Embarazada sin Querer Editando

Capítulo 39

—¿En dónde están? —pregunta Gonzalo. Tras sus palabras todos rodeamos al agente. 

—Están como a una hora de aquí —nos dice mirando la pantalla de la laptop—. En la que era propiedad de los Salgado.  

—Se dónde queda eso —exclama Alberto.  

—¿Qué estamos esperando? ¡Vamos a ese lugar! —chillo.  

—No —la voz contundente de mi papá me detiene—. No es conveniente que vayas ahí.  

—¿Por qué no? ¡Son mis hijos los que están ahí! —refuto encarándolo.  

—Solamente irán los agentes de la policía, nosotros nos haremos cargo de la situación. Si alguno de ustedes va, lo único que harán será entorpecer nuestro trabajo —el agente dice con seriedad mirándonos.  

—Yo iré con ustedes —responde Gonzalo—. Y no cambiaré de opinión.  

Luego se gira hasta quedar frente a mí, acuna mi rostro en sus manos.  

—Nena, yo necesito que te quedes aquí. No voy a poder estar tranquilo si estás ahí —me habla suavemente.  

—Pero... ellos me necesitan —susurro—, yo necesito estar con ellos.  

—Lo sé cariño, pero es mejor que te quedes aquí. Te prometo que los traeré contigo, voy a recuperar a nuestros bebés. —Me da un beso en la frente y me abraza con fuerza.  

—Gonzalo —sollozo escondiendo mi cara en su pecho—, necesito que regresen los tres conmigo. Te necesito a ti también. —Levanto el rostro para verlo a los ojos.  

Me sonríe con ternura y me besa. Me besa como si nunca más lo volviera hacer, el corazón se me estruja ante esa sensación, pero le devuelvo el beso con ganas. Sin importarnos que la habitación este llena de personas.  

—Te amo —susurro separándome de sus labios.  

—Te amo —responde del mismo modo.  

Luego se da la vuelta y camina hasta el agente.  

—Vamos de una vez, no perdamos más tiempo. —Me mira una última vez y camina hasta la puerta, por dónde ya están saliendo los agentes.  

—Yo voy a ir con él también —mi hermano habla mirando a Lizzy. Ella lo mira angustiada y asiente. Él coloca una mano en su cintura y le da un beso en los labios.  

Camina hasta donde yo me encuentro y me da un beso en la frente.  

—Vamos en mi auto —Alex avanza, me guiña un ojo y sale por la puerta seguido de mi hermano.  
 

<< ¡Dios esto es una tortura! >> 
 

Me siento en el sofá con un nudo en el estómago. Mi madre se sienta a mi lado.  

—Veras que todos regresarán bien cariño. —Pasa un brazo por mis hombros y yo recuesto mi cabeza en su hombro.  

****** 

Gonzalo:  

Estoy en el asiento de atrás, con los agentes a mi lado. Hay dos patrullas más adelante.  

Mi corazón late con rapidez mientras más nos acercábamos al lugar, ya casi habíamos llegado.  

Giro la cabeza y veo el auto de mi hermano detrás del nuestro. El auto se detiene y puedo ver una gran casa, se ve que está abandonada hace mucho tiempo, abro la puerta y bajo con rapidez. Atrás Alex ya está bajando del auto y del otro lado esta Alberto, ambos alertas.  

—Señor Carson, usted debe quedarse aquí, no puede hacer nada sin que yo lo autorice —me reprende el agente Rodríguez lanzándome una mirada severa.  

—Muy bien avanzaremos en grupos —dice mirando a sus compañeros—. Y ustedes se quedarán aquí —Nos mira.  

—Yo voy a ir con ustedes, no me importa lo que usted diga —refuto molesto.  

—Señor Carson. —Me mira con reproche, luego suspira—, comprendo cómo se debe estar sintiendo, pero lo mejor será que se quede aquí.  

Lo miro sin estar convencido del todo  

—Todos ustedes ya saben lo que tiene que hacer —dice dirigiéndose a los demás agentes.  

Primero avanza un grupo, que va bordeando la casa. El agente Rodríguez empieza a caminar con su grupo, fuerzan la entrada principal y se adentran hasta perderse en la oscuridad de la casa.  

Empiezo a caminar de un lado a otro con nerviosismo.  

—Tranquilízate Gonzalo —exclama Alex.  

—¿Cómo quieres que me tranquilice si adentro están mis bebés, y yo no puedo ir por ellos?  

Veo que Alberto empieza a caminar hasta el costado de la casa. Lo sigo sin pensarlo dos veces.  

—¿A dónde creen que van? —la voz de Alex se escucha detrás nuestro.  

—¡Miren, aquí hay una puerta! —Señala una puerta que está cubierta por plantas, casi no se puede distinguir por todo lo sucio que esta. 

Alberto empieza a mover las enredaderas, me acerco y lo ayudo a retirarlas. Cuando la puerta queda libre, llevo mi mano a la manija y con un poco de esfuerzo la puedo abrir.  

Adentro esta oscuro, parece que la puerta lleva a una especie de sótano.  

—No creo que sea una buena idea —susurra mi hermano.  

Ignoro su comentario y camino. A pesar de los comentarios de Alex, avanzamos los tres. Es una especie de pasadizo.  

Caminamos con cautela, cuando entramos todo está oscuro, mis ojos tardan unos minutos en adaptarse a la oscuridad.  

—Esto es una mala idea —se vuelve a quejar mi hermano detrás mío.  

—¡Alexander quieres callarte! —lo regaño—. Puedes quedarte afuera si quieres.  

—¿¡Estás loco!? Y perderme toda la acción. No puedo dejarte solo hermanito —bromea.  

—Cállense los dos de una vez, alguien nos puede oír —se queja Alberto.  

Avanzamos hasta llegar a una puerta, la abro despacio y miro el interior, no hay nadie ahí, es una habitación pequeña con cajas amontonadas, atravesamos la siguiente puerta y llegamos a una habitación amplia hay varias mesas y sillas en un rincón y a un extremo una escalera. Subimos, se puede escuchar voces susurrando. 
 
Como esta todo oscuro no se puede ver muy bien, pero las voces se escuchan más cerca, parece que se dirigen a nosotros.  

—Mueve tu culo, no quiero que nos atrapen —es la voz de un hombre.  

El silencio de la noche es roto por un llanto. Mi corazón empieza a bombear con fuerza. De pronto se escucha un fuerte golpe y de nuevo el silencio.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.