—María Fernanda, espera —Gonzalo trata de pararme.
Pero no puedo detenerme, lo único que quiero era salir de este lugar, siento que estoy a punto de desmayarme en cualquier momento, tengo un nudo en la garganta. En cuando atravieso las puertas de vidrio las gotas de lluvia mojan mi rostro, pero aun así no me detengo. La mano de Gonzalo alcanza mi brazo y me hace girar.
—¡Ey, ey! ¿Qué sucede? ¿Por qué saliste así? —Puedo ver en su expresión lo preocupado que esta.
—Yo... yo... no puedo Gonzalo. —Trato de explicarme. Me siento confundida y aterrada.
—Cálmate y respira ¿Que no puedes? —La lluvia empieza a caer con mayor intensidad. Siento mi cabello mojarse, veo las gotas de resbalar por la cara de Gonzalo.
—No voy a poder. —Respiro con dificultad—. ¿Como se supone que voy a criar a dos niños? —sollozo. Siento que el pánico me invade.
—¡Oh! Mafer —susurra con preocupación.
—Apenas puedo cuidar de mi... yo... yo... no podré traer el mundo a dos... Gonzalo... ¡SON DOS!
Mis lágrimas resbalan por mis mejillas mezclándose con la lluvia.
—Si cariño, son dos —dice colocando sus manos en mis mejillas—. Pero no estás sola, estamos juntos en esto. ¿De acuerdo? Será difícil, yo también me muero de miedo. Pero estoy aquí y no dejare que nada les pase.
Las palabras de Gonzalo me tranquilizan, trato de respirar varias veces, ya no siento que me estoy ahogando, puedo respirar con más facilidad.
—Respira, María Fernanda —pide Gonzalo. Lo miro a los ojos y sigo respirando.
—Lo siento —musito—, siento haberme puesto así. —Limpio mis lágrimas.
—No hay problema, ahora ¿Qué te parece si te llevo a tu casa? no puedes seguir subiendo a los buses, son peor que una montaña rusa. —Ríe tratando de aligerar la tensión.
—En estos días me entregan mi auto.
—Vamos al auto, nos vamos a enfermar, está lloviendo mucho —me dice.
No me había dado cuenta de que tenía frío hasta que estuve sentada en la comodidad del auto.
—Esto es vergonzoso, pero ¿Por dónde queda tu casa? —pregunta encendiendo el auto.
—No es vergonzoso, no tenías ningún motivo para saber dónde vivo. —Ruedo mis ojos.
Se queda callado mientras empieza a conducir. Una melodía lenta empieza a sonar en la radio.
—¿Por qué te fuiste sin decir nada? —corta el silencio.
—¿Disculpa? —Lo miro sin entender.
—El día que... nos acostamos. ¿Por qué te fuiste sin decir nada? —curiosea mirándome por un segundo.
<< ¡Rayos! >>
—Yo... —murmuro dudosa—. No lo sé... supongo que estaba avergonzada. Había tenido sexo con mi jefe —murmuro sonrojada—, y tenía novio. Ese día fui una zorra al hacerlo contigo teniendo una relación con Carlos. Además, no sabía si tú te acordarías de todo.
—Ya veo —musita pensativo—. ¡No puedo creer que hallas creído que no recordaría nada! ¡Por Dios María Fernanda, si fue una gran noche! —exclama riendo.
—Es cierto que lo fue. —Rio ya más relajada—, pero igual te comportaste indiferente conmigo el lunes siguiente. Como si no recordarás nada. —No puedo evitar que suene como una acusación.
—Si, lo siento. Es que tu solo te me quedaste mirando, no supe cómo reaccionar. Además, te recuerdo que me dejaste dormido sin decirme nada.
—Bueno, lo siento —contesto—, nunca imaginé que estaríamos en esta posición. Jamás pensé que tú y yo terminaríamos en una cama y peor aún que tuvieras tan buena puntería —bufo mirándolo de reojo. Él estalla en carcajadas.
<< ¡Me encanta el sonido de su risa! >>
—Lamento mi puntería —responde con una sonrisa de lado—. Por cierto ¿No olvidaste algo ese día? —pregunta en tono curioso.
Siento mi cara enrojecer, hasta podría jurar que sale humo de mis orejas. Él vuelve a reír con ganas.
—Asumiré por tu cara que si —dice con humor.
—¿Dónde rayos estaba esa cosa? Me la pasé buscándola como por diez minutos. —rio.
—Pues señorita, si usted hubiera buscado mejor lo habría encontrado debajo de mi almohada.
Ahora soy yo la que estalla en carcajadas.
—Cambiando de tema —dice poniéndose serio—, ¿Como lo tomó tu novio cuando se lo dijiste?
—¿Y tú qué crees? Lo tomó muy mal, me tachó de zorra, pero no puedo culparlo de ninguna manera. Merecía todo lo que me dijo. Aunque es triste haber terminado en tan malos términos.
Me siento triste al recordar la expresión de Carlos.
—Lo siento, en parte también es mi culpa.
Luego de eso no intercambiamos más palabras, simplemente me dedico a tararear la canción que suena en la radio mientras él maneja.
—Puedes parar aquí —le pido cuando llegamos a mi casa—, gracias por todo.
—Nada debes de agradecer —dice—, ¿Aquí vives? —Mira por la ventana al edificio de seis pisos que está a nuestro lado.
—Si, vivo con una amiga en el cuarto piso. Bueno nos vemos mañana Gonzalo.
—Si, nos vemos Mafer.
Bajo del auto y busco en mi bolso las llaves. Una vez en mis manos abro la puerta. ¡Al fin en casa!
—Llegas tarde ¿Dónde estabas? —me interroga Vanessa ni bien entro al departamento—. Me llamó Liz para contarme que ya le habías dicho todo a tu jefe buenorro.
—Si, ya sabe todo. —Me quito los zapatos y me siento en el sofá.
—Y bueno... ¿Que esperas que no me cuentas? —exige Vanessa sentándose a mi lado.
—Pues, prácticamente se lo grité en la cara porque estaba sacándome de quicio con sus sugerencias —Vanessa me mira sin entender.
—Lo que sucede es que vomite delante de él y empezó a decirme que debía irme, que contagiaría a todos y como insistía tanto le grité que estaba embarazada.
—Oh, y como reacciono él —pregunta con emoción, como si estuviera viendo una telenovela.
—Al principio creo que le chocó un poco. Pero luego lo tomó bien, mejor que yo la verdad. Sacó cita con una doctora —digo. Me tenso al recordar de pronto el asunto de los mellizos.