Embarazada sin Querer Editando

Capítulo 19

Él está aquí y mi tonto corazón empieza a latir con rapidez. Se acerca a mí y nuestras miradas se cruzan por unos minutos.  

La doctora trae el monitor, lo ubica a mi lado izquierdo. Coge el gel y lo echa sobre mi abultado vientre, está muy frio. Coloca sobre el gel el aparato que no tengo idea de cómo se llama y lo mueve por mi barriga.  

Unos minutos después se escucha el sonido de un corazón.  

—Ahí estas —la doctora sonríe y sigue moviendo—. Aquí está el otro.  

Nos lo va señalando en la pantalla, es emocionante, puedo ver a mis dos bebés.  

Mis ojos se empañan de emoción.  

—Ahí están sus bracitos sus piernitas, todo está en perfectas condiciones —Sigue moviendo el aparato sobre mi barriga.  

Giro mi cabeza para mirar a Gonzalo, él mira con emoción la pantalla.  

—Aquí veo el sexo de uno de los bebés —menciona la doctora—, ¿Desean saberlo?  

Miro de nuevo a Gonzalo y él me devuelve la mirada.  

—Si, queremos saber —responde por mí.  

—Muy bien, el mellizo uno es un niño.  

—¡Un niño! —exclamo emocionada—, ¿El otro también es un niño?  

—El otro bebé —murmura moviendo más el instrumento—. No, el otro no se deja ver, se está moviendo mucho, me parece que también es niño. En cualquier caso, lo verificaremos en tu próxima consulta. 

Ella retira el aparato y me pasa un papel para limpiar mi barriga. Estiro la mano para cogerlo, pero Gonzalo lo coge y empieza a limpiar todo el gel por mí.  

Cuando termina me ayuda a sentarme y me acomoda la ropa.  

La doctora nos entrega la foto de la ecografía y concretamos la siguiente fecha.  

Salimos del consultorio en silencio. Caminamos juntos hasta el estacionamiento de la clínica.  

—¿Has venido en tu auto? —pregunta.  

—Si.  

—Bien, entonces nos vemos el lunes —habla sin mirarme.  

—¿Que rayos pasa contigo? —exclamo furiosa.  

—No me pasa nada.  

—¿Entonces porque tienes esta actitud conmigo? Se supone que somos amigos, pero ahora tú me ignoras —le reclamo con evidente molestia.  

—Creo que es mejor así, ya que nada nos une más que los bebés. —Se ve molesto. 

—No te entiendo, has cambiado radicalmente conmigo —exclamo—. Ya ni siquiera me miras a la cara. Y ahora esa arpía para de arriba abajo contigo.  

—Ese no es tu problema. —Me mira furioso encarándome—. Lo que yo haga, y a quien vea es mi problema. 

—¿Te arrepientes de haberte acostado conmigo? ¡Desearías que los bebés los tuviera ella y no yo! ¿Verdad? 

—¡SI! ¡HUBIERA SIDO MEJOR! —me grita.  

Las lágrimas empiezan a caer por mi rostro.  

—¡OJALÁ NO TE HUBIERAS CRUZADO EN MI CAMINO!  

Mi corazón se rompe una vez más, mi cuerpo reacciona por su cuenta tirándole una cachetada.  

Él ni se inmuta, solo mira el piso, sin ninguna expresión. Lo empiezo a observar con detenimiento, el brillo en sus ojos se ha apagado y tiene ojeras en su rostro. Se ve cansado.  

—Cassidy es mejor mujer para mí, que tu —sus palabras salen con lentitud.  

—¡YA ES SUFICIENTE GONZALO! —la voz de Alexander nos hace voltear, se ve realmente molesto y mira con furia a Gonzalo. Se coloca delante de mí—. ¡Deja de ser un cobarde! ¿No ves que los dos están sufriendo? ¡ACABA CON ESTE SUPLICIO DE UNA VEZ! ¡DEJA DE SER UN IMBÉCIL!  

Luego de decir eso se gira hacia mí, me pasa un brazo por la espalda y me jala con él hasta el auto. Giro la cabeza dándole una última mirada a Gonzalo que está parado con la mirada en el piso y los puños cerrados.  

Me siento en el lado del copiloto y Alex se sienta en el del conductor.  

—Lamento que hayas tenido que pasar por eso —se disculpa.  

—Tu no hiciste nada. —Me limpio los ojos.  

—Es solo que no entiendo porque es tan cobarde —exclama molesto.  

—¿De qué hablas? —pregunto confundida.  

El no responde y sigue manejando. Me recuesto en el asiento y miro por la ventana.  

****** 

 

Gonzalo:  

Estas semanas habían sido una mierda. No podía dormir y solo pensaba en María Fernanda.  

En cómo sus ojos se pintaban de tristeza cada vez que me veía pasar. Y su rostro palidecía cuando pasaba con Cassidy. Por eso evitaba verla a los ojos. Esos ojos azules que tanto me gustan ahora se ven sin vida, sin su brillo natural.  

La extraño demasiado y varias veces quise mandar todo a la mierda y correr a besarla.  

Se por mi hermano que ella está sufriendo, aunque lo quiera disimular. Se que ellos están más unidos desde ese día y lo odio demasiado. Aunque agradezco que al menos tenga a alguien que la proteja, así no pueda ser yo.  

Hoy día ella tiene la cita con la doctora, me había llegado su texto con la hora.  

No pensaba ir, tal vez ese sea un motivo más para que me odie.  

Pero mientras más se acerca la hora de la cita, más ansioso me siento.  

Estoy en casa sentado en mi mueble sumido en el silencio. Miro la hora una vez más. Ella ya debe de estar ahí. Me paro de golpe y corro hasta la puerta.  

Tengo que verla y saber cómo va todo con los bebés.  

Conduzco como loco hasta llegar a la clínica. Voy directo hasta la puerta del consultorio de la doctora Robinsón. Toco dos veces y espero.  

La puerta se abre y la doctora me mira con una sonrisa.  

—Doctora buenas tardes, lamento la tardanza ¿Aun está en consulta María Fernanda?  

—Si, pase —responde abriendo la puerta, se da la vuelta y camina hasta la camilla.  

—Cierre la puerta cuando entre —pide.  

Levanto la cabeza y ahí esta ella echada sobre la camilla, sus ojos se ven anhelantes. Me ubico a su lado.  

La doctora trae el monitor y lo ubica al otro lado. Coge el gel y lo echa sobre su abultado vientre. Coloca sobre el gel el aparato del ultrasonido y lo empieza a mover.  




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