¿embaraza? La Nerd

Capítulo 38: Ella, siempre ella.

Narrado por Cody

No supe en qué momento me quedé dormido. Solo recuerdo el peso en el pecho, el frío en los huesos… y esa maldita espera que me consumía.

Una mano en mi hombro me despertó. Era la mamá de Anny.

—Los doctores van a empezar a sacarla del coma… hay que esperar y ver si reacciona. Ver si… si no hubo daños —dijo con voz temblorosa.

No dije nada. Ni siquiera la miré.

Porque no podía.

Porque estaba jodidamente molesto. Rabioso.
Porque ella no hizo nada cuando su esposo, el padre de Anny, hizo eso.

Solo me levanté. Fui hacia esa cuna vacía y dejé allí el elefantito.
No dije una sola palabra.

—Cody… ella… ella te necesita ahora —escuché a mi espalda.

Me detuve, sin girarme.

—No pienso alejarme de ella. Ya lo dije una vez… y lo estoy repitiendo.
Quiero a Anny. Ella es lo más importante que tengo.
Estaré en su vida tanto como ella quiera que esté.

Y salí. Pero justo antes de cruzar la puerta, su voz me alcanzó de nuevo, bajita, como si no quisiera que lo escuchara:

—Ella siempre te querrá en su vida.

Me temblaron las piernas. Pero no volví.

Caminé por los pasillos, como un maldito zombi. Quería verla. Mi cuerpo quería correr hasta esa habitación, pero mis pies…
me traicionaron.

Terminé afuera, sentado en un banco, frente al árbol donde hicimos ese picnic improvisado.

Pensaba que ya no me quedaban lágrimas. Me sentía seco.
Hasta que vi a una pareja salir del hospital.
Ella sonreía. Él cargaba a un bebé en brazos.

Y entonces pasó.

Las lágrimas cayeron solas. Lentas. Silenciosas. No por los ojos. No.
Por el alma.

Sentí una mano fuerte en mi hombro. Era mi papá. No dijo nada. Solo me abrazó.
Me llevó a casa. Me obligó a comer. Logré tragar unas cinco cucharadas de sopa antes de rendirme.
Subí a mi habitación, entré a la ducha… con todo: ropa, zapatos, orgullo.
El agua cayó sobre mí como plomo. Me hacía más pesado.
Todo se paralizó.

Y fue ahí, ahí mismo… que me golpeó el recuerdo.

Me había colado por la ventana de su habitación.

Había escuchado a Zoe y a Anny hablar sobre una pijamada que planeaban, porque los padres de Anny se irían de viaje y no volverían hasta el domingo por la noche. Así que, como el maldito descarado que soy, soborné a Zoe para que cancelara esa pijamada.

La muy desgraciada, a cambio, me sacó maquillaje, mascarillas… hasta me hizo probar brillos labiales.

Pero valió cada maldito segundo.

Cuando entré, no vi a Anny. Solo se escuchaba música. La puerta del baño estaba entreabierta, y el vapor salía como si la ducha respirara.

Me acerqué. Me asomé.

Y fue una tortura.

Una bendita tortura.

El vapor. Su silueta.

El reflejo de su cuerpo.

Me desnudé en silencio y entré.

Ella dio un pequeño brinco al verme.

—¡¿Qué haces aquí, acosador?! —dijo con los ojos muy abiertos.

—Tengo unas dudas sobre…

—Es sábado —me interrumpió, cruzándose de brazos.

Y cuando hizo eso… cuando levantó esos brazos desnudos…

Me jodí.

Pasé mi mano por su cintura. La sentí temblar.
El agua corría por su piel, y yo solo podía pensar que era pecado mirar algo tan perfecto.

Ella pasó sus manos por mi pecho. Me acercó.

No la besé.
La devoré.

Y ella me respondió con las mismas ganas.

La alcé con cuidado, rodeó mi cintura con sus piernas, y me pegué a su cuerpo como si nunca más quisiera soltarla.

Mi lengua buscó su cuello.
Su boca soltó un gemido que me hizo perder la cabeza.

Entré en ella. Despacio.
Sintiendo todo.

Su susurro con mi nombre fue gloria.

Todo mi cuerpo temblaba, todavía con el eco de su voz quemándome por dentro.

La dejé con cuidado en el suelo, le sonreí con una sonrisa pícara y le di un pico suave en los labios antes de dejarla terminar de ducharse. Luego lo hice yo.

Al salir, estaba frente al espejo, secándose con esa maldita sonrisa que siempre me volvía loco.

—Sabes… para ser una chica cerebrito, eres una total tentación —murmuré, acercándome por detrás y tomándola por la cintura.

—Oye, acosador… será otro día para tus dudas de clases —dijo riendo—. Tengo pijamada con Zoe.

—¿Puedo esperar contigo? —pregunté con la cara más inocente que pude poner.

—Jajaja… claro. Declino la oferta —se burló, lanzándome una toalla directo al pecho.

Justo entonces, sonó su teléfono. Vi el nombre en la pantalla: Zoe.

—¡Perdón, mi Anny! Hoy no podré ir. Mañana te llevo un helado gigante de chocolate —escuché decir a Zoe. No pude evitar soltar una risa.

—¡Esa traidora! —gruñó Anny, girándose hacia mí con una ceja alzada.



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Editado: 30.04.2025

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