15 días despues.
El primer rayo de sol se colaba tímidamente por las cortinas, bañando la habitación con una luz suave y cálida. Abrí los ojos lentamente, aún sintiendo la calidez de las sábanas alrededor de mi cuerpo. El reloj en la mesita de noche marcaba las 6:30 a.m., una hora habitual para comenzar mi día. Sin embargo, hoy algo se sentía diferente, la verdad que desde hace una semana vengo sintiendo extraña.
Me incorporé en la cama y, de inmediato, un mareo repentino me obligó a apoyarme en la cabecera. Sentí una punzada de náuseas que me hizo cerrar los ojos y respirar profundamente, tratando de calmar el malestar que se arremolinaba en mi estómago.
—¿Qué me pasa? —me susurré a mí misma, mientras intentaba reunir fuerzas para levantarme.
Con esfuerzo, me puse de pie y caminé hacia el baño. Cada paso se sentía más pesado de lo habitual, y mi cabeza palpitaba ligeramente. Me miré en el espejo, notando la palidez en mi rostro y el brillo inusual en mis ojos.
Abrí el grifo y dejé que el agua fría corriera un momento antes de llevar mis manos al rostro, esperando que el frescor me ayudara a despejarme. Pero la sensación de náuseas no desaparecía. Un pensamiento fugaz cruzó mi mente, uno que había intentado ignorar durante las últimas semanas.
No podía seguir fingiendo que no sabía lo que estaba pasando. Tomé una decisión rápida y me dirigí al botiquín, donde había guardado un test de embarazo por si acaso. Mis manos temblaban ligeramente mientras lo sacaba de su empaque y seguía las instrucciones.
Sentí cómo los minutos se alargaban, cada uno cargado de incertidumbre y ansiedad. Finalmente, el resultado apareció: dos líneas.
—Estoy embarazada —dije en voz baja, el peso de las palabras hundiéndose lentamente en mi mente y mi corazón.
La habitación pareció girar a mi alrededor, y me apoyé en el lavabo para no perder el equilibrio. Una mezcla de emociones me invadió: miedo, sorpresa, alegría y preocupación. Sabía que este momento llegaría, pero enfrentarlo en la realidad era completamente diferente.
Volví a la cama y me senté, sosteniendo el test de embarazo entre mis manos. Mis pensamientos se arremolinaban como una tormenta. ¿Cómo se lo diría a Alejandro? ¿Cómo afectaría esto nuestra relación y nuestras vidas?
Mi teléfono vibró en la mesita de noche, interrumpiendo mis pensamientos. Era un mensaje de Alejandro.
Alejandro: Buenos días, Valeria. ¿Cómo te sientes hoy? ¿Podemos hablar antes de que empiece la jornada?
Leí el mensaje varias veces antes de responder, sintiendo un nudo en el estómago.
Valeria: Buenos días, Alejandro. Me siento un poco indispuesta esta mañana, pero podemos hablar. ¿Te parece bien si nos vemos en tu oficina en una hora?
Envié el mensaje y me dejé caer sobre la almohada, tratando de calmar la ansiedad que me consumía. Sabía que necesitaba decírselo a Alejandro lo antes posible. Era una conversación que no podía posponer.
Me tomé unos minutos más para reunir fuerzas y luego me levanté para prepararme. Mientras me vestía, cada movimiento me recordaba el pequeño ser que crecía dentro de mí, un recordatorio constante de que nuestras vidas estaban a punto de cambiar drásticamente.
Miré mi reflejo una vez más antes de salir de mi apartamento, tratando de encontrar el valor para enfrentar lo que vendría. Sabía que Alejandro y yo habíamos prometido ser honestos y enfrentar juntos cualquier desafío, pero este desafío era diferente. Era un reto que requería no solo nuestro amor y compromiso, sino también nuestra fuerza y valentía.
Respiré profundamente y salí al mundo exterior, lista para enfrentar el día y la conversación que sabía que cambiaría nuestras vidas para siempre.
La imponente fachada de Ferrer Enterprises se alzaba frente a mí, sus ventanas brillaban bajo el sol de la mañana. Subí al piso superior con una mezcla de nerviosismo y anticipación. Hoy, más que nunca, sentía el peso de mi secreto y el impacto que podría tener en nuestras vidas.
Llegué a la Oficina Oval, el epicentro del imperio empresarial de Alejandro Ferrer. La puerta de caoba estaba entreabierta, y toqué ligeramente antes de entrar. Alejandro estaba de pie junto a la ventana, mirando pensativo la vista de la ciudad que se extendía a sus pies. Al oírme, se volvió y me dedicó una sonrisa breve pero cargada de preocupación.
—Valeria, pasa, por favor —dijo, su voz tan firme como siempre, pero con un matiz de vulnerabilidad.
Cerré la puerta tras de mí y avancé hacia su escritorio. Las paredes de esta oficina, que habían presenciado innumerables decisiones empresariales, ahora serían testigos de una conversación que podría cambiarlo todo.
—Alejandro, necesitamos hablar —dije, tratando de mantener mi voz firme.
Él asintió y me indicó una silla frente a su escritorio.
—Lo sé, Valeria. Hay cosas que hemos estado evitando, y no podemos seguir así.
Me senté y lo observé mientras él tomaba asiento al otro lado del escritorio. Su mirada, siempre tan penetrante, ahora reflejaba una mezcla de determinación y ansiedad.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó, sus manos entrelazadas sobre la mesa.
Tomé una profunda respiración, sabiendo que no había vuelta atrás.
—Alejandro, lo que pasó entre nosotros... esa noche... no fue solo un error. Al menos, no para mí.
Sus ojos se suavizaron al escuchar mis palabras.
—Para mí tampoco, Valeria. Pero estamos en una situación muy complicada. La empresa, mi posición, tu carrera... todo está en juego.
Asentí, entendiendo perfectamente las implicaciones.
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Editado: 14.06.2024