¿embaraza? La Nerd

Capítulo 50: Feliz cumpleaños, mi amor.

Feliz cumpleaños, mi amor (y sí, me tienes al borde de la locura)

Narrado por Anny
No voy a mentir. Las hormonas me tienen como loca. Literal. Es como si mi cuerpo estuviera en guerra con mi mente cada vez que él pasa sin camisa, con esos pantalones bajos que apenas le sostienen la toalla después de la ducha. Y lo peor es que él lo sabe.

Pero Cody ha sido firme.

—Solo falta una semana para el control médico, Anny —me repite como si fuera un mantra, cada vez que intento seducirlo.

Y créeme, lo he intentado todo: ropa insinuante, besos que terminan en mordidas suaves, caricias lentas mientras Colyn duerme. Una vez, incluso me metí en la ducha con él.

¿Y qué hizo? Salió corriendo. Se encerró en el baño, tomó una ducha fría, y cuando volvió a la cama... se acostó a un kilómetro de distancia de mí.

—¿Me odias? —le pregunté una noche, frustrada, con las manos debajo de la almohada, enfurruñada.

—Te amo tanto que no quiero hacer nada que pueda lastimarte —me respondió, abrazándome por detrás, dejando que mi espalda sintiera su pecho caliente—. Solo una semana más, ¿sí?

Suspiré. Porque tenía razón. Como siempre.

Y entre todas esas noches de locura contenida, de deseo que quema y no se apaga, se acercaba algo especial: su cumpleaños número 18.

Zoe y yo hicimos un excelente equipo. Ella era la cómplice perfecta, la que distraía a Cody con cualquier excusa para que yo pudiera planear cada detalle. La sorpresa sería en casa, en el pequeño jardín trasero que mamá nos dejó arreglar a nuestro gusto. Luces cálidas, una cena sencilla pero con sus platos favoritos, música suave... y un regalo que guardé con cuidado.

Zoe se encargó de llevarlo allí sin sospechas. Yo esperaba, nerviosa, con Colyn dormido dentro de casa, la mesa lista y una vela encendida.

Cuando Cody entró al jardín, se quedó congelado.

—¿Qué es esto?

—Feliz cumpleaños, amor —le dije, sonriendo—. No es gran cosa, pero es nuestro.

Se acercó y me abrazó sin decir nada. Solo me sostuvo. Y eso bastó.

Cenamos tranquilos, reímos, hablamos de todo... y de nada. Luego le di mi regalo: una caja con una carta escrita a mano, y una cadena plateada con una pequeña placa donde decía: "Papá desde el primer día. Nuestro héroe".

Sus ojos se aguaron. Los míos también.

—Esto... esto sí es perfecto —susurró, acariciándome el rostro.

Nos sentamos en el césped, abrazados, viendo las luces. Él me besaba el cuello, como siempre hace cuando quiere que me derrita. Y no pude evitar recordar el collar azul que me regaló semanas atrás, ese que aún cuelga de mi cuello como si fuera un recordatorio constante de lo que somos.

—Sabes que estás jugando con fuego —le dije, mordiéndome el labio cuando sus manos bajaron por mi espalda.

—Lo sé —susurró, mirándome con esa intensidad que me desarma.

—Una semana —le recordé.

—Una maldita semana —repitió, besándome de nuevo antes de apartarse y suspirar como si estuviera al borde de perder la cordura—. Esta tortura debería ser ilegal.

Nos reímos. Y aunque no pasó nada esa noche, el calor quedó ahí. Latente. Vibrante.

Ese cumpleaños no necesitó lujos. Solo necesitó amor. Y eso, nos sobra.



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Editado: 23.05.2025

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