Embarazada del Magnate

1.

Maximiliano Duval ajustó el puño de su impecable traje negro mientras el eco de sus pasos resonaba en el pasillo del hospital más exclusivo de la ciudad. Estaba molesto. No lo demostraba, claro; el control sobre su temperamento era una de sus virtudes más admiradas. Pero por dentro, un remolino de irritación se agitaba. Habían pasado tres meses desde que inició su búsqueda, y el incompetente equipo que había contratado seguía sin ofrecerle resultados satisfactorios.

No era difícil. Les había dado una lista clara, precisa, con todos los requisitos que debía cumplir la mujer que prestaría su vientre para llevar a sus hijos. La madre de sus herederos, al menos en lo biológico. Pero por alguna razón, parecía que la perfección que exigía era inalcanzable para el equipo que se suponía era el mejor en su campo.

El pasillo olía a desinfectante, y las paredes blancas y frías reflejaban su silueta al caminar. Maximiliano se detuvo frente a una puerta y giró la cabeza hacia la enfermera que lo seguía con pasos inseguros.

— Tres meses, señorita Márquez. Tres meses y todavía no tienen una candidata adecuada. — Su voz era baja, pero cada palabra llevaba consigo un peso imposible de ignorar.

La enfermera tragó saliva. Era una mujer de mediana edad, con años de experiencia en el hospital, pero frente a aquel hombre, sus manos temblaban ligeramente.

— Señor Duval, hemos hecho todo lo posible. Las mujeres que han aplicado no cumplen con todos los requisitos que usted estableció. Hemos encontrado algunas candidatas prometedoras, pero...

Maximiliano levantó una mano, exigiendo silencio.

— “Prometedoras” no es suficiente. He sido muy claro desde el principio. Quiero a alguien saludable, con historial médico impecable, sin antecedentes familiares de enfermedades genéticas. Una mujer educada, con carácter, pero también con estabilidad emocional. Nada de dramas innecesarios ni complicaciones personales. Esto no es una negociación.

—Entiendo, señor, pero... —

—No hay “pero”, señorita Márquez. No pago por excusas, pago por resultados. Y hasta ahora, no he visto ninguno. —Su tono no se elevó, pero la frialdad con la que hablaba hizo que la enfermera bajara la mirada.

Al final del pasillo, Aurora Ferrer giraba la esquina con un pequeño carrito de mano. Venía del almacén del hospital, donde había recogido un par de cajas llenas de medicamentos, vacunas y otros materiales donados que llevaría a la escuela donde trabajaba. No había sido fácil conseguir esa ayuda; semanas de llamadas, reuniones y solicitudes formales habían sido necesarias para convencer al hospital de que su pequeño proyecto comunitario merecía apoyo. Pero lo había logrado, como siempre.

Aurora no era el tipo de persona que aceptaba un no por respuesta. Era obstinada, trabajadora y, sobre todo, apasionada por lo que hacía. Enseñaba pintura a niños de bajos recursos en un colegio que apenas podía mantenerse en pie, y hacía lo imposible para que nunca les faltara nada.

Al girar la esquina, escuchó voces. Normalmente no prestaba atención a las conversaciones ajenas, pero algo en el tono firme y cortante de un hombre la hizo detenerse. Desde su posición, podía ver parcialmente la escena. Un hombre alto, de cabello oscuro perfectamente peinado hacia atrás, hablaba con una mujer que parecía querer desaparecer en el suelo. La postura de él, erguida y dominante, transmitía una autoridad incuestionable.

—Si después de tres meses no han encontrado a alguien que cumpla con las condiciones, es evidente que el problema no está en mis expectativas, sino en su incapacidad para hacer su trabajo. —Maximiliano miró a la enfermera como si fuera un insecto al que podía aplastar en cualquier momento.

Aurora, sin quererlo, frunció el ceño. ¿Qué clase de hombre hablaba así a alguien? Estaba claro que aquel tipo era un pez gordo, alguien acostumbrado a mandar y a obtener lo que quería, pero había algo en su actitud que la irritaba profundamente.

—Señor Duval, hemos revisado cada caso con detenimiento, pero las mujeres que se han presentado... —La enfermera titubeó.

—Déjeme adivinar, no son lo suficientemente buenas. —Maximiliano dio un paso hacia ella, y aunque no levantó la voz, su presencia parecía llenar todo el pasillo—. No tolero la incompetencia, Márquez. Si no son capaces de encontrar una mujer que cumpla con los requisitos, tal vez deba buscar a alguien más para manejar este asunto.

Aurora parpadeó, confusa. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué clase de requisitos debía cumplir una mujer para este hombre? La curiosidad la hizo quedarse quieta, escuchando sin querer.

—Le aseguro que estamos haciendo todo lo posible. Encontraremos a alguien adecuada para... —La enfermera tragó saliva antes de decirlo—, llevar a sus hijos.

Aurora sintió que el aire se detenía. ¿Había escuchado bien?

Maximiliano dejó escapar un suspiro, uno que más que expresar cansancio parecía un aviso de que su paciencia estaba llegando al límite.

—No estoy pidiendo milagros. Estoy pidiendo resultados. No es tan difícil encontrar a una mujer con un cuerpo sano, una mente equilibrada y la disposición de aceptar los términos. Si nadie ha cumplido con los requisitos, entonces simplemente no están buscando en el lugar adecuado.

Aurora sintió una mezcla de indignación y asombro. ¿Era eso lo que estaba buscando? ¿Una especie de madre por contrato? La frialdad con la que hablaba de algo tan... humano la dejó sin palabras.

—Lo siento, señor Duval. Le prometo que redoblaremos los esfuerzos.

—Eso espero. Porque, le advierto, no estoy dispuesto a perder más tiempo.

Aurora apretó los labios. No conocía a ese hombre, pero ya sabía que no le gustaba. Y aunque quería alejarse de ahí, algo en su interior la mantenía pegada al suelo. ¿Qué tipo de persona era capaz de reducir una vida a términos y condiciones?

Maximiliano giró sobre sus talones, claramente cansado de la conversación, y comenzó a caminar en dirección a la salida. Aurora se dio cuenta demasiado tarde de que estaba en su camino.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.