Embarazada sin Querer Editando

Capítulo 35

Gonzalo:  

—Los bebés están en perfectas condiciones, para mayor precaución los mantendremos en las incubadoras por unos días. Pero a pesar de haber nacido antes de termino han nacido con buen peso, ambos respiran por su cuenta —explica la doctora mirándonos a todos—. Felicidades ya es usted padre, tiene un lindo niño y una bella niña —anuncia esta vez mirándome directamente a mí.  

Una gran alegría me invade, era papá. Es un sentimiento extraño. Siento que un gran peso se me quita de encima. Pero aún necesitaba saber sobre Mafer.  

—¿Cómo está mi hija, doctora? —la señora Anthonia pregunta lo que me moría por saber.  

—Como ya les habían dicho por el golpe, la placenta se le desprendió y perdió mucha sangre, tuvo mucho daño en la matriz —hace una pausa mirándome—. Lo lamento mucho señor... —continúa hablando.  
 

<< ¡No puede ser! ¡No por favor! >> 
 

—Pero es probable que su esposa no pueda volver a tener más hijos, tal vez con algún tratamiento tenga alguna posibilidad —explica. 

—¿Entonces? ¿Ella está bien? —pregunto con los nervios de punta.  

—El golpe en la cabeza fue algo leve, ya se le han hecho las pruebas pertinentes y aparte de que sentirá dolor en la cadera producto del golpe y por la cesaría ella se recuperará con normalidad —finaliza.  
 

<< ¡Es un alivio! >> 
 

—Muchas gracias doctora —me siento tan aliviado por lo que dijo la doctora, mi Mafer está bien—, ¿Puedo verlos?  

—Por supuesto, los bebés están en el área neonatal y podrán verlos ahora mismo si desean. A la señora podrán verla aproximadamente en una hora, cuando sea llevada a su cuarto.  

—Muchas gracias doctora —responde mi papá que se encuentra detrás mío.  

Cuando la doctora se va, giro y abrazo a mi papá con alivio.  

—¡Ya soy papá! —exclamé emocionado.  

—Si hijo, eres papá —sonríe. 

—Felicidades señor Carson —Giro para ver al señor Avery que me ofrecía una mano.  

—Muchas gracias señor Avery —digo aceptando su mano.  

—Que les parece si vamos a ver a mis lindos sobrinos —propone Alexander con una sonrisa.  

Nos dirigimos al ascensor hasta el tercer piso donde estaban todos los recién nacidos.  

Cuando estamos frente al gran ventanal donde se pueden ver a todos los bebés en incubadoras, busco cual era el de mis bebés.  

Al fin los veo en las incubadoras uno al lado del otro, ambos con ropitas amarillas, los dos están despiertos.  

 

El sentimiento que me invade cuando los veo es indescriptible.  

—Son tan hermosos —susurra la señora Anthonia con los ojos brillantes.  

—Mira cómo se mueve, Alberto —exclama maravillada Lizzy—, son tan pequeños. 

—No tienen los nombres —habló Alexander—, ¿Es que no han escogido aún?  

—Teníamos nombre para dos hombrecitos, nunca supimos que uno sería mujer. En cada ecografía ella siempre se tapaba y no se dejaba ver, por lo que siempre supusimos que serían dos hombres —explico.  

—¿Qué nombres habían pensado? —pregunta Alberto.  

Sonrío recordando lo mucho que nos había costado el escoger unos nombres que nos gustaran a los dos.  

—Dejaré que Mafer sea quien les diga.  

No sabía cuánto tiempo es que estuvimos mirando a los bebés, pero una enfermera se nos acercó.  

—¿Ustedes son los familiares de la señora Avery? —pregunta.  

—Si —respondo preocupado. Aún tenía los nervios a flor de piel.  

—La señora Avery ya se encuentra en su habitación, pueden ir a verla cuando deseen, en unos minutos le llevaremos a sus bebés —sonríe—. Está en el cuarto 344.  

—Muchas gracias —respondo aliviado.  

—Vamos de una vez, quiero ver a mi hija —exclama la señora Avery.  

—Señora Anthonia ¿Le importaría si voy primero? —pregunto.  

Quería con todas mis fuerzas ver a Mafer y comprobar con mis propios ojos que está bien.  

También es necesario que hable con ella de lo sucedido en mi oficina.  

—Está bien señor Carson —me sonríe.  

Camino hasta el otro extremo del piso buscando la habitación 344. Cuando estoy frente a la puerta abro sin tocar.  

Allí esta ella conectada a una máquina que leía sus vitales, parece dormida.  

Cuando entro gira la cabeza, se ve cansada. En cuanto me ve, me regala una pequeña sonrisa que borra rápidamente alzando sus ojos al techo.  

Cierro la puerta detrás de mí y me acerco a su cama. Me siento en la silla que está a un lado de la cama.  

—Mafer.... —hablo despacio.  

—No quiero hablar de nada Gonzalo —me corta.  

—María Fernanda Avery me escucharás así no quieras —gruño. 

Ella me mira, pero no dice nada.  

—Lo que viste fue un malentendido, esa mujer se me abalanzó sin que pudiera reaccionar —me explico—, jamás haría algo que te pudiera dañar. Tú eres mi vida. 

Sus grandes ojos azules me miran con duda.  

—Cuando te vi ahí con ella.... me dolió demasiado y no pude pensar —Sus ojos se aguaron.  

—Te amo tonta, jamás podría fijarme en nadie. Estoy enamorado de ti nena —Acaricio su mejilla—, pero debo decirte que tienes un pésimo ojo para escoger secretarias, en el futuro deberías dejar que otros se encarguen de eso —bromeo.  

Ella suelta una risa, pero automáticamente su rostro se crispa de dolor.  

—No me hagas reír, que me duele —habla respirando pausadamente.  

Agarro su mano y apoyo mi frente en ella soltando un suspiro.  

Tal vez es por toda la tensión que traía encima desde hace horas, pero las lágrimas salen de mis ojos sin poder evitarlo. Suelto un sollozo lastimero.  

—Tuve tanto miedo de perderte... de perderlos a los tres —susurro.  

Shhh, tranquilo amor —Su mano libre me acaricia la cabeza—. Lo lamento mucho amor, pero ya estoy bien.  




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