Narrado por Anny
Después de semanas enteras encerrada en la misma habitación blanca y aburrida, por fin me dieron permiso de salir. Solo unas horas. Solo si iba en silla de ruedas. Solo si Cody estaba conmigo. Pero nada de eso me importaba.
Porque estaba afuera.
Afuera.
El aire me pegó en la cara como una caricia después de una tormenta.
—¡Estoy libre! ¡Libre como las palomas del parque! —grité con los brazos alzados, sintiéndome más viva que en días.
Escuché la risa de Cody detrás de mí.
—Anny, calmate. La enfermera dijo "nada de emociones fuertes".
—¡Esto es fuerte, Cody! ¡Estoy oliendo aire que no huele a alcohol ni a gel antibacterial! ¡Esto es gloria celestial!
Nos reímos como tontos. No nos importaba si la gente nos miraba raro. Ni si algunas se reían bajito al pasar. Nos teníamos. Estábamos juntos. Y el sol, por fin, nos tocaba la piel sin filtros.
Cody me llevó por el caminito del parque hasta la sombra de un árbol enorme. Cuando me bajó con cuidado de la silla, vi que había puesto una manta sobre el pasto, con frutas cortadas, jugo y algunas galletas escondidas como si fueran tesoros. Sonreí sin poder evitarlo.
—¿Y esto?
—Proyecto: picnic improvisado sin permiso del hospital —me dijo con una cara de pícaro que me derrite.
—Estás completamente loco —le dije, dándole un beso en la mejilla—. Pero te amo así.
Nos sentamos y empezamos a picotear la comida. Hacía calor, pero era ese calorcito lindo, el que se siente como abrazo. Una paloma se acercó sin miedo a nosotros, y Cody intentó espantarla sin éxito.
—Esa paloma tiene tu personalidad: decidida y molesta —le lancé con una sonrisa burlona.
—Y vos tenés la de un pan: tierno, pero fácil de aplastar.
—¡Idiota! —le dije entre risas, empujándolo un poco.
Nos reímos tanto que terminé apoyada contra su pecho, sus brazos envolviéndome con esa mezcla perfecta entre fuerza y ternura que solo él tiene. El bebé se movió un poco, como si también se riera con nosotros. O tal vez solo aprobaba el picnic.
—¿Sabés qué pienso? —me dijo de repente, con ese tono que usa cuando va a ponerse emocional.
—¿Qué?
—Que este bebé ya es fuerte. Como vos. Y eso me da paz.
Lo miré sin poder hablar al principio. Me llenó el corazón. Le tomé la mano y la llevé hasta mi vientre, que ya empezaba a redondearse bastante.
—Lo vamos a cuidar juntos. Pero cuando yo esté triste, o cansada, o asustada... solo quiero saber que vas a estar ahí.
—Siempre. —me respondió sin dudar, con los ojos fijos en los míos—. Soy como una silla de hospital... incómodo, pero siempre al lado tuyo.
—¡Qué romántico! —le dije entre carcajadas—. ¡Un verdadero poeta de urgencias médicas!
Y entonces me besó.
Lento al principio.
Después, más profundo.
Como si el mundo pudiera detenerse en ese momento y no pasara nada.
Me agarró por la cintura y me atrajo más cerca. Su boca era cálida, suave, pero con ese fuego que siempre me hace perder el sentido del tiempo. Me olvidé del parque, de la silla, de todo. Éramos solo nosotros. Y el bebé en medio, como testigo de un amor que crece con él.
—Nos van a echar del hospital si seguimos así —susurré sin alejarme de sus labios.
—Que lo intenten —contestó, volviendo a besarme.
No sé cuánto tiempo pasó. Solo sé que cuando el sol empezó a bajar y el aire se puso más fresco, supimos que era hora de volver.
—¿Lista para regresar a nuestra "suite presidencial"? —me dijo Cody empujando la silla otra vez.
—Solo si me prometés gel antibacterial de cortesía y comida de hospital sabor cartón.
—¡Obvio! Servicio cinco estrellas para la reina.
Volvimos por el camino entre bromas y sonrisas. El bebé se movió otra vez, como si dijera que él también lo había disfrutado.
Volvimos a la habitación justo cuando el sol se escondía. Cody cerró la puerta con cuidado mientras yo me sacaba los zapatos y dejaba la manta sobre la silla. Me dolían un poco las piernas, pero no dije nada. Me sentía bien. Feliz. Viva.
Cody se estiró y me miró con esa sonrisa que le conozco bien. Esa que aparece cuando algo le está dando vueltas en la cabeza.
—¿Qué? —le pregunté, cruzando los brazos con una sonrisa cómplice.
—Nada... solo que te ves hermosa hoy.
Me acerqué, apoyando las manos en su pecho.
—Hoy y todos los días, querés decir.
—Sí... pero hoy más.
Nos quedamos así. Viendo nuestros reflejos en los ojos del otro. El silencio se volvió pesado, pero no incómodo. Era deseo. Puro y directo.
Él se inclinó. Sus labios tocaron los míos con calma al principio. Pero después... no hubo calma. Solo fuego.
Me tomó de la cintura y me atrajo contra él. Su boca recorrió la mía como si la necesitara para respirar. Y yo le respondí igual. Con ganas. Con hambre. Con amor.
El sofá estaba ahí, tentador, cómodo... y no me importó que estuviéramos en un hospital. Me sentía viva. Me sentía mujer. Y él, hombre.
Cody me hizo sentar sobre sus piernas, con cuidado por mi panza. Me acomodé de frente a él, con las piernas a cada lado de su cuerpo. Mi vestido se subió un poco, dejando mis muslos al descubierto. Su mirada bajó lentamente, como si recorriera un camino sagrado.
—Estás tan hermosa así... —susurró, bajando sus labios a mi cuello.
Cerré los ojos y suspiré. Sentí cómo su lengua jugaba con mi piel, cómo sus manos acariciaban la curva de mis caderas. Una de sus manos subió por debajo del vestido, y el calor que sentí fue inmediato. Ardiente. Incontrolable.
Mi cuerpo reaccionaba con una necesidad distinta desde que estaba embarazada. Todo era más sensible. Más profundo. Más urgente. Y él lo sabía.
Mis labios buscaron los suyos mientras sus dedos deslizaban la ropa interior con delicadeza, como si estuviera desenvolviendo un regalo. Me mordí el labio al sentir su mano tocarme con esa suavidad precisa, con esa intensidad que me hacía temblar.