Mis oídos zumbaban y la sangre se agolpaba en mi cabeza como si estuviera en una rueda gigante girando sin control mientras las imágenes de mi infancia se precipitaban de manera chocante y traumática en mi mente. Las escenas parecían una vieja película de baja calidad y con recortes que prefería volver a ignorar y dentro de lo posible olvidar. Jamás había tenido una buena relación con mi madre, pero cuando mi padre falleció las cosas solo fueron a peor. Su adicción por el alcohol, el juego y las apuestas eran algo con lo que solía lidiar incluso cuando mi padre vivía, pero a eso se le sumo un desfile sin fin de “novios” y una lista interminable de pretendientes que muchas veces lograban poner la casa realmente patas arriba y luego yo era quien debía arreglar ese desastre. Por supuesto todo eso lo hacía luego de regresar del colegio y trabajar medio tiempo para poder comprarme lo básico y el resto mi madre se lo quedaba para sostener sus adicciones.
Todas las noches rezaba para que el día de mi décimo octavo cumpleaños llegará al fin y así poder largarme de ese sitio. La mamá de Sam había buscado mil formas de convencer a mi madre para dejarme ir a vivir con ella, pero por supuesto mi madre no estaba dispuesta a soltar la gallina de los huevos de oro y me toco esperar a ser adulta.
Y justo ahora, cuando creí haber dejado mi pasado atrás, ella reaparecía en mi vida de manera sorpresiva y aterradora.
-¿Cómo lograste conseguir mi número?
Ella se rio estrepitosamente y segundos después logré distinguir el familiar sonido de un sorbo largo y apresurado, luego, el vaso siendo depositado con un exceso de fuerza contra la mesa; señal de que este estaba vacío y ella debía volver a llenarlo.
-¡Niña! Por supuesto que no solo conseguí tu número de celular. ¡También se dónde vives y con quién!
-Te repetiré la pregunta una vez más: ¿Cómo lograste dar conmigo?
-¡Fácil! Supe de tu nuevo negocio, me alegro mucho por ti por cierto. Ahora, si debo admitir que me sentí dolida al saber que mi única hija se mudó a la gran ciudad y monto un estúpido café literario ¡Y no fue capaz de decirme que me mude con ella o de mandarme dinero!
Sentí la cólera subir por mi garganta hasta que se hizo una bola imposible de tragar. Ya tenía edad suficiente para ponerle un freno, tenía mis estudios culminados y un negocio funcionando gracias a mi esfuerzo y por si fuera poco pronto sería madre; ya iba siendo hora de dejar de temer a la figura de mi madre. Ella, ya no era quien para intimidarme y menos para exigirme nada.
-¡Ya basta! ¿Hablas en serio?
-¡Pues claro mocosa! ¡Y bájame el tono que aún soy tu madre!
-¡Ja! ¡No me hagas reír! ¿Desde cuándo te preocupa cumplir ese rol? La última vez que supe, lo único que te importaba era cuánto dinero te podía proporcionar. Y al parecer eso no a cambiado ya que te pones en contacto conmigo simplemente para exigir algo que no te corresponde.
-¿¡Cómo que no me corresponde!? ¿Y qué hay de los años que te cuide y mantuve? ¿Y de las noches en vela cuando tú enfermabas?
-Espero que sea un mal chiste el que acabas de contar, porque la historia la recuerdo ligeramente diferente. No fue gracias a ti que salí adelante, fue gracias a papá; quién por cierto, también era el que se quedaba noches en vela para cuidarme y luego me tocó a mi pasar las noches en vela cuidando de ti durante tus borracheras y ni hablar del desastre que debía limpiar de tus resacas. Tú, no tienes nada que reclamarme y es más, quién podría reclamar algo soy yo. Me habría gustado tener una madre de verdad.
Cuando callé, el pecho me subía y bajaba enérgicamente. La frente estaba repleta de pequeñas perlas de sudor y el aire que entraba y salía por mi nariz resonaba por la velocidad e intensidad con la que inhalaba y exhalaba. Al otro lado de la línea el silencio sepulcral se había instalado haciendo que la situación fuera más tensa aún. Hasta que al fin ella rompió el silencio con una curiosa pregunta.
-¿Te gusto?
-¿Qué cosa?
-La visita de hoy.
-¿De que visita estás…
Me corté a media oración al recordar al extraño quién supuestamente solo era un buen samaritano y doctor a la vez.
-Por tu silencio puedo decir que ya adivinaste de quien estoy hablando. Por supuesto él me puso al tanto de como lucias y que... Por cierto, felicidades; al fin me harás abuela. Y además, a pesar de todo eres una muchacha lista ya que lograste engatusar a un hombre rico y sexy. Y no solo eso, sino que te metiste en sus pantalones ¡Y ahora tendrás un hijo suyo! ¡Eso no le dejará otra opción que casarse contigo y entonces vivirás la gran vida y podrás mantenerme!
-Y sigues con tus locas y absurdas tonterías. Quieres que te mantenga a ti y a tus vicios y eso no es lo peor. Lo peor es que realmente crees que soy igual de baja y ruin que tú, pero no te hagas ilusiones, seré madre soltera. El padre de mi bebé no está cerca de nosotros así que yo seré quien lo crie sola, el hombre de hoy solo es mi vecino y amigo y me ayudó con la mentira porque también sospecho de las intenciones de tu amigo; además, él está comprometido. No esperes ni un centavo mío y dile a tu amigo que se aleje y desaparezca o lo denunciaré a la policía. Y lo mismo corre para ti madre, desaparece de mi vida nuevamente o te denunciaré.
-¿Serías capaz?
-No me pongas a prueba. Sabes que siempre cumplo mis promesas.
-¡Ja! De todas formas, si ni siquiera sabes quién es el padre de la criatura o si sabes, pero eres tan inútil que ni para retener a un hombre sirves, no me eres útil y menos si aún debes trabajar para mantenerte y ahora hay que sumarle una criatura. ¡Por favor! Ten por seguro que no tendrás noticias mías nuevamente, ya veo que eres una buena para nada y que no puedo contar contigo para que me des una mano.
La llamada se cortó abruptamente y supe que para mí fortuna ella hablaba en serio. Si aguantar cada uno de esos insultos e improperios significaba no volver a saber nada de esa mujer, entonces era un precio que pagaba con gusto.
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Editado: 21.03.2024