Seis semanas antes
Corro para no llegar tarde, si el odioso de mi jefe sabe que no he llegado a la hora, es capaz de botarme a patadas.
Cuando llego al ascensor trato de relajar mi respiración, reviso mi atuendo. Blusa negra, jean y unos zapatos de tacón alto. Traigo mi pelo suelto y un maquillaje natural.
Miro el reloj en mi muñeca, el ascensor ha llegado justo a tiempo, las ocho en punto. Tiempo exacto en el que el teléfono, como todas las mañanas, suena con la llamada de mi odioso jefe.
Corro hasta mi escritorio y cojo el teléfono.
—Buenos días señor Carson, en que puedo ayudarle —respondo tratando de respirar con normalidad.
—Señorita Avery, tráigame un café y el informe del libro de Cameron Olsen que le pedí acomodar ayer —la voz de Gonzalo Carson siempre me había gustado.
—Enseguida se lo llevo —respondo colgando y buscando lo pedido por mi jefe.
Llevo un año trabajando para la editorial. Antes trabajaba para el señor Michael Carson, es un señor muy amable y agradable. Pero se ha retirado hace cinco meses y dejo a cargo a su hijo.
Gonzalo ha hecho un buen trabajo hasta ahora, aunque al inicio me había parecido un poco engreído e hijito de papi. Pero la verdad es que es un joven bastante capaz, aunque serio y algo mandón.
En cuanto lo vi, el día en que llegó, me pareció un hombre muy atractivo con su cabello oscuro, su barba perfectamente recortada y esos ojos color miel. Alto y atlético, todas las mujeres de la editorial están locas por él, pero nunca se le había visto con ninguna mujer desde que había llegado a la editorial.
Nunca hablamos demasiado, solo lo justo y necesario.
Una vez con el informe y el café listo toco su puerta dos veces como es mi costumbre.
—Pasa —su potente voz suena a través de la puerta.
Entro y dejo los informes sobre su escritorio. Él por supuesto ni me mira, solo tiene ojos para su computadora.
—Aquí están sus informes y su café —digo dejando el café al lado de su computador—, ¿Necesita algo más?
—Necesito que saque una copia del manuscrito de J.k Jenkins y lo envíes a edición. Confirma la junta de las diez de la mañana y el almuerzo con el gerente de "JJ Corporation"
—Si señor enseguida —respondo saliendo y cerrando la puerta. Suelto el aire contenido, siempre me pasa lo mismo cada vez que entro a su oficina.
Si soy sincera, Gonzalo Carson tiene a más de una suspirando, y como a prácticamente todas las mujeres de la editorial, me tiene atrapada y embobada. A veces cuando me mira, las pocas veces que lo hace, siento que sus ojos me hechizan.
Me siento en mi escritorio, prendo la computadora y me pongo a revisar el correo. Normalmente el señor Carson me manda una lista con las cosas por hacer en el día.
Busco entre mis papeles el manuscrito que me pidió, llamo al mensajero de la empresa para que lleve el manuscrito al área de edición. Confirmo las juntas y termino todas las tareas que me ha pedido.
Son las doce y media cuando suena el teléfono.
—Hola chica —la voz de Liz suena apenas descuelgo el teléfono. Ella es la asistente del jefe de edición.
—Liz, ¿Cómo está todo por ahí?
—Bien, aburrido. El ogro panzón no me ha dado mucho problema.
—Deja de llamar al señor Smith así, un día de estos tu jefe va a escuchar que le dices así.
—Que va, encima de gordo está sordo. ¿Almorzamos juntas? —propone.
—Está bien, nos vemos a la una en la entrada.
Miro la hora y marco el número para la conexión con mi jefe.
—Dime Avery —la voz de mi jefe suena en mi oído.
—Señor Carson le recuerdo el almuerzo con el gerente de "JJ Corporation" ya son las doce y cuarenta.
—Si, gracias —es lo único que dice antes de colgar.
Me dispongo a terminar un informe que me pidió por correo. Cuando lo veo salir con su traje azul oscuro, que le queda de muerte, seguramente hecho a la medida.
—Avery puedes ir a almorzar, cualquier cosa me avisas por correo.
—Si, señor —le digo mirándolo. Él me mira por un momento a los ojos, un escalofrío me recorre el cuerpo ante su intensa mirada, sin decir nada se da la vuelta y camina hasta el ascensor. Cuando desaparece por las puertas respiro con tranquilidad.
Veo la hora, ya son casi la una, así que agarro mi cartera y mi celular y me dirijo al primer piso a esperar a Liz.
No tengo que esperar mucho cuando una mano se enrosca en mi brazo.
—Chica aquí estas, vamos que muero de hambre.
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Hola chocolatosos como están.
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Besos de chocolate