Emilia
—Ya pensaste que vas a hacer, no puedes ocultar para siempre lo que está sucediendo.
—No quiero que nada cambie, va a ser como hasta ahora.
—Pero ya te dije que eso está mal, les mentirás toda la vida a todos, incluida a ti misma.
—¿Y qué hago? Les digo, oigan el bebé es de Fede, lo hice con él.
—Y si, no queda más que decir la verdad, será lo mejor.
—Es muy complicado todo.
—No lo es, ve con la verdad, que, si no se lo dices tú, lo voy a hacer yo.
—Serias capaz de traicionarme así.
—De ser necesario ¡Sí!
Faustina me había dejado entre la espada y la pared, sabía que no hacía bien al contarle mi secreto, al llegar a mi casa, me encontré con mis padres en la cocina preparando la cena.
—¡Hola! —los saludo al entrar, ambos me miran y mi padre se acerca.
—¿Estás bien? Tienes una cara —me consulta mamá, quien estaba cortando verduras.
—No, pero tranquila, no es nada malo.
—Es por ese ¿verdad? —consulta mi padre.
—¿Quién? ¿Leandro?
—Ese mismo, hoy vino con su padre, te llamamos a tu móvil y nos mandó a buzón —recordé que mi móvil se había quedado sin pila.
—¿Cómo qué vinieron? Mi móvil estaba sin pila, se me apago —saqué el teléfono de mi bolsa y lo puse sobre la mesa.
—Si, así como dice tu padre, el chico vino con su papá, hablo con nosotros, él quiere hacerse cargo, pero exigen un ADN —al oír aquellas palabras mi corazón latió fuerte dentro de mí.
—Eso no va a ser necesario.
—Es lo mismo que yo les dije, no me parece que desconfíen de ti, no eres una cualquiera —me defiende mi padre.
—No, obvio, no lo soy, pero lo del ADN no puede ser, ya que el bebé no es de Leandro —les largue sin anestesia, Faustina tenía razón, no podía seguir ocultando la verdad, menos obligar a alguien a hacerse cargo de lo que no era.
—¿Cómo dijiste? —mi madre deja de cocinar y se acerca.
—Así como escucharon, no sé quién es el padre, desperté en un cuarto de hotel diferente al que estaba Leandro, al saber que esperaba un bebé decidí que lo mejor era decir que era de mi novio.
—No lo puedo creer Emilia, esto más grave que la noticia del embarazo, ¿por qué lo hiciste? —me cuestiona mi madre, mientras que mi padre llevo sus manos a su rostro, estaba callado, pero sabía que esta noticia fue como un balde de agua helada.
—Tenía miedo y no sé, pensé que si decía la verdad iban a tratarme como a una cualquiera, ya que mi novio es Leandro.
—¿Y por qué ese tal Leandro iba a hacerse cargo si no dormiste con él? —ahora habla mi padre.
—Tal vez creyó estar conmigo, pero nunca tuvimos sexo, mi primera vez fue con el papá de mi bebé.
—¿Y quién es?, porque suponemos que lo sabes —me pregunta mi madre, pero ahí no sabía qué decir, si bien sabía quién era, pero no quería más líos.
—No lo sé —negué con mi cabeza y noté decepción en el rostro de mis padres.
—¿Hay algo más que no sepamos? —me dijo mi madre, no sabía si seguir mintiendo o decir la verdad.
—Mamá, me equivoqué, pero ya no más, además es mejor así.
—Ve a tu habitación, cuando la cena esté lista te llamaré —sabía que estaba castigada y lo merecía, iba a ser mejor criar sola a mi hijo o hija.
Federico
—¿Cómo te fue? —había pasado a recoger a mi madre en el hospital en dónde estaba internada Cinthia.
—Igual que los demás días, tu hermana sigue igual, tengo tanto miedo—su mirada triste y sus ojos llenos de dolor hacían que se me forme un nudo en la garganta.
—No hay que perder la fe, sé que ella es fuerte y pronto despertara.
—Es lo que anhelo hijo —conduje en silencio a casa, al llegar mi madre se fue a dormir, aprovecho que aún es temprano y reviso mi correo, prendí mi laptop, para mi suerte tenía una respuesta del trabajo al cual me postulé.
En la mañana siguiente me levanté al amanecer, puesto que tenía que ir a la entrevista laboral, antes de salir les dejé una nota a mis padres, para que me deseen suerte.
—Federico Brown —siento mi nombre y voy hacia la oficina.
—Buen día, con permiso — saludé al entrar y una señorita me recibe.
—Por favor, toma asiento, mi nombre es Guillermina Sumer, soy una de las dueñas, un placer —se presenta y me saluda con un apretón de manos, el cual recibo.
—Un gusto, señora Sumer —le devuelvo el saludo con cortesía.
—No me digas Señora, apenas tengo 24 años, solo Guille, así me gusta que me llamen.
—Muy bien, Guille —ella es una bonita mujer, cabello largo rubio y sus ojos azules que no dejan de mirarme.
—Gracias Fede, ¿puedo llamarte así?
—Sí, no me molesta.
—Muy bien, supongo que sabes porqué estás aquí.
—Por el trabajo de ayudante de contaduría.
—Así es, trabajarás conmigo, soy contadora, me recibí hace unos meses, mi padre me puso en el cargo, soy nueva, por eso solicite un ayudante, pero al ver tu currículo, note que tienes experiencia, pero apenas 18 años, ¿es así?
—Sí, estuve trabajando tres años en un Market, en la parte contable, ya que me gusta mucho.
—¿Y por qué dejaste ese empleo?
—No me coinciden los horarios con la universidad, al ver su anuncio y que solo es por la mañana, me postule.
—O sea que vas a estudiar para contador.
—Efectivamente.
—¡Perfecto! Quedas contratado, por favor, ve a recursos humanos, entrega este papel, ahí te pedirán más documentos, te espero para trabajar el lunes.
—Es en serio, no lo puedo creer, gracias —me emocionaba saber que iba a poder ayudar a Emilia desde lo económico, aunque ella creyera que el papá de su bebé es otro, lo mismo nunca la abandonaré.
Hice todo el papelerío burocrático y salí directo a casa de Emilia, antes de pasar la llamé y ella me dijo que me esperaba.
—¡Hola!, ¿cómo estás? —al abrirme la puerta, me acerco y le doy un beso en la mejilla, casi en la comisura de sus labios.