr el riesgo —susurró, con la voz apretada de miedo... pero sin soltarme.
—Cody... —el médico intentó decir algo más, pero Cody levantó la mirada. Su rostro estaba tenso. Sus ojos... eran una tormenta.
—Estoy dispuesto a todo por ella —dijo con fuerza—. A TODO. Así que hagan lo que tengan que hacer... pero no se atrevan a rendirse.
—Vamos a intentarlo —dijo el médico, bajando ligeramente la cabeza—. Vamos a intentar salvarlos a ambos. Pero Cody... esto no es una promesa. Es un riesgo. Puede que ella sobreviva y el bebé no. Puede que él viva, pero ella no resista. Y en el peor de los casos...
Se detuvo. El silencio que cayó fue tan denso que sentí que me ahogaba.
—...puede que ninguno de los dos lo logre.
Todo se quedó quieto. Los monitores, los pasos, mi respiración... hasta que lo dije. Hasta que dejé salir lo que ardía dentro de mí.
—Quiero a nuestro bebé.
No era un grito. No era una súplica. Era una promesa.
Cody se arrodilló junto a la cama. Me tomó la mano con ambas suyas y apoyó su frente contra la mía. Sentí su miedo. Sentí el mío. Pero sobre todo... sentí el amor que nos sostenía.
El médico lo observó por un largo segundo. Luego asintió.
—Entonces luchemos —dijo al fin—. Hasta el último respiro.
Apenas el médico asintió y salió de la habitación, llevándose consigo a los demás para firmar papeles y preparar el tratamiento... el silencio cayó como una manta densa. Pero no duró mucho.
La puerta se abrió de golpe. Mi madre entró primero, con lágrimas en los ojos. Detrás de ella, mi padre. El rostro endurecido, la mirada como una tormenta contenida.
—¡¿Qué están haciendo?! —espetó él apenas cruzó la puerta, sin mirarme. Solo con esa rabia que venía desde el miedo.
—Papá... —murmuré, débil.
—¡No! No quiero escucharte, Anny. ¿Cómo es posible que tú—? —se giró a Cody con los ojos encendidos—. ¿Y tú? ¿Tú no vas a hacer nada? ¿Vas a dejar que ella decida esto como si fueran dos adultos responsables?
Cody me sostuvo la mano con más fuerza. Su mandíbula se tensó. Lo vi resistir las ganas de perder el control.