Narrado por Cody.
Anny dormía. O algo parecido.
Su respiración era débil, pero constante. Cada vez que su pecho se alzaba, sentía que el mío también lo hacía con ella. Como si necesitara verla respirar para recordar cómo hacerlo yo.
La habitación estaba en silencio. Pero mi cabeza no.
No había paz dentro de mí. Solo ruido. Gritos. Pensamientos que no me dejaban en paz.
"Podrías perderla."
"¿Y si salvas al bebé pero ella...?"
"¿Y si pierdes a los dos?"
Me pasé las manos por la cara. Tenía los ojos secos y los pensamientos húmedos. No sabía cuántas veces ya le había dicho al médico que sí. Que estábamos listos. Que lucharíamos. Pero ahora... ahora no estaba tan seguro.
¿Qué clase de lucha es esta?
¿Una donde tal vez tenga que enterrar al amor de mi vida?
¿Una donde tal vez tenga que mirar a los ojos a un bebé y decirle que su madre murió por él?
¿Y si no sobreviven ninguno de los dos?
No. No puedo pensar eso. Pero lo pienso. Lo pienso cada maldito segundo.
La veo tan frágil... y la odio por ser tan fuerte. Por aferrarse. Por no dudar, como yo estoy dudando ahora.
"Anny no se rinde."
"¿Y tú, Cody? ¿Tú sí?"
Cierro los ojos. Me imagino un mundo sin ella. Y luego un mundo sin nuestro hijo.
Y no quiero ninguno.
Quiero los dos.
Pero ¿y si no se puede?
¿Y si me toca elegir...?
Dios mío, no me hagas elegir.
Me paro. Camino en círculos. Apoyo la frente contra la pared. Quiero gritar. Quiero golpear algo. Pero me quedo callado, porque ella duerme. Porque no quiero asustarla. Porque me estoy asustando yo solo.
Y entonces la escucho. Un suspiro. Un quejido suave.
Me lanzo hacia ella.
La miro.
Anny.
Mi chica valiente. La que está dispuesta a todo.
—Cody... —susurró con una voz tan suave que por un instante pensé que lo había imaginado.
Levanté la cabeza de inmediato, y ahí estaba. Despierta. Mirándome. Con esos ojos que tanto amo.
Me acerqué en un segundo, tomándola de la mano, como si necesitara tocarla para asegurarme de que era real.
—Estás despierta... Dios, Anny...
La abracé con el alma. Con cuidado. Con miedo. Como si pudiera romperse entre mis brazos. Como si ya estuviera rota. Y tal vez lo estaba... igual que yo.
Respiré hondo, porque ella merecía la verdad. No podía ocultársela.
—Anny... él está luchando. Tu cuerpo también, pero... nuestro bebé... está luchando por mantenerse vivo.
Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Cómo se deshacía frente a mí.
—Cerebrito, mi amor... —susurró, apenas audible—. Él está débil, pero tú estás un poco más fuerte.
—¿Cody, qué...? —me acerqué más, con el corazón acelerado.
—Mi amor... tú puedes...
—¡Cody! ¡Tú... tú estás de acuerdo con lo que dicen! ¿Tú...?
—¡No! —grité, dolido, desgarrado—.
—Entonces ¿por qué lo estás considerando?
—¡Porque tengo miedo, Anny! —solté al fin, dejando que se rompiera mi voz—. ¡Miedo de perderte! Yo quiero a ese bebé. Lo amo. Pero también te amo a ti. Y no puedo... no puedo perderte. No podría vivir conmigo mismo si eso pasara...
Ella negó con la cabeza, con los ojos encendidos por la rabia y el dolor.
—No puedes dejar que le pase algo. ¡Es nuestro hijo!
—¡Lo sé!
—¡Entonces no me toques! —Zafó su mano de la mía como si yo la quemara—. No me toques cuando estás considerando dejar tirado a nuestro hijo.
Me quedé quieto. Roto.
—No...
—Sí. ¡Porque todavía estás discutiendo si él vale lo suficiente!
—¡Anny, por favor! —Mi voz se quebró más de lo que ya estaba—. Mi amor, déjame explicarme. Escúchame, por favor...
Ella me miró. Con el corazón destrozado. Como si ya no creyera en mí. Como si yo fuera otro más que la estaba fallando.
—No me hagas elegir, Cody... no me obligues a rendirme.
—Nunca. —Temblaba—. Vamos a luchar. Los tres. ¿Sí?
La abracé de nuevo. Esta vez, no me rechazó. Sentí su cuerpo tibio contra el mío, débil... pero aferrándose. Como si con eso bastara.
—Anny... te amo —susurré en su oído.
Y ella me apretó más fuerte, con la poca fuerza que le quedaba.
—Estaré bien, mi amor —me dijo con una voz débil, pero llena de esperanza.
Y ahí... ahí fue cuando lo entendí.
Que podía perderla. Que el miedo que tenía no era un "tal vez".
Era real.
Estaba ocurriendo.
Y me juro por Dios...
No quiero vivir en un mundo donde ella no exista.
Los médicos entraron sin hacer demasiado ruido, pero yo los sentí como si el mundo entero se moviera con ellos. Anny me miró. Tenía miedo, sí. Pero también algo más. Valor. Ese valor que siempre había tenido, incluso cuando temblaba por dentro.
—Vamos a empezar el tratamiento para estabilizarte a ti y al bebé —dijo una de las doctoras con voz suave—. Pero antes, queremos hacer una ecografía. Ver cómo está.
—¿Listo para conocer al mini tú o la mini yo? —preguntó Anny, con una sonrisa nerviosa que me rompió y me sanó al mismo tiempo.
—Listo para comprobar que tiene mi nariz perfecta y tu terquedad —bromeé, aunque la voz me tembló más de lo que esperaba.
Anny soltó una risita bajita y me apretó la mano.
—¿Listos? —preguntó el doctor mientras encendía el monitor.
Anny asintió. Sus dedos entrelazados con los míos. Sus ojos brillaban con esa mezcla de miedo y esperanza que solo una madre puede sentir. Yo respiré hondo, como si ese instante fuera el primero real en mucho tiempo.
Y entonces, ahí estaba.
Una pequeña figura borrosa apareció en la pantalla. Tan diminuta. Apenas visible. Pero estaba ahí.
—Ahí está... —susurró el doctor, y mi corazón se detuvo un segundo—. Su bebé.
Me sentí como si todo el aire del mundo hubiera sido reemplazado por emoción pura. Anny llevó sus manos a la boca. Yo no podía apartar la vista de esa imagen.