Narrado por Anny.
Si alguien me hubiera dicho hace un año que estaría empacando cajas con un bebé en brazos, a punto de mudarme con el amor de mi vida a una casa que parece sacada de una revista, le habría dicho que estaba loco.Pero aquí estoy. Sudando, corriendo detrás de Colyn (bueno, lo que se puede correr con un bebé de tres meses que aún no camina, pero igual), esquivando bolsas, pañales, y escuchando a mamá sollozar por quinta vez solo esta mañana.
—Es que no es lo mismo sin ti —decía con un nudo en la garganta mientras me abrazaba fuerte.
—Mamá, voy a estar a 10minutos—intenté calmarla, aunque mi propia garganta se cerraba por momentos.
—¡Sí, pero no es aquí! ¡No podré entrar a la habitación a ver si estás bien! ¡Ni tocar la puerta cuando se escuche mucho silencio sospechoso!
—¡Mamá! —grité, roja como tomate, mirando a Cody que solo se reía mientras cargaba otra caja.
Papá, por su parte, refunfuñaba sin parar.
—¿Qué necesidad tienen de irse tan rápido? Apenas están saliendo del colegio... ¡y ya se mudan! No lo entiendo.
—Porque somos una familia, papá —le respondí, con Colyn dormido en mis brazos—. Necesitamos nuestro espacio.
Claro, nuestro espacio resultó ser una mansión.
Gracias al apoyo (y terquedad) del padre de Cody, logramos conseguir una casa... si es que se le podía llamar casa a ese lugar con jardín gigante, piscina, patio trasero, terraza y habitaciones que ni sabía que existían.
A una calle de la casa del suegro, por supuesto. Ese hombre estaba tan feliz que casi hace una fiesta solo porque tendría a su nieto cerca todos los días.
—¡Ahora sí! ¡Mi muchacho, mi nieto y mi futura nuera tan cerca! —gritaba celebrando, dándonos el recorrido como si fuera un guía turístico.
—Papá, ¿seguro que esto no era una embajada o un hotel cinco estrellas? —bromeó Cody mientras yo me apoyaba en su brazo, aún procesando todo.
—No te quejes. Conseguí que te diera el sí, ¿o no? —le dijo Cody.
Sí, usó sus encantos. No me pregunten cuáles, porque no tengo fuerzas para resistirme cuando me mira como si yo fuera su mundo.
La casa era demasiado. Pero era nuestra. Y ver a Colyn en su nueva habitación, con la cuna decorada y la luz del sol entrando por la ventana... hizo que todo valiera la pena.
Dos días después de la mudanza, llegó el gran día.
La cita médica que llevaba meses esperando.
Cody me acompañó, nervioso como si fuéramos a escuchar un veredicto de vida o muerte.
—¿Y si el médico dice que no? —preguntó bajito mientras esperábamos.
—¿Te vas a encerrar en el baño otra vez? —le lancé una mirada divertida.
—Lo haría. Ya tengo reservado un lugar en el infierno solo por lo que pienso cada vez que te veo en pijama.
Entramos. El doctor, amable, con cara de que lo ha visto todo, revisó, preguntó, revisó otra vez y... sonrió.
—Bueno, mamá, estás sana. El útero está bien, todo ha cicatrizado como debe. Solo recomiendo que tomen las cosas con calma. Nada de acrobacias, ¿sí?
—¡Doctor! —dije horrorizada, mientras Cody se reía como si le hubieran contado el mejor chiste del año.
—¿Qué? Son jóvenes. Lo sé. He visto esas miradas. Ustedes están a punto de explotar —dijo señalando a Cody, que se tragó la risa por respeto, pero tenía los ojos llorosos de tanto contenerse.
Salimos del consultorio y yo lo miré. Él me miró.
No dijimos nada. Solo supimos.
Ya podíamos volver a ser nosotros.
Y créeme... esa noche, el dormitorio nuevo, con sábanas nuevas y una puerta con seguro, iba a tener historia.
No sé si fue el perfume nuevo que me puse, el vestido corto que no usaba desde antes del embarazo o simplemente el hecho de que ya podíamos hacerlo, pero esa noche... todo cambió.
Colyn dormía como un angelito. La casa estaba en silencio, las luces del pasillo apagadas y la puerta cerrada con llave. Por primera vez en meses, no había miedo, ni dudas, ni excusas.
Solo él y yo.
Cody salió del baño, el cabello mojado, una toalla colgada de la cintura y esa mirada que me hace temblar.
—¿Segura? —preguntó, con voz baja y ronca, su mirada deteniéndose en mis piernas desnudas.
—Hace semanas que te digo que sí —le respondí, con una sonrisa traviesa mientras me acercaba.
No hizo falta más. Me tomó por la cintura y me besó como si hubiera estado esperando esa noche desde siempre. Porque lo había hecho. Porque yo también lo había hecho.
Todo fue lento, cuidadoso... pero ardiente. Sus manos recorriéndome, mi piel estremeciéndose bajo su roce, su respiración acelerada cerca de mi cuello, mis uñas clavándose en su espalda.
—Te extrañé —murmuró entre jadeos mientras me abrazaba fuerte, como si el mundo pudiera robarnos ese instante.
—Estoy aquí —le susurré. Porque era cierto. Estaba más suya que nunca.
Esa noche, en esa habitación nueva, con sábanas nuevas, pero con el mismo amor de siempre, nos olvidamos de todo. Nos encontramos de nuevo