Salto de la cama como un resorte, corro al baño apretando mis labios, por poco y no llego.
Desde hace dos días que esta es la manera en la que despierto. Náuseas que no puedo contener y termino vomitándolo todo. Es muy asqueroso.
Cuando puedo deshacerme de lo poco que comí, limpio y me siento en el borde de la ducha. Cada vez que termino de vomitar me invaden unos mareos incontrolables, cierro los ojos con fuerza.
Luego de unos minutos respirando me siento mejor. Así que me deshago del pijama y me meto a la ducha. Cuando termino de ducharme camino hasta mi armario para buscar algo decente que ponerme.
Me decido por un pantalón burdeos pegado, una blusa clara y lo combino con un blazer gris y unos zapatos de tacos altos.
Aún es temprano, por lo que me alcanza a tomar desayuno, pero realmente no tengo ganas de comer absolutamente nada. Así que salgo sin hacer ruido ya que Vanessa aun duerme.
Camino por la avenida hasta la parada de autobús, mi auto aun no sale del taller así que me toca andar en transporte público. Subo al bus y me siento al lado de la ventana.
Luego de unos veinte minutos de camino ya estoy cerca, pero las náuseas regresan con intensidad. Me siento mareada por el movimiento del bus.
En la primera oportunidad bajo del bus del infierno, respiro pausadamente tratando de relajar mi respiración. Estoy cerca de la editorial así que camino lo que falta de camino.
******
Cuando las puertas del ascensor se abren salgo, voy directo a mi escritorio. Como en todo el piso solo somos el señor Carson y yo todo está en silencio, él llega alrededor de las siete y cincuenta. Miro el reloj en mi teléfono, son las siete y treinta.
Me siento, prendo el computador y me acomodo en mi silla cerrando mis ojos. Las náuseas han regresado con fuerza, solo necesito descansar unos minutos para que las náuseas se vayan.
—¿Te interrumpo? Porque veo que estas muy cómoda. —Me sobresalto.
Mi querido jefe, Gonzalo Carson ha llegado.
<< ¿Qué Mierda hacia a esta hora aquí? >>
—Solo me duele la cabeza —respondo sentándome derecha.
—Pues anda y busca algo para que te pase, no me sirves si estas en ese estado —responde en tono serio.
Puedo sentir como se acerca, desde que estoy embarazada mi estado de ánimo cambia sin que pueda controlarlo. Y ahora podía sentir la cólera subir por mi cuerpo.
<< ¡Tranquila Mafer, es tu jefe! >>
—No puedo tomar nada por ahora, pero no se preocupe que haré mi trabajo como corresponde —siseo con los dientes apretados.
—Señorita Avery, que le cuesta ir a tomar un par de aspirinas, no sea testaruda —regaña.
<< ¡No vayas por ahí Carson! >>
—Le digo que no se preocupe, ya veré yo si tomo o no algo —refuto molesta. Las náuseas han vuelto.
—¡Como se atreve a responderme de esa manera, lo único que yo quiero es que usted se sienta mejor! —señala cruzándose de brazos.
Me pongo de pie molesta.
—Miré señor Carson, usted tiene la culpa por... —Pero no puedo seguir hablando porque siento las náuseas más fuertes, ya no puedo retener el vómito. Así que agarro lo primero que encuentro a mi alcance para expulsar todo. El tacho de basura.
Cuando termino de vaciar mi pobre estómago, me doy cuenta que tengo al señor Carson a mi lado sosteniendo mi cabello.
Lo alejo como puedo y me siento de nuevo. Me siento mareada, tengo sudor frio en la frente.
—¿Estas bien? —Me alcanza un pañuelo. Lo tomo y me limpio.
—Si, estoy bien —musito—, pierde cuidado.
—Creo que deberías ir a la enfermería —propone él.
—No es necesario —digo en tono cortante.
—Pero si estás mal lo mejor es que te atiendas. Además, estas pálida.
—Te dije que no es necesario —respondo arrugando el ceño.
—Como puedes decir que no es necesario, podrías tener algo contagioso y terminarías enfermando a todos aquí —asegura con molestia.
—¡No voy a contagiar a nadie! ¿No entiendes? ¡Deja de insistir! —Ahora si estoy molesta. Este hombre es exasperante cuando se lo propone.
—No puedes estar segura si no has ido a verte. No eres doctor así que...
—¡Ay! ¡Por todos los cielos! —lo interrumpo perdiendo la paciencia—. ¡No estoy enferma así que ya cállate!
—¡Tú eres demasiado terca! —refuta él.
—¡Gonzalo! —Levanto las manos para que deje de hablar—. Solo... cállate... no estoy enferma... ¡Estoy embarazada! —Al fin lo había dicho, no de la manera correcta, pero ya estaba hecho.
—¡Oh! —Es lo único que dice. Su cara es de sorpresa.
—De... siete semanas —Lo mejor es aclarar todo de una vez.
—Ok...—Me mira con confusión.
Lo miro levantando mis cejas. ¿En serio? ¿Como puede ser tan idiota? ¿O es que realmente no recuerda nada de ese día?
—De siete semanas Gonzalo —repito tratando de tener un poco de paciencia.
La cara de Gonzalo pasa de la confusión al asombro. Casi puedo verlo sacar cuentas en su mente. De un momento a otro su rostro palidece.
—¡Oh! —vuelve a decir abriendo mucho los ojos—, ¡OH!
<< ¡Mierda! ¡Se quedo tarado! >>
—¿Estas bien? —pregunto despacio—, ¿Quieres sentarte?
—Corrígeme si me equivoco —dice—, estás diciendo que estas embarazada de siete semanas y hace siete semanas nosotros... ¡¿Estás diciendo que es mío?!
—Si, Gonzalo.
—Me siento algo mareado —susurró— ¿Estas segura que es mío?
—¡¿Disculpa?! —Frunzo el ceño con molestia—, ¡Al contrario de lo que pienses, no soy ninguna zorra que se acuesta con el primer imbécil que se le cruza!
—Lo siento, solo estoy algo conmocionado. —Pasa la mano por su pelo—. Es que no entiendo como... ósea se cómo... pero... ¿Como pasó esto?