Embarazo millonario

Capítulo 1. ¿Cláusula?


 

4 años atrás.


 

Khalil Bachman.

—¿Escuché bien?

—Sí.

Apuesto a que no.

—Papá no me pudo haber hecho eso.

—Si, señor. Lo siento pero la cláusula lo especifica, a menos que no tenga un hijo no puede reclamar su herencia.

Que hijo de...

—Te lo dije, Khalil. Mi padre estaba molesto porque no seguiste estudiando lo que el quería, tampoco quisiste trabajar con él en la empresa.

—No iba a hacer lo que él quería que hiciera solo por un maldito capricho,  Rashid. No me importa que sea la última voluntad de mi padre.

—¿Qué dices? Hijo, es tu papá.

—No me importa, mamá. No pienso embarazar a ninguna mujer solo porque mi papá lo quiere.

Y que más da que esté en sus últimos alientos de vida.

No voy a hacer lo que su caprichoso ser quiere, no voy a ponerme una carga tan grande sobre los hombros. ¡Ni siquiera tengo novia!  Por el amor de Dios. Es tan absurdo como el siquiera pensarlo.

***

—Ten un hijo mío.

Marisa escupe el café en la mesa.

—¿Para eso me cito? Profesor.

Vale, si. Es mi alumna de la universidad, soy un profesor "lo más ruin del mundo" como dice mi papá. Pero me gusta lo que hago.

—Sí. Marisa, eres la única persona en quien confío, eres mi alumna y te conozco bien.

—No me conoce bien, si lo hiciera jamás me estaría diciendo esto — cuchichea.

—Habla más bajo, mi padre tiene gente por todos lados. Si escucha que te estoy proponiendo algo así, le termina de dar otro infarto.

—¿Se volvió loco? — escupe.

—No yo, mi papá.

—No entiendo nada. ¿Acaso su padre quiere que me haga un hijo?

Se sonroja.

La idea de hacerlo no es tan mala, de hecho, el problema es cuando ya está "hecho" el encargo.

—Quiere que le dé un heredero antes de morir. Mi papá tiene cancer, le queda poco tiempo de vida — le cuento —Mi hermano es muy inconsciente para dejarle esta tarea a él. 

—¿Y usted sí? — murmura.

No, tampoco. Me gusta salir de fiesta todas las noches y tener una mujer cada mañana en mi cama, me gusta divertirme como a cualquier persona.

Solo que mi papá no lo sabe. Aparentemente soy el hijo más recatado y humor de perros, según él.

—Khalil, no voy a hacerlo — susurra.

Pongo mi mano en su mentón.

—¿No habías dicho que me querías?

Se vuelve a sonrojar.

Marisa y yo nos conocimos hace menos de seis meses cuando empecé mi turno en la universidad.

Desde que la vi supe que era diferente a las demás, es guapa, tiene un rostro angelical y su semblante es inocente y de ternura, "lo nuestro" por decirlo así; empezó hace menos de un mes, se quedó sola en el salón y yo aproveche mi labia.

Y claro, Marisa también terminó cayendo en mis garras. No digo que lo sabía, pero si tenía la intuición de que acabaría manteniendo una relación secreta con una de mis alumnas.

—Mira— intento convencerlo. La idea es loca, también lo sé yo, pero es a la única persona a la que puedo recurrir. —No lo harás de gratis, vale. Te pagaré, tu solo me prestarás tu vientre. Cuando el bebé nazca me lo entregas a mí y desapareces, haces con tu vida lo que quieras.

—¿No vas a obligarme a quedarme contigo y el bebé?

—No, Mar. Para que estés más tranquila firmaremos un contrato donde estipula que yo soy quien se hará cargo del bebé desde su nacimiento. Renunciarás a él y no tendrás que quedarte. Se que también necesitas el dinero, te prometo que te pagaré.

Se muerde el labio hasta sangrarlo.

Marisa es mayor de edad, tiene veintidós años, sabe lo que hace y aunque estoy usando mi parte chantajista para lograr convencerla, aún no sé si lo lograré.

—Vale, déjame pensarlo.

—Gracias, Marisa.

—Aún no me des las gracias, Khalil. Pueda que en el último momento diga que no.

—Tendrás una buena suma de dinero. Tan solo me prestarás tu vientre.

—¿Y por qué yo? ¿Por qué no buscaste a otra mujer? Debes tener cientos tras de ti.

—Porque yo te quiero a ti, Marisa.

Baja la mirada y vacila.

No miento, pudo gustarme pero además de la atracción física también movió algo dentro de mí que aún no sabría explicar.

—Lo pensaré — asegura. Se levanta y toma sus cosas. —Hablamos mañana.

—Deja que mi chofer te lleve a casa.

—Prefiero caminar.

Sale del restaurante. Suspiro más tranquilo, no me queda más que hacer que esperar, sin embargo estoy seguro que Marisa dirá que sí. Debo ir preparando el contrato para firmar.

 




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