Embarazo millonario

Capítulo 3. Huida

Khalil

Llego a la clínica donde están Marisa y mi hijo. Me he tardado más de dos horas en llegar pero hice todo lo posible para estar a tiempo; no estaba cerca. Lo lamento, no fue mi culpa. Si hubiera tenido conocimiento sobre que el parto se iba a adelantar; por supuesto que jamás me habría apartado de Marisa hasta tener a mi hijo en brazos. 

No he dejado de preguntarme ¿cómo será? ¿Tendrá mis ojos? ¿Se parecerá a mí? 

Son tantas preguntas las que tengo, pero sobre todo quiero saber que ellos están bien. Es lo único que realmente importa. Me preocupa que he estado llamando y no han contestado, ni su mamá ni ella. Me mortifica pensar que algo pudo pasar pero quiero creer que no es de tal manera. 

—Buenas tardes, ¿puede decirme en donde esta Marisa? 

—Oh, la señorita Marisa ya se fue. 

Un golpe previo a mi pecho. 

—¿A donde? Y como es eso de que se fue. 

—Dijo que tenía que irse. No quiso esperar hasta mañana. Cogio a sus… 

—¿Se llevó a mi hijo?— la enfermera asiente. 

—Sí, señor. Yo no estoy capacitada para decir nada más al respecto. Solo que la señorita Marisa ya no está en la clínica. 

Me paso las manos por el cabello. 

No puede ser verdad lo que está pasando, joder. Ella me dijo que iba a estar aquí, jamás mencionó que se iba a ir con mi hijo. Tenemos un contrato de por medio. 

—Ella dejó alguna información de hacia dónde iba o algo. 

—No, ella no dejó nada dicho. 

Salgo de la clínica y lo primero que hago es marcarle al celular, no contesta. 

Sigo haciéndolo mientras conduzco hacia su casa. No hay otro lugar donde pudo haber ido recién dado a luz a mi hijo. No entiendo que pretende Marisa, teníamos un trato. Joder. Ojalá y no se le ocurra cometer una locura porque me llevará entre las patas. 

Llego a su casa, me bajo del auto y toco a la puerta más de cinco veces en el mismo instante. Sigo insistiendo una y otra vez, me queda claro que no hay nadie o quien quiera que está dentro está haciéndose el desinteresado con el sonido de los golpes. 

—¡Marisa! ¿Dónde está mi hijo? 

Joder. 

No me responde. En esta puta casa no hay ni siquiera un alma en pena. 

—Me voy a volver loco…— susurro. 

Antes de subirme al auto intento marcar una vez más. En esta ocasión el celular suena y la otra voz al otro lado de la línea también. 

—Khalil. 

—Marisa— escupo —¿Dónde está mi hijo? 

—No soy Marisa, soy su mamá. 

—Dígale a Marisa que tenemos un trato, señora. 

—Se lo diré. 

—¿En dónde están? Quiero conocer a mi hijo. 

—No puedo darte esa información— susurra y me corta la llamada. 

Es lo único que me faltaba, por un demonio. 

No hay otro lugar donde pueda buscarla, Marisa me jugo sucio. Me estoy revolcando en mi propio dolor, no por la maldita cláusula de mi padre para que le diera un nieto antes de morir, sino porque en verdad me agradó la idea de tener un hijo, una pequeña versión mía… algo de mi sangre que yo amara. 

¿Qué haré ahora? No lo sé. 

Mi vida giraba entorno a Marisa y el embarazo, la cuidaba, salía con ella, pase los primeros meses cumpliendo todos sus antojos y admito que fue una etapa inigualable, pero tan fugaz y profunda como el océano. 

Yo ya me había hecho la idea de que sería papá, me cautivo tal idea hasta el punto de querer con Marisa lo que nunca quise con otra. Mierda, todo esto por culpa de mi padre. Golpeó el volante hasta ver sangrar mis nudillos. 
 

Actualidad

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—¿Qué tanto observas? 

Mi padre pregunta. 

Con cansancio se levanta de la silla de ruedas y pasa lentamente al sofá de la sala. 

Cierro la computadora. 

—Nada. 

—¿De nuevo buscas información de esa mujer? 

—Nada, papá. Olvídalo. 

—Bueno, deberías contarme. 

—No es nada, tranquilo. ¿Cómo sigues? Cuéntame que te ha dicho el doctor. 

—Que nada ha cambiado, hijo. Sigo tan enfermo como empecé, moriré pronto — suspira —El cáncer me ha dado bastante tiempo para despedirme de mi familia. 

—Lamentó no haber podido cumplir con tu pedido, papá. 

—Fue estupido de mi parte, Khalil. Ya esa cláusula no existe, no debes pensar en lo mismo. Estar en cama, enfermo y sin poder moverme tanto me hizo pensar estúpideces. 

—Bueno, al menos Rashid te ha dado un nieto ya. 

Mi hermano menor tiene una hija de tres años. 

Brisa del Mar es encantadora, cuando nació no quise conocerla porque me hacía recordar que yo también tengo un bebé que no conocí. 

Quien sabe en donde esté mi hijo… cuatro años de búsqueda incansable han sido un desperdicio. No hay una sola página de información acerca de Marisa, parece que la tierra se la trago. ¿Cómo es posible que las personas desaparezcan de repente y sin dejar rastro? 

—Me tengo que ir — cojo mis cosas y las llaves de mi auto. —Llegó tarde a la universidad. 

—Vete con cuidado. 

Me despido de mi padre y me retiro al auto. 

Mi padre vive conmigo, también mi madre, ambos están viejos y se la pasaban quejando de que se la pasaban solos y abandonados. Entonces decidí traerlos a vivir conmigo, así mi padre pasa sus últimos suspiros en un ambiente familiar. Rashid vive a una cuadra de mi casa, con su esposa e hija. 

Llego a la universidad, nos mudamos a Los Ángeles hace dos años. Más bien me he estado cambiando de lugar cada poco para recaudar algo de información de Marisa. No dejo ni rastro. 

Entro al salón, genial, aún no hay nadie. 

Escucho unas risitas en los sillones, ¿duendes? Estas muy viejo para pensar en que eso existe. 

Me acerco lento y seguro al lugar de donde proviene el sonido. De nuevo vuelven a reír, es la risa de un niño. Sus rizos rubios asoman, en cuanto siente mi presencia levanta la carita. 

—¡Un ratón! — escupo. 

—¿Dónde? — mira a los lados. El ratón es el que él tiene en las manos, odio esos asquerosos animales. 




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