Los latidos de mi corazón eran tan altos que temía pudieran ser escuchados por Ian. Estaba decantándome sobre si decirle o no, pero entonces él suspiro.
-¿Qué estoy haciendo? Me prometí que si volvíamos a hablar, no te pondría incómoda con preguntas de este tipo. Y mira lo primero que hago.
-No, está bien. Tienes derecho a preguntar eso y de hecho…
-No, Hana, está bien. Supongo que debes de tener hambre y conociéndote no has podido cocinar nada. Recuerdo que en nuestro corto tiempo juntos, nunca fuiste buena en la cocina.
-¡Oye!
Debía admitir que él tenía razón y de hecho ambos comenzamos a reír a gusto y se sintió realmente bien.
-¿Les apetece pasta con albóndigas?
La forma en la que pregunto en plural me hizo sonreír alegremente y un cosquilleo viajo por mi espina dorsal y la piel se me erizo.
-Pero supuesto, además es exquisita. ¿Te ayudo?
Pregunté al tiempo que me paraba del sofá y me encaminaba a la cocina.
-¡No! Será mejor que no metas tus anti-dotes culinarios en la cena o los tres terminaremos en el hospital.
-¿Estás insinuando que cocino veneno?
-¿Entonces no era ese el ingrediente secreto de tus platillos?
Ian comenzó a reír al tiempo que yo abofeteaba su brazo y reía con él. Era increíble como habíamos pasado de estar tensos unos minutos atrás para bromear como solíamos hacer cuando salimos en París.
-Si quieres, puedes guiarme para indicarme dónde están las cosas.
-Es que…
-¿No lo sabes? Pero si es tu cocina.
-Ya, pero en realidad fue Matt quién lo organizó todo; él se mudo antes que nosotros.
La mirada de Ian se ensombreció como si de repente hubiera recordado en dónde estábamos y las circunstancias.
-Entiendo.
-¡Pero si se dónde está la verdura!
Corrí hacia la heladera y comencé a sacar las verduras del cajón de abajo.
-Bien, iré preparando la masa.
-¿Harás pasta casera?
-¿Hay una mejor a caso?
Observé a Ian mientras cortaba largas y finas tiras de masa y cada tanto me dejaba espolvorear algo de harina para que no se pagarán entre sí, pero me dijo que solo podía colaborar si me sentaba en la silla de la isla sin realizar esfuerzos; por el bebé.
En un momento derramé harina sobre su brazo intencionadamente, pero él me miró fijo a los ojos y creí que en serio estaba molesto, hasta que con un rápido movimiento tomo un puñado de la bolsa y me espolvoreo en la ropa. Yo lo mire incrédula sin saber que hacer y entonces una risa broto de mi, junto con mi instinto competitivo.
-¡Esto es una guerra!
Puñados de harina comenzaron a volar de un lado a otro de la isla la cuál era mi escondite. Para cuándo el agua estaba lista para que le echáramos la pasta y la salsa con albóndigas estaba a punto, la cocina se había convertido en un escenario posguerra.
Entre tantas risas no alcance a escuchar la puerta del apartamento abrirse y solo supe que estábamos acompañados cuando Matt hablo.
-¡Hana! ¿Qué es este desorden? No me digas que otra vez estás intentando cocinar…
Su frase se cortó a la mitad en cuanto su cabeza se elevó y vio que no era yo quién cocinaba. Ian había estado sosteniendo mi cintura en ese momento para evitar que me golpeara en la encimera cuando intenté esquivar el repasador que él tiró como munición improvisada. Y esa escena a los ojos de Matt o a lo de cualquiera, podría ser muy mal interpretada.
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Editado: 21.03.2024