Llevo al menos una hora en casa, cuando llegué mamá ya le había dado de comer a los mellizos. Intercambiamos un par de palabras antes de que se fuera dejándome sola con mis dos angelitos.
Dejo a los mellizos en sus sillitas encima de la encimera de la cocina, de esta manera puedo preparar la cena y mantenerlos vigilados.
A lo lejos escucho el sonido de mi teléfono, camino hasta la sala y saco el aparato de la cartera.
Es un mensaje de texto, lo abro mientras regreso a la cocina. Es de un número desconocido. Abro mis ojos con sorpresa en cuanto lo leo.
María Fernanda, creo que ya es hora de que conozca a mis nietos. Deseo que me los traigas.
Julianne Carson.
No puedo creer que esta señora se haya atrevido a escribirme, al menos se ha dignado en mostrar interés en sus nietos. Aunque yo no quiero tener ninguna relación con ella no puedo evitar que ella conozca a sus nietos. Ellos merecen convivir con su abuela después de todo.
Tras meditarlo por un buen rato decido que es lo mejor. Suspiro y empiezo a responder con otro mensaje.
Me parece bien señora Carson, ¿A qué hora?
¿Desea que vaya a su casa?
Respondo y dejo el teléfono sobre la mesa. Miro a los niños que están despiertos. El teléfono vuelve a sonar. Lo agarro y leo.
Yo me encuentro en el centro comercial. Ven a recogerme, y comemos aquí. Te espero en el estacionamiento del centro comercial.
¿Por qué me quiere complicar la vida? hubiera sido mejor ir directamente a su casa. Bueno no importa, no quiero arruinar el momento cuando parece que quiere acercarse a nosotros. Tal vez se sienta mejor en un lugar neutro.
Afortunadamente el día esta perfecto, no hace mucho sol, pero tampoco hay viento, así que no hay problema en sacar a los bebés.
Decido cambiarme de ropa y ponerme algo más cómodo. Me visto con un pantalón negro, una camiseta y zapatillas planas.
Abrigo a los niños y me cuelgo la pañalera al hombro. Meto las llaves del auto en el bolsillo trasero del pantalón para poder tenerla a la mano, agarro una sillita con cada mano. Bajo por el ascensor hasta el estacionamiento.
Llego hasta el auto, meto con esfuerzo a los niños en la parte de atrás. Aseguro sus sillitas con el cinturón de seguridad. Abro la puerta y me siento tras el volante.
Busco mi teléfono en la pañalera, quiero llamar a Gonzalo para decirle que estoy yendo a ver a su mamá. Marco su número, pero solo timbra, seguramente está en una reunión. Después lo volveré a llamar, dejo el teléfono a un lado. Arranco y voy hasta el centro comercial, ya que no se encuentra tan lejos no demoro mucho en llegar. Avanzo hasta el sótano donde está el estacionamiento. Cuando llego veo un cartel “Sótano lleno, dirigirse al sótano 2”
Cuando al fin puedo entrar avanzo entre los pocos automóviles que hay ahí. Apago el auto, antes de bajar agarro la pañalera y me la cuelgo. Bajo y abro la puerta de atrás, me inclino para soltar el cinturón. Antes de poder liberar el cinturón, siento que me jalan del cabello con fuerza tirándome al suelo.
Frente a mi hay un hombre vestido completamente de negro y en el rostro trae un pasamontaña, solo puedo ver sus ojos. Miro detrás del hombre y veo con horror como otra persona esta inclinada dentro del auto.
<< ¡Mis hijos! >>
Me pongo de pie con rapidez, corro hasta mis bebés. Pero antes de poder alcanzarlos el hombre me agarra por detrás, pataleo tratando de liberarme de su agarre. Este me sujeta con fuerza y me estampa contra mi auto.
—Por favor —suplico—, no toquen a mis hijos, por favor. ¡Tengo dinero! ¿Cuánto quieren? ¡Les daré lo que quieran? —grito desesperada.
—¡Cállate perra! —grita el hombre con voz distorsionada. No puedo reconocer la voz.
Me doy cuenta que la persona que está detrás es una mujer, aunque tampoco puedo ver su rostro, trae el mismo pasamontaña que su compañero. Tiene a Ian en su silla, la cual deja en el piso y avanza hacia mí.
—¡No queremos tú dinero, maldita zorra! —grita la mujer tirándome una cachetada clavándome las uñas en el proceso—. Ahora cállate que despertarás a los mocosos.
—¡NO! ¡NO POR FAVOR! ¡DEJEN A MIS HIJOS! —grito desesperada.
—¡NO ESCUCHASTE QUE TE DIJE QUE TE CALLARAS! —El hombre acompaña sus palabras con un golpe que estampa en mi cara. Lo hace con tanta fuerza que me hace caer al suelo. Me pongo de pie con rapidez agarrando mi cara, me ha sacado sangre de la boca, pero eso no interesa, lo único que quiero era recuperar a mis hijos.
Camino con decisión hasta la mujer, trato de sacarla, pero el hombre es más rápido y me jala del pelo, me tira al piso. Cuando caigo me patea con fuerza en las costillas dejándome sin aire.
La mujer saca Astrid, pero lo hace con brusquedad haciendo que despierte y empiece a llorar.
—¡Maldita sea, la estúpida mocosa se despertó! —exclama la mujer.
Mis ojos se llenan de lágrimas, trato de ponerme de pie, pero el hombre al ver mis intenciones se acerca y me tira un puntapié, esta vez en el estómago. No puedo moverme, ni respirar. Las lágrimas nublan mi visión. La mujer se me acerca con las sillitas en cada mano y se agacha a mi altura.
—Míralos, porque será la última vez que lo hagas —dice burlándose.
<< ¡No por favor, mis bebés no! >>
—Muévete de una vez —le habla el hombre.
Ella se levanta y mete a los bebés en la camioneta que está al lado de la mía. Luego sube en el asiento del copiloto.