Narrado por Cody.
Zoe seguía a mi lado. Su abrazo era lo único que me mantenía entero.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, en silencio. El mundo allá afuera podía estarse cayendo… pero para mí, ya se había caído hace rato.
Entonces, la puerta se abrió con suavidad.
Una enfermera entró.
Era ella… la que siempre cuidó de Anny con tanto cariño.
La que le hablaba aunque Anny no pudiera escucharla, la que le acomodaba el cabello con ternura, como si fuera su propia hija.
Caminó despacio, como si supiera que cada palabra podía rompernos un poco más.
—Cody —dijo con voz cálida, apenas un susurro—, Anny está siendo trasladada a una habitación. Está estable. Los doctores van a esperar el día de hoy… pero mañana, intentarán retirarla del coma.
El aire volvió. Solo un poco. Como si por fin pudiera respirar de nuevo.
Pero cuando giré la cabeza y volví a ver esa cuna vacía…
ese suspiro se volvió nudo.
Solo asentí. No tenía fuerza para más.
Zoe se incorporó y me miró con ojos húmedos, preguntándome sin palabras qué hacer.
—Ve tú —le dije, con la voz apenas sostenida—. Ve a verla. Yo… necesito un momento.
Ella dudó, como si no quisiera dejarme así. Pero al final solo asintió, acarició mi hombro con cariño y salió.
Entonces me acerqué.
La cuna vacía.
Rómulo, el elefantito, seguía allí. Solo.
Testigo silencioso de todo lo que habíamos perdido.
Lo tomé entre mis manos. Lo abracé con fuerza, como si pudiera encontrar respuestas en sus costuras suaves.
Y me deslicé por la pared. Hasta el suelo.
Hasta lo más hondo de mí.
—No puedo… —murmuré, sintiendo cómo la culpa se apretaba en mi garganta—. No puedo verla…
Mi frente se apoyó contra mis rodillas. Las manos temblaban.
—¿Cómo puedo verla a los ojos y decirle…?
No terminé la frase.
No podía.
Y fue ahí, en ese silencio roto, que un recuerdo me golpeó de lleno.
Estábamos en su casa. Había llegado hacía media hora con la excusa de un proyecto de biología, aunque lo único que necesitaba de verdad era verla.
Decía que me pasara los apuntes, pero en lugar de eso estábamos en su cuarto, viendo una película tonta de comedia romántica y comiendo pizza que yo había pedido. Ella la amaba con extra queso, aunque siempre se quejaba después.
En una escena, la chica veía a su novio con otra y salía corriendo, al borde del llanto. Justo cuando la otra intentaba besarlo.
—No entiendo por qué corre —dijo Anny, con la boca llena—. ¿No es mejor quedarse y enfrentar la situación?
—Es drama —contesté, riendo.
Ella rodó los ojos.
—Ajá, señor pizza… ¿cuándo empiezas a escribir los apuntes?
Me acerqué a ella con una sonrisa.
—Estoy descansando…
Ella se rió bajito, esa risa que aún puedo escuchar incluso ahora. Yo me incliné más, acortando la distancia, y la besé.
Me respondió el beso de inmediato, como siempre. Se sentó sobre mí, y mis manos encontraron el camino bajo su camisa.
—Esto es educativo —le dije, sonriendo.
Ella se rió con esa carcajada suave que me quemaba por dentro, y se quitó la camisa.
—Estamos en Biología, ¿no?
Esa noche, antes de salir por su ventana como un ladrón adolescente, la miré dormir. El cabello sobre la almohada, los labios entreabiertos, una mano estirada sobre el lado de la cama donde yo había estado.
Me acerqué, le acomodé un mechón detrás de la oreja, y murmuré:
“Siempre quiero esa sonrisa en tus labios.”
No se lo dije en voz alta. Fue una promesa silenciosa que me hice a mí mismo.
Y no la cumplí.
Volví al presente de golpe, el eco de su risa aún vibrando en mi pecho… pero con una cuna vacía frente a mí.
—Anny… —susurré con un hilo de voz—. Ella nunca me lo va a perdonar.
Y lo peor…
es que yo tampoco podría hacerlo.