¿embaraza? La Nerd

Capítulo 28: El suéter de los latidos.

Narrado por Cody
Cuatro meses.

Ciento veinte días.

Casi trescientas madrugadas escapándome del hospital en silencio para volver a casa, ducharme, cambiarme y fingir que soy un chico normal.

Pero ya no lo soy.

No desde que supe que ella estaba embarazada.

No desde que vi ese pequeño punto latiendo en la pantalla, como si dijera: "Estoy acá. Y soy tuyo."

Desde entonces, todo cambió.

Anny lleva internada todo este tiempo. Su tratamiento ha sido difícil. Hay días en los que ni siquiera puede levantarse de la cama sin marearse. Pero no se ha rendido. Nunca. La he visto estudiar con fiebre, escribir con las manos temblorosas, dormirse con los audífonos puestos escuchando biología o literatura, o simplemente música para calmar la ansiedad.

Y yo...

Yo hago lo que tengo que hacer. Paso por la escuela como un fantasma con nombre. Voy, estudio, cumplo. Pero mi verdadero día empieza cuando cruzo las puertas del hospital. Ahí es donde respiro. Donde todo tiene sentido.

Donde está ella.

No ha sido fácil. Cuando en la escuela se enteraron del embarazo, los rumores volaron como plagas. Algunos hablaron basura sin ningún filtro. Pero dejé algo en claro desde el principio: si alguien decía algo feo sobre Anny, se las vería conmigo. No con golpes —aunque ganas no faltaban—, sino con miradas. Con la firmeza de quien no está dispuesto a permitir ni una palabra más. Y funcionó.

Anny nunca supo. No le conté. No necesitaba cargar con más peso.

Cada vez que entro a su habitación, es como si todo lo de afuera se apagara. Ella está ahí, con su libro sobre las piernas, sus gafas deslizándose por la nariz, y esa pequeña pancita que empieza a crecer. Y juro por Dios... no hay nada más hermoso que eso.

Hoy, por ejemplo, la encontré sentada, mirando por la ventana. Llevaba uno de mis suéteres. Dice que huelen a mí, y que le dan paz. Yo solo sé que verla con él me destroza y me reconstruye al mismo tiempo.

—¿Sabés qué me dijo la enfermera hoy? —me preguntó con una sonrisa suave cuando me senté a su lado.

—¿Qué?

—Que ya se nota —susurró, bajando la mirada a su vientre.

Entonces lo vi. Redondito. Suave. El principio de una vida creciendo dentro de ella. Me acerqué, sin decir nada, y apoyé mi frente sobre su pancita. Como si pudiera protegerlos a los dos solo con tocarla.

—Hola, pequeñi —murmuré—. Te prometo que voy a hacer todo bien. Que tu mamá y yo vamos a pelear por vos. Porque ya sos parte de nosotros. Porque te amamos, aunque todavía no hayas nacido.

Anny me acarició el cabello en silencio. No necesitábamos palabras.

Solo estar juntos.

Hasta que alguien golpeó suavemente la puerta.

—¿Anny? ¿Sos vos?

Ambos giramos. En la puerta, con una sonrisa confiada, estaba un chico alto, moreno, con rulos desordenados y una chaqueta de cuero. Su cara... me resultó familiar, pero no podía ubicarlo.

—¡No puede ser! ¿Alex? —exclamó Anny, con sorpresa genuina—. ¡Pensé que te habías ido a Canadá!

¿Alex? Mi ceja se arqueó sin que pudiera evitarlo. ¿Quién carajos era Alex?

—Volví hace una semana —respondió él, acercándose con aire relajado—. Vine a visitar a mi hermana... y no podía irme sin verte. Me enteré de lo que pasó y quise venir a saludarte.

Le dio un beso en la mejilla.

Ok. Alto ahí.

Me crucé de brazos, sin moverme del lado de Anny.

—Perdón... ¿y vos sos?

—Alex —dijo, tendiéndome la mano—. Mejor amigo de Anny... bueno, ex, parece.

Le di la mano, sí, pero fue más un toque de protocolo que un apretón sincero. Y me paré frente a Anny, como si con eso pudiera blindarla.

—Yo soy el novio —aclaré con una sonrisa que no era precisamente amable.

—Wow, felicidades —dijo él, incómodo—. Nunca imaginé a Anny siendo mamá tan joven, pero... vos siempre fuiste sorprendente.

Anny se rió, tal vez por la tensión, tal vez porque no se esperaba ese reencuentro.

—Gracias por venir, Alex.

—Claro... no quiero interrumpir. Solo... me alegra verte bien. Y me alegro por ustedes —dijo antes de girarse y salir, dejando la puerta cerrarse tras él.

Silencio.

Anny me miró y, apenas vio mi cara, soltó una risita.

—¿Todo bien, señor protector alfa?

—¿Alex? ¿En serio? ¿El "mejor amigo que desapareció como un fantasma" aparece justo hoy?

—Ay, Cody... fue solo una coincidencia.

—Sí, claro. Y las palomas del parque no te atacan a propósito.

Ella se echó a reír. Esa risa que me hacía olvidar cualquier estupidez.

—¿Estás celoso?

—No. Estoy... pendiente. Eso es distinto.

Me besó en la mejilla, aún sonriendo.

—Mi corazón, mis besos y mis ataques hormonales... son todos tuyos.

—Bueno —dije, rendido—. Con eso puedo vivir.

Nos abrazamos y volvimos a la cama. Anny se acomodó en mi pecho, con su pancita tocando mi costado, y el suéter envolviéndonos a los tres.

Y aunque mi radar estaba oficialmente activado contra cualquier "Alex" que se atreviera a cruzar la línea, en ese momento, lo único que importaba... era ella.

Ella y nuestro pequeño latido.

Apenas pasaron unos minutos desde que Anny cerró los ojos, y su respiración se volvió suave, acompasada. Yo seguía con la cabeza apoyada en su vientre, sintiendo ese silencio especial que se forma cuando todo está bien, aunque sea por un rato.

Entonces, el celular vibró de nuevo. Otra videollamada.

Zoe.

Sonreí mientras contestaba, bajando el volumen para no despertar a Anny.

—¿Otra vez vos? —susurré con una sonrisa cansada pero feliz.

Zoe apareció en pantalla, envuelta en una manta, con el pelo revuelto y una expresión dulce.

—Shh... sé que es tarde, pero tenía que darles las buenas noches. A los dos. No puedo dormir si no lo hago.

Miré a Anny, que dormía tranquila, abrazada a una almohada. El suéter que le presté seguía enredado entre sus brazos.



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Editado: 30.04.2025

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