Al cerrar los ojos se dejó llevar por la tranquilidad del ambiente. El duende se había marchado y la había dejado con más de una interrogante, pero el cansancio que sentía era tal que le resultaba imposible quedarse despierta. Los párpados le pesaban, traía los músculos entumecidos y sentía el cuerpo pegajoso debido a lo que había sudado en el bosque.
Antes de acostarse, Emerald se dio un último vistazo en el espejo. El collar comenzó a vibrar bajó su ropa y no pasó mucho tiempo antes de que el hechizo se deshiciera. Era evidente que estaba demasiado cansada. Se dirigió hacia la puerta, puso el pestillo y colocó una silla para trabar la entrada, como hacía todas las noches para recuperar su energía.
Luego de algunos minutos, su cuerpo comenzó a sentirse liviano. Se removió en su cama buscando la posición más cómoda que pudiera encontrar, pero en cuanto las yemas de sus dedos palparon lo que debería ser la superficie del colchón, sintió, en su lugar, un charco.Abrió los ojos y se vio justo en medio del lago al que iba con Draven. Su cuerpo flotaba y generaba ondas, las cuales se expandían y se volvían cada vez más grandes.
Viró el rostro al lado izquierdo y vio a dos muchachos sentados en la orilla. Eran personas que ella no conocía, dudaba mucho que fueran alumnos de su curso, ya que, por el uniforme que traían, se veía que pertenecían a la clase Virtuosa.
La muchacha, que estaba sentada del lado derecho, no debía pasar de los catorce años, igual que su acompañante. Ella tenía cabello de color negro hasta los hombros; no lograba distinguir nada particular en su rostro, pero desde donde estaba sí podía apreciar que su sonrisa era radiante. Su acompañante, muy por el contrario, tenía el cabello rubio, similar a como lo tenía Diamond.
Al ver como algunos orbes de luz se formaban de sus palmas, intuyó que estaban practicando magia.
La vio ponerse de pie. Ella extendió las manos y el otro muchacho la observó expectante. La cantidad de energía mágica que ella produjo fue tal que se arremolinó el aire bajo sus pies, lo que hacía que su cabello se elevara por encima de sus orejas.
—¡Guau! —escuchó que él dijo, la muchacha alzó las palmas y un orbe morado se formó por encima de su cabeza—. ¡Que sea un tigre! —gritó el chico y ella asintió mientras movía la muñeca en forma circular.
El orbe fue adoptando la forma del animal que él había dicho; la criatura luminosa rugió y comenzó a saltar de un lado al otro. Ambos comenzaron a reír aún más fuerte, él se puso de pie y estiró la palma para tocarlo. El ser de luz dejó que lo acariciara y la muchacha revoloteó los cabellos de él.
—¡Haz que rompa los árboles! —La sonrisa de ella se borró a medida que apretaba los labios—. Nadie nos ve, quiero ver si puedes hacerlo.
—Nos meteremos en problemas... —le respondió.
—No seas miedosa, vamos.
Emerald pudo darse cuenta de que ella no estaba para nada cómoda con la situación, pero terminó accediendo a los caprichos de su acompañante. De un momento a otro, el bonito color morado del tigre se fue transformando hasta que la criatura quedó de color negro.
El animal volteó a observarlos y volvió a rugir, pero aquel sonido salió tan deformado que parecía una criatura del abismo. La muchacha apuntó al frente y de sus dedos comenzaron a surgir enredaderas negras; sus manos temblaban, pero su mirada se mantuvo fija. Ella gritó y el tigre salió disparado; al impactar contra los troncos, estos terminaron destrozados. El paso de la criatura dejó todo muerto, las aves surcaron el cielo desesperadas, pero algunas de ellas tan solo alcanzaban a aletear un par de centímetros antes de caer al suelo producto de la contaminación.
—Guau... —repitió el muchacho, pero su entusiasmo fue opacado por unos gritos que venían desde atrás.
Emerald sintió que era halada al centro del lago. Comenzó a patalear hacia la superficie, pero fue imposible: una fuerza inexplicable la arrastraba cada vez más y más al centro sin que pudiera hacer nada al respecto. Giró el rostro y pudo ver un orbe de luz al final.
—¡Es peligrosa! —escuchó que decían—. Mira lo que les hizo a los árboles. No puede estar en la escuela, representa un peligro para el resto de los estudiantes.
Las voces de diversas personas se colaron en sus oídos en cuanto llegó a traspasar el orbe. Parpadeó para quitar el exceso de agua y apareció en una habitación colmada de extraños aparatos. Intuía que esa debía ser la oficina del director por los cuadros que se movían en la parte superior.
—Entiendo su preocupación por el resto de los estudiantes, mis queridos amigos, pero el que la saquemos de la escuela únicamente podría traer problemas y se prestaría a diversas habladurías.
—¿Cómo pretende que le enseñemos algo? —dijo una mujer de bata negra—. Mire lo que hizo en el bosque, director. Ese terreno nos tomará meses, o quizás años, curarlo. La tierra está muerta. Fue contaminada por lo que sea que haya invocado en ese lugar.
—¡Es un peligro para todos aquí! —replicó otro que era un poco más pequeño.
—Por desgracia, queridos profesores, sacarla representaría ir en contra de la familia Lagnes, y no podemos permitir que las demás familias entren en conflicto con nosotros.
—¿La dejará dentro de la escuela?
—Debemos hacerlo. Desatar la furia de las familias reales sería nuestra ruina.
—¡Es inconcebible! ¡Esa mocosa debería estar muerta! Mire todo ese poder maligno que emergió de ella, podría irse en nuestra contra si tuviera las armas para hacerlo.
—Y precisamente por eso, profesor, es que debemos instruirla para que aprenda a controlar ese poder. Es una anomalía, sí. Pero si ponemos de nuestra parte, quién sabe, podríamos criar a la reina más poderosa que alguna vez hayamos podido ver.
Emerald escuchó a alguien moverse detrás de la puerta. Corrió para ver de quién se trataba y vio a la misma muchacha huir de allí. Al parecer, había escuchado la conversación de los adultos.