Los tambores comenzaron a retumbar, el vitoreo de los asistentes del evento aumentó. La euforia estaba a tope: por fin, luego de doce años, los herederos de cada reino harían el tan ansiado examen que determinaría a qué clase pertenecían. Y no solo eso, sino que más de uno se encontraba celebrando en ese momento la muerte de la pequeña Emerald. Con la niña fuera del camino, los aldeanos sentían que la paz y la tranquilidad había regresado a todas las naciones.
Las trompetas y cornos se alzaron por encima de las voces de todos en una melodía alegre mientras los asistentes tiraban papeles de colores al aire, que eran llevados por el viento. La reina Agatha, sentada en un podio de madera junto a los demás regentes, se puso de pie y saludó a los presentes con una sonrisa plasmada en sus labios. En ese instante, la melodía cesó y ella comenzó a hablar.
—Queridos visitantes, quiero agradecer el que vinieran a ver a nuestros pequeños hijos. Como saben, el día de hoy conoceremos las clases a las cuales irán ellos en los próximos meses. Espero que disfruten del espectáculo.
El grito de entusiasmo de los presentes no se hizo esperar.
Agatha saludó a los príncipes desde donde se encontraba y luego extendió la palma en el aire y comenzó a mover el brazo. El confeti que todavía estaba flotando en el aire tomó la forma de una liebre. A los saltos, se dirigió en dirección al arco de piedra, que estaba algo más alejado. En cuanto se introdujo en él, comenzó a brillar, y un manto transparente se materializó dentro del mismo.
—¡Que comience el examen! —gritó ella. Los participantes fueron ingresando uno por uno a través del portal.
Emerald, quien se había quedado más atrás que el resto, comenzó a correr con sumo nerviosismo. Julian se hallaba a su lado y le deseó mucha suerte antes de desaparecer dentro del portal. En cuanto ella estuvo frente al arco de piedra, se quedó quieta un momento, observándolo; luego apretó los puños, respiró de manera profunda y se introdujo en él.
Se vio transportada a una especie de mazmorra y descubrió que frente a sí se abrían cuatro caminos. El lugar era oscuro y tétrico, a lo lejos podía escuchar las voces de los demás, e incluso algunos gritos, algo que solo logró inquietarla. Se detuvo a contemplar las puertas oscuras y finalmente optó por aventurarse por el sendero del centro.
Para disipar un poco los nervios, comenzó acorrer. El pasaje era angosto, las luces de las paredes titilaban con cada paso que daba y, a lo lejos, se oía el eco de un ruido, parecía sonar como una gotera, aunque más fuerte. Cuando se acercaba al final, el ruido de agua se convirtió casi en un rugido. Pronto pudo ver una cascada que partía desde la boca de un león de piedra. Debajo de este, había una extraña figura en forma de corazón, recubierta de una gruesa capa de hielo. El camino se abría desde ese punto hasta el centro, donde había una pequeña nota puesta encima de una piedra rectangular.
—Bien, aquí vamos —se dijo, y comenzó a avanzar.
Emerald observó el pequeño lago que rodeaba la base rectangular, el agua era de una extraña mezcla de color morado, tan opaca que no reflejaba ni siquiera el fondo. Sin embargo, a la distancia, se podía distinguir en algunos momentos que unas tenues luces de color amarillo se movían bajo la roca, en los resquicios dejados por aquel líquido viscoso. Volvió a dirigir su mirada al frente y continuó avanzando, en cuanto estuvo frente a la piedra, sujetó el pedazo de papel y lo leyó:
«La siguiente fase está a un paso de ti. Debajo del agua encontrarás los ingredientes necesarios para descongelar el corazón del león. Recuerda que tres es el número que has de necesitar. ¡Pero, cuidado! Una mezcla incorrecta bastará, para que las paredes se comiencen a cerrar.»
Emerald dejó el papel sobre la piedra y volvió a mirar el lago oscuro.
—¿Cómo pretenden que encuentre los ingredientes debajo del agua? —De pronto, una idea fugaz surcó su mente—. ¿Se podrá derretir si uso otro hechizo? —se preguntó a sí misma; luego, extendió la palma de su mano y gritó—: ¡Pyro!
La pequeña flama que emergió del centro de su mano desapareció sin más y las paredes comenzaron a temblar.
—¡Bien, lo siento! —Tras decirlo, los muros se detuvieron y ella volvió a respirar con tranquilidad.
Al acercarse al borde del lago y ver hacia abajo, este parecía no tener fin. Juntó todo el valor que pudo, inhaló la mayor cantidad posible de aire y se lanzó de cabeza al fondo.
El agua empapó su ropa por completo, algunas burbujas salieron de su boca conforme iba descendiendo. Cuando llegó hasta el oscuro final de ese pozo, las luces se dispersaron en diversas direcciones. Cada una de ellas era una pequeña botella de diferentes tonalidades que poseía unas brillantes aletas amarillas. Atadas a sus patas, había unas etiquetas que indicaban su contenido.
Igor le había dicho que la primera prueba siempre mediría el valor del postulante, por eso habían empleado el simbolismo del corazón del león.
«Tres. Necesito tres elementos lo suficientemente inflamables para que lo derritan, pensó, y tras un rápido vistazo, se dio cuenta de que algunos metros más lejos estaba lo que necesitaba. «Bien, primero iré por la saliva de dragón».
Nadó lo más rápido que pudo. Cuando estiró la mano, la botella se disparó hacia la izquierda, y en cada oportunidad que tuvo de sujetarla, pasó lo mismo. Los pulmones comenzaban a dolerle, ya había pasado bastante tiempo bajo del agua y necesitaba respirar de nuevo.
En cuanto subió a la superficie, comenzó a toser por el esfuerzo. Acomodó su cabello hacia atrás y se sujetó del borde para pensar una pronta solución.
—Bien, no puedo usar magia en la superficie... pero, tal vez, si la uso debajo del agua, pueda hacer algo...
Emerald volvió a aguantar la respiración y se sumergió. Estiró la palma de su mano y mientras esta temblaba, un pequeño orbe dorado comenzó a formarse. Del centro, emergieron unos pequeños peces hechos de luz que comenzaron a buscar los ingredientes entre todas las botellas. Al parecer, si ella no se acercaba a los frascos, estos no huían despavoridos.