Narrado por Anny
Después... solo quedamos ahí. Pegados. Mi cuerpo aún temblaba un poco, pero no de cansancio, sino de esa calma dulce que viene después de sentirse querida, tocada, deseada.
Apoyé la cabeza sobre el pecho de Cody. Podía escuchar su corazón, lento y constante, como si él también hubiera soltado una tormenta y ahora respirara con el alma.
Sus dedos jugaban distraídos con mi cabello. Me acariciaba como si tuviera miedo de que me rompiera. Y yo... yo solo pensaba en lo real que se sentía todo. En lo feliz que estaba de tenerlo, de tenernos.
—¿Sabés algo raro? —dije, sin moverme.
—¿Qué?
—Nunca pensé que podía sentirme tan yo... estando embarazada. Como si este cuerpo ahora fuera más mío que nunca.
Cody me abrazó más fuerte.
—Tu cuerpo es un universo, Anny. Literalmente. Estás creando vida. Estás hermosa, poderosa... brillante.
Me reí bajito.
—Decí que me acabás de tener encima, si no pensaría que estás haciendo campaña para político.
—O para el padre del año —dijo con voz dramática.
—Candidato firme. Aunque tenés competencia: el bebé cada vez me patea más fuerte.
Nos quedamos unos segundos en silencio. Yo acariciaba mi vientre sin pensar, sintiendo el calor que quedaba en la habitación, el olor de Cody en mi piel, y una paz que era nueva para mí. Como si por fin entendiera lo que era estar en casa, aunque estuviéramos en un hospital.
Y justo cuando pensaba que nada podía romper ese momento...
Ring, ring.
Videollamada entrante: ZOE.
Cody soltó una carcajada.
—¿Nos espía?
—Siempre —dije mientras agarraba el celular.
Contesté la videollamada y ahí estaba, Zoe, despeinada, con la cara brillosa de haberse puesto crema y una remera de osito.
—¡¡Buenas, mis tortolitos de novela!! —gritó apenas apareció.
—Zoe... —suspiré, tapándome la cara—. Te juro que si hubieras llamado cinco minutos antes, nos hacés terminar en una película prohibida.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡¡Ascoooo!! ¡Tengo que quemarme los ojos ahora! —empezó a agitarse—. ¡¡¡Cody, salí de la habitación y andá a bañarte en agua bendita!!!
Cody se echó a reír.
—¡Ey, no fue mi culpa! Yo seguí instrucciones médicas... Anny dijo que tenía que "relajarme".
—¡Mentira! ¡Fue consensuado! —grité riendo.
—Ustedes están enfermos... y me encanta —Zoe suspiró—. Bueno, vine a lo importante: me compré una batita para cuando nazca el bebé, y tiene orejitas de oso. Ore-jitas. No puedo no usarla.
—Zoe... el bebé va a tener menos de un día cuando nazca. ¿Por qué usarías eso?
—¡Para que me reconozca como su tía divertida y fabulosa! Además, voy a firmar la cuna. Con marcador permanente.
Cody levantó una ceja.
—¿Podés no marcar objetos ajenos?
—¿Podés vos no embarazar a mi mejor amiga? ¡Estamos a mano!
Me reí tanto que me dolió el abdomen. El bebé pateó suavecito, como si también se riera con nosotras.
—Zoe... gracias —le dije de repente, cuando ya íbamos por la tercera broma sobre pañales con glitter.
—¿Eh?
—Por estar. Siempre.
Ella sonrió más suave, sincera.
—Siempre voy a estar. Aunque no me dejen dormir y me manden fotos del bebé haciendo caras de viejo. Yo firmé este contrato con amor y sin letra chica.
Nos quedamos así. Las tres vidas conectadas por la pantalla, por un cordón invisible de cariño que nada podía romper. Y Cody, a nuestro lado, como el único testigo de ese mundo de mujeres que a veces lo volvía loco... pero lo tenía enamorado.
La videollamada terminó después de varios "te quiero" y una amenaza de Zoe de llegar con empanadas congeladas y helado sin permiso médico.
Y ahí, con la luz tenue, con Cody abrazándome por detrás y mis dedos entrelazados con los suyos, supe que estábamos bien.
La noche llegó como un susurro lento, cubriendo todo con esa calma espesa que solo existe en los hospitales.
Cody se había ido hace un rato. Dijo que no tardaba. Tal vez fue por comida, tal vez solo por aire. Yo también lo necesitaba.
El cuarto estaba en penumbra, y en mis manos tenía el elefantito que Zoe me había traído. Lo había bautizado "Rómulo el valiente", en honor a su absurda capacidad de ponerle nombres épicos a peluches.
Lo apoyé en mi vientre. No sé por qué... solo lo hice. Y en ese segundo, como si el universo escuchara, el bebé se movió.
Cerré los ojos.
—¿Sentís eso, amor? —susurré—. Ya te quieren tanto... ya te esperan. Y vos ni siquiera viste el mundo todavía.
Mis dedos acariciaban despacio mi panza redonda. Sentía el calor de mi cuerpo, la vida latiendo dentro. Pensé en Cody. En Zoe. En mí. En lo mucho que había cambiado todo... y lo mucho que seguía cambiando.
—No sé si voy a ser la mejor mamá —dije en voz baja—. Pero voy a intentarlo con todo lo que tengo. Te lo juro. Y eso incluye darte helado a escondidas, contarte cuentos raros y ponerte música de los noventa aunque ni entiendas por qué me emociona.
Me reí sola.
Acaricié mi panza una vez más, mientras Rómulo caía despacito a mi lado, como si también se cansara.
Y en ese instante, me sentí completa.
Con miedo. Con dudas. Pero completa.
Estaba quedándome dormida cuando escuché el sonido de la puerta abriéndose despacio.
—Traje sushi —dijo Cody con voz suave, y alzó una bolsa con una sonrisa tímida—. El tipo del local dijo que no era peligroso si no tenía pescado crudo... así que hice mil preguntas y esto es 100 % aprobado para embarazadas.
Me reí, aunque mi cuerpo se sentía pesado.
—¿Sushi sin sushi? Qué deprimente. Pero se aprecia el gesto.
Nos sentamos en el sillón, con la bandeja entre los dos. Cody me miraba como si quisiera alimentar a una reina. Me encantaba eso de él.
Tomé un bocado, lento, y lo saboreé... pero al tragarlo, sentí una náusea instantánea, violenta, que me subió por la garganta.